Poder al desnudo por Rebeca Lsp

ClaudiaReyes/ArchivofotoFIC2019

El crecimiento de la escena teatral en el Bajío ha sido notorio en los últimos años; se han creado nuevos espacios y también nuevas compañías, como Teatro Bicentenario y Teatro El Milagro, quienes decidieron unir fuerzas para la formación de un taller teatral del que resultó la obra presentada dentro de la programación del Festival Internacional Cervantino.

El teatro una vez más no está abarrotado, pero tampoco podría decirse que el público es escaso; muy ruidoso, eso sí. Cuando se da la tercera llamada, tarda entrar en el trance de la obra, que no era difícil de conseguir, pues aún antes de la tercera llamada apareció un hombre con bombín posándose en una de las innumerables sillas que decoraban del escenario, consultando en silencio la hora de su reloj e invitando a los asistente a prepararse para el inicio dejándose llevar por la atmósfera.

Como se dijo, la escenografía constaba de motones de sillas de madera que, en desorden aparente, fungían también como escaleras para un segundo nivel, usado más adelante para emular la entrada y salida de los espacios cerrados donde transcurría la historia.

La puesta en escena es El inspector, obra clásica del escritor ruso Nokolái Gogol, bajo la dirección de David Olguín. Aunque los personajes son en su mayoría hombres, pudimos ver a dos mujeres desempeñando papeles masculinos. La trama es un fresco de la burocracia y la corrupción que nos alcanza incluso a la fecha. Si bien no resulta muy dinámica, hay varios recursos empleados por el director que salvan los momentos de puro diálogo, como acelerar la música ambiental mientras los actores malabarean con el inmobiliario dando la sensación de transición de un espacio a otro, o la constante rotación de los actores entre las sillas mientras charlan. Deben también destacarse las habilidades vocales de todos los actores y el enriquecimiento y detallado de la personalidad de cada uno de sus personajes; todos estaban realmente enfrascados en la sinergia de la función.

Un detalle que generó escándalo en unos y desconcierto en otros, fue la escena donde todos los personajes están en un aparente convivio avanzando con velocidad sus cuerpos al ritmo de la pista musical de fondo, cuando, de un momento a otro, la melodía llega a su clímax y, a la par, una de las actrices en papel de hombre se abre de golpe la camisa y queda detenida por un instante bajo la lámpara principal, su desnudez iluminada en el abrupto silencio. Que la escena se haya trabajado bien y consiguiera una belleza inesperada no lo es todo, su justificación podría residir en el hecho de que en ese momento los personajes, ya en estado de embriaguez, estaban dejando salir sus verdaderas personalidades e intenciones. El pico más alto de la función, sin duda.

A pesar de que es una obra un tanto austera, la pulcra ejecución, el cuidado técnico, el trabajo de ensamblaje de las sillas y la dirección, la sostienen dentro del rubro de calidad FIC y en enhorabuena para impulsar a otras compañías de la región a pelear por esta clase de espacios en vez de limitarse a apostar por el clásico recinto para el teatro local: las catacumbas del Mesón de San Antonio y la plaza de San Roque.

Salimos del teatro dos horas después de haber entrado; en mi abrigo se cuela el frío y en mi cabeza hay reflexiones sobre la obra: ¿hasta dónde llega el miedo a ser castigados?, ¿por qué nunca ha sido más grande que la avaricia y el egoísmo?, ¿en qué momentos la vida es sólo un absurdo?

Teatro Bicentenario y Teatro El Milagro
El inspector
23 de octubre de 2019
Teatro Principal

Fotografía: cortesía FIC

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