Estoy seguro de que a nadie sorprendo si digo que hace dos o tres años el duopolio televisivo comenzó a dar sus primeras patadas de ahorcado, y que luego esas patadas disminuyeron en intensidad todavía más, hasta que las hemos confundido con el movimiento reflejo de un cadáver.
Y es que la crisis, tanto financiera como creativa, por la que atraviesan Azteca y Televisa, no tiene parangón. En el juego de suma cero del rating, lo que pierden ambas de audiencia lo ganan nuevas plataformas digitales como páginas de videos o servicios de streaming. En cuanto a la credibilidad que la audiencia presta a ambas televisoras, basta decir que es irrisoriamente poca.
Con este telón de fondo, se estrenó recientemente la tercera temporada de la serie Club de Cuervos, producida para Netflix por Gaz Alazraki y Michael Lam, que narra las desventuras de los hermanos Isabel y Chava Iglesias quienes, a la muerte del padre, Salvador Iglesias, heredan el equipo de fútbol Cuervos de Nuevo Toledo, sólo para enfrascarse en una lucha por la presidencia que amenaza constantemente con destruir al Club.
Ambientada en el ficticio Estado de Nuevo Toledo, y sin perder de vista sus fines principalmente cómicos, la serie con frecuencia hace referencia oblicua a varios problemas sociales y políticos que se viven hoy en día en nuestro país y que suelen tener por eje en común el uso del futbol como circo para entretener a las masas, mientras el gobierno, los políticos, los altos funcionarios de los clubes de futbol y los empresarios saquean, hacen tratos ilegales, abusan de su poder o mienten cínicamente frente a las cámaras.
Al margen de mis opiniones sobre la calidad de la serie, algo que me llamó poderosamente la atención, y por “llamar poderosamente la atención” quiero decir “me hizo rabiar hasta que me quedé dormido y tuve sueños de odio”, fue una escena particular de uno de los capítulos de enmedio de la temporada tercera.
La escena en sí es irrelevante para la el resto del capítulo, por lo que se limita a lo que se ha dado en llamar un cameo, y que consiste en la aparición, en una serie o película, de un personaje o persona famosos, sin que esta aparición afecte necesariamente el desarrollo de la trama, con la finalidad de hacer un guiño metatextual al espectador. El ejemplo clásico de esto son las apariciones de Stan Lee en todas las películas de Marvel.
El cameo en cuestión ocurre a raíz de que los Cuervos se enfrentan al América. El lector sagaz estará ya con los pelos de punta y el cuero erizado, pero para el resto, la cosa fue así:
Isabel Iglesias camina seguida por Carmelo, su asistente, por lo que parece ser el estacionamiento del palco de los dueños del Estadio Azteca, durante el partido Cuervos-América. Un automóvil Lamborghini amarillo, cuyo modelo no me he molestado en averiguar, se estaciona y de él emerge, orondo y mirreynal, nada menos que Emilio Azcárraga Jean, presidente de Televisa, ataviado con una elegante chamarra del América.
Isabel y Emilio intercambian saludos y las clásicas provocaciones futboleras, y luego Azcárraga se aparta caminando, mientras Carmelo grita elogios con respecto al automóvil.
Mi reacción inmediata fue gritarle a mi televisor lo siguiente:
-¿Qué pedo, Netflix? ¿No te das cuenta que pago una suscripción mensual, en buena medida, para no verle la jeta a ese junior pendejo? ¿Es que desconoces tan fundamentalmente a tu audiencia mexicana que piensas que este tipo es una celebridad en el sentido estricto de la palabra? ¿Es que ya no hay temor de dios?
Respiré dos o tres veces para calmar mis impulsos inmediatos de dirigir a Netflix una airada carta, que consistiera principalmente en una larga retahíla de improperios creativamente hilada. Resolví esperar. Quizás hubiera una lectura metatextual que estaba escapando a mi mente nublada por opiáceos. Miré el desarrollo del capítulo, para averiguar si había una buena razón, o al menos algún consuelo, para haberme sometido a esa tortura.
Pero no la hay, querido lector, mi hermano, mi semejante. No se trata de Netflix diciendo: “Aquí están los Cuervos, nuestro equipo, la simbolización futbolística y ficticia de la novedosa creatividad de Netflix, contra el América, símbolo de la vieja, herrumbrosa, caduca máquina de ensamblaje de Televisa”, porque lo que sigue a la escena no sostiene esa lectura, y nos deja sólo con la posibilidad de que la escena a la que me refiero haya sido un cameo. Eso sí, el cameo más gratuito, indeseable, purgante, infumable, falto de sustento, motivo o razón, y francamente estúpido.
No hay un rastro de ironía en este cameo, sino el recordatorio atroz de que, a fin de cuentas, sin importar el número de suscriptores de los nuevos servicios de streaming, ni los desplomes en los ratings televisivos, ni las mermas en las ventas de espacios publicitarios durante las emisiones de la televisora, Televisa sigue viva, y esos movimientos reflejo que pensábamos aseguraban su estado cadavérico, en realidad son los primeros movimientos de su renovada, zombificada vida.