Placebo por Selhye Martínez

Dejo la cajetilla de cigarrillos sobre la hielera, trenzo mi cabello e instintivamente pienso que te hubiera gustado así, casi puedo escuchar tu voz.

Él se cruza frente a mí, su camisa blanca está bañada del rojo anaranjado del perfecto paisaje que ha interrumpido. Sonríe con los ojos y a señas me pide una cerveza; pelea al teléfono sin gritos por una orden suya mal ejecutada.

Jamás había visto unos ojos tan expresivos o una barbilla tan definitiva, tiene las mejillas rosas a causa de la pésima combinación entre enojo y frío. Me besa la sien y lentamente deshace mi trenza. Le señaló dos minutos con los dedos y me guiña un ojo, está por colgar.

Busco formas familiares en las nubes y ahí está tu espalda sin estrellas, al lado está tu labio inferior, también la mirada que me diste la última vez que te vi. Se recarga en el barandal y me abraza, Debería comenzar a apagar el teléfono a las 7. Me aferro a su cintura para mitigar el frío (dolor), tiene la piel tibia y puedo escuchar sus latidos acelerarse. Algo en su bolsillo vibra y tengo que soltarlo, Pienso mejor cuando no te tengo cerca, se aleja y lo veo sentarse frente a la computadora.

Termino tres latas y seis cigarrillos mientras lo veo revisar correos y hacer anotaciones en tinta roja. Cierro el ventanal para no distraerlo con la voz de King que amenaza con hacerme llorar.

El cielo parece jamás haber sido naranja, se ha vuelto azul obscuro e impide buscar tu rostro de nuevo, pero ahí están todas las constelaciones que llevas en los hombros. Suspiro al ver las luces que usamos para calmar la soledad: el resplandor titilante del televisor, las farolas públicas vigilando los pasos nocturnos, letreros de bares que…

Pego la cara al cristal y levantó la voz para atravesarlo. Oye, ¿cuándo termines podemos ir a un bar?. Sacude los hombros y asiente, Suena bien, linda. Busca tu abrigo, estoy por terminar.

 

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