¿A qué hora se acaban las horas?, pregunta Alfredo de principio a fin de la función alrededor de una banca, eje y centro en una carrera de remembranza e introspección, la cual se transforma, según avanza el discurso anecdotario del protagonista, en múltiples espacios y temporalidades: seis, doce, dieciocho, treinta y cuarenta años.
En un comienzo, el cuadro, acompañado por el sonido de un radio emisor de jazz, denota un ambiente de nostalgia, mas, entre bromas físicas propias del clown, siembra una expectativa de comedia. La voz de Fredi suena desde algún altavoz que lo inunda todo, monólogo permanente del personaje que, con vestuario de oficinista y maletín, corre sin pausa realizando múltiples tareas de la vida «adulta», al mismo tiempo que representa los recuerdos narrados. “El frío congela mi memoria… ¿dónde olvidé los sueños?”, se cuestiona conforme evoca momentos decisivos, a veces inocentes, a veces brutales, en la construcción de su identidad, en la expresión de su identidad.
Entre la prisa, porque Alfredo siempre tiene prisa, el nudo se va configurando con lentitud para descubrirse demoledoramente como tal cerca del desenlace. “Llovía adentro y no notaba las lágrimas […] atado a mí mismo, recluido en mí”. Luego de disertar sobre el miedo y la culpa en la infancia, en la adolescencia, en cuanto a la muerte de su madre, confecciona un ave con unas tijeras y un periódico que luego convierte en máscara, anunciando entonces su preferencia sexual. “Si no fuera gay, sino yo…”, anhela lleno de rabia luego de un episodio de violencia descomunal, “¿a qué hora comienzo a vivir?”.
Fredi tiene prisa, siempre la ha tenido, por esconderse, por huir. “Mi sitio no está aquí, sino donde no estoy” y el silencio, perpetuo compañero, el absurdo y la angustia, se apoderan de la escena en una rutina que se repite vertiginosamente dos veces y una tercera en reversa, con un juguete que al girar en el tobillo emula un reloj y un hombre de cuarenta años exhausto y sudoroso, rendido, mas en pie. “Tengo prisa de estar libre de mi propio peso, de decir adiós, tengo prisa…”.
Un aro cuelga del techo y Alfredo, con la ropa empapada y como un guiñapo, emprende, entre acrobacias, una especie de vuelo liberador. ¿Es la muerte o un nuevo comienzo de la vida que no para, de las horas que no terminan, una pausa? Por ese momento, todos querríamos ser él, descansar, suspender el peso, dejarse ir… pero tenemos prisa. Entonces ocurre la epifanía: en una banca de alguna iglesia, al borde del suicidio y con una declaración de amor tallada para un homónimo, determina vivir, comenzar a vivir, sin prisa vivir.
En coproducción con el Instituto Cultural de León, la compañía Líquido colectivo evidencia, mediante la catarsis, un impulso autodestructivo que nace ante cuestionamientos a partir de un dolor bien conocido por la mayoría: el sinsentido de la existencia, la anulación de la autenticidad, la imposibilidad de los logros, una vida que pasa a toda velocidad siempre igual, sin ocurrir en efecto nada, y que ya no constituye una “crisis de la edad”, sino que alcanza, cual vorágine, a generaciones cada vez más jóvenes. Con Prisa, Alfredo Avila Castro comparte no sólo una muestra de teatro físico que logra mantener la atención durante todo el desarrollo, sino una pieza de su alma que conmueve al conectar con un sentir presente, común y casi permanente en el trajín de la cotidianidad, sea o no que desemboque en ideaciones suicidas, dentro de una sociedad donde la incomprensión, la soledad y el rechazo son aún herencia ancestral y arraigada, a pesar de todos los esfuerzos y acciones, tal como esta obra, por visibilizar, contrarrestar y atender los males que la fundamentan.
Prisa
Líquido colectivo
Alfredo Avila Castro, director
25 de octubre de 2023
Teatro Cervantes
Fotografías: Gabriel Morales (cortesía FIC)