Sonetos y son quince, de Julia Santibáñez por Valentín Eduardo

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  1. Presentación

 

Julia Santibáñez (Ciudad de México, 1967), poeta, ensayista y traductora, licenciada en Letras hispánicas y maestra en Literatura comparada, ha publicado cuatro libros de poesía libre: Rabia de vida (Editorial Resistencia, 2015), Ser azar (Editorial Abismos, 2016), Versos de a pie (Ofipress, 2017), Eros una vez (Seix Barral, 2017) que la hizo acreedora al primer Premio Internacional de Poesía Mario Benedetti (Uruguay) en 2016, entre otros. Ha sido colaboradora en las revistas Casa del Tiempo, Esquire, Gente, Letralia (Venezuela), Periódico de Poesía, Santo y Seña, SoHo, la publicación digital La Torre de Montaigne, así como en los suplementos “El Cultural”, del periódico La Razón y “Puntos y Comas”, del portal SinEmbargo.

El libro más reciente de la autora, publicado en formato plaqutette, Sonetos y son quince (Parentalia, 2018), como su nombre indica, destaca en el panorama de su obra lírica por dar muestra del trabajo de Santibáñez con una forma clásica. Éste primer repertorio clásico de tan sólo quince piezas, da cuenta del dominio de la autora al interior del esquema primario de las cuatro estrofas divididas en dos cuartetos y dos terceros. A su vez, enfatiza las posibles variantes que adquiere que exige un conocimiento de su tradición.

De origen siciliano, el soneto nace en la primera mitad del siglo XIII como una nueva forma de explorar el tema amoroso de la mano de Giacomo da Lentini. Más tarde, pasaría a España con la trasposición del Marqués de Santillana, y la posterior adaptación al castellano de Garcilaso de la Vega en el siglo XVI. A partir de entonces y hasta el modernismo, el esquema básico del soneto endecasílabo, de métrica ABBA ABBA y CDC, DCD o CDE, se mantendría constante. Los modernistas darían paso al empleo de versos irregulares, de más de once sílabas, trocados y alejandrinos, solos o combinados, con lo que abrirían paso a la experimentación dentro del campo. Finalmente, la vanguardia hispanoamericana, así como la generación de la posguerra, se encargarían de revitalizar la forma durante el siglo XX.

Por su parte, Julia Santibáñez, deudora de los grandes maestros del Siglo de Oro español y sus hijos americanos, principalmente Sor Juana, no intenta revitalizar la forma sino dar cuenta de algunas variaciones consagradas al interior de su tradición. Se propone demostrar con su libro que la forma del soneto sigue funcionando hoy en día, como un buen reloj suizo, que resiste a los inventos de Apple y Samsung, o como la rueda, que data del 3500 a. C.

 

  1. Los poemas

 

Titulados a la manera descriptiva del Siglo de Oro, integran el libro, por orden de aparición, los sonetos: “Del insomnio”, “Del amor fallido”, “Del artesano del altar”, “De las diversas hambres”, “De la hija demasiada”, “Del invasor”, “Del laberinto, según Juana Inés”, “Del signo Capricornio”, “Del anciano en la única batalla”, “De los albores”, “Del anillo de la pureza”, “Del Once upon a time”, “De Don Quijote, el inventario”, “De la muerte niña” y “De la argucia”. Si bien los temas contrastan entre sí, predomina la forma endecasílaba, que corresponde con el panorama general de la tradición, con dos excepciones de soneto alejandrino.

Del insomnio (segunda estrofa)

 

Me esfuerzo por hallar al contrincante:

es un compás violento, muy moderno,

si bien eso no quita lo enervante

que en este cuarto impone su gobierno.

El insomnio, que transcurre cuando un cuerpo agotado no logra desprenderse de la vigilia, atorado el nudo de la conciencia, en este soneto inaugural se plantea como un duelo. El contrincante pudo ser un can o un gato inoportuno, un concierto a poca distancia del dormitorio, un rommie gozando a lo lindo de una noche de pasión, la familia ruidosa y de carrera larga en fiestas decembrinas, tantos otros más… pero no, el poema retrata el peor de los casos de insomnio, cuando el contrincante es uno mismo y el tic-tac, ese “compás violento” del reloj modelo 2019 nos enerva. 

Del amor fallido (primera y cuarta estrofa)

 

Ya lo ves, mi querido amigo arsénico:

el aliento se ha ido de este pecho,

no puedo abandonar el grave lecho,

y lo subrayo: no es plañido escénico

[…]

He aquí tu lento beso diluido,

El que, exangüe, me libra de gemido.

Mi analgésico.

La decepción amorosa y fatal, en este soneto, lleva al amante shakespeariano a quitarse la vida de una manera tan romántica que puede parecer caricaturesca, aunque no sea la intención. “No es plañido escénico” nos aclara la voz poética, desposeído de toda ilusión, mientras el veneno comienza a surtir efecto. Postrado, yace en la cama, el del corazón roto, que compara la ingesta del arsénico con un beso, como el beso del ausente que en otro momento fue medicina.  

            El verso final es trocado, es uno de los dos que incluye el libro, recordando las innovaciones del modernismo, y que estimulan la imaginación de lector curioso. En este caso, su razón de ser es la muerte misma de la voz, que no alcanza a terminar el poema, fallido como el amor.

De la hija demasiada (primera y cuarta estrofa)

 

Por dar a mi domingo esparcimiento

Imaginé que en otra vida un día

eran dos tú, iguales de mi aliento,

vestidas como una en armonía.

[…]

La rara paradoja es que crece

este amor animal y así me ensancha

y me rompe de ti. Más, no podría.

No hace falta la aclaración del género, ni siquiera pensar de manera exclusiva en términos biográficos, para entender que el amor que la voz profesa es un amor de madre. El cuadro toma forma con una imaginación de domingo, que no dominguera. En ella, la hija aparece duplicada, por eso es “demasiada” aunque sea la misma: “eran dos tú, iguales de mi aliento” nos dice. La noble angustia de la progenitora ante dicha visión, aclarada en un verso intermedio memorable: “dos brazos pidió mi anatomía”, se resuelve en una reafirmación del sentimiento amoroso que rompería a la madre al ensancharse, y con ello la visión se deshace.

De las diversas hambres (segunda estrofa)

 

Tras saciar los influjos de esta hambruna que endiosa,

nos revuelca la holgura. Borrachos, olvidados,

somos dos consentidos: el favor de los hados

nos regala la tarde que disfrutes rebosa.

Variante del esquema clásico de versos de catorce sílabas, divididos en dos hemistiquios de siete sílabas cada uno, es uno de los dos sonetos alejandrinos que incluye Santibáñez en su libro. El soneto es narrativo, como muchos otros alejandrinos. Desarrolla una escena sensual protagonizada por dos amantes, en la que se presentan los diversos apetitos de los hombres. En la segunda estrofa, se precisa el hambre, la holgura, y el deseo de beber satisfecho por el favor de los dioses. Su cuarto verso es un hipérbaton que parece clama por el lector, para que disfrute con los amantes en una orgía imaginaria.

Del laberinto, según Juana Inés (tercera y cuarta estrofa)

 

Que Amor es el más grande laberinto

lo subrayó la Musa y yo lo creo:

he muerto y he matado en su extravío.

 

De nuevo aquí, hoy lucho por instinto.

No sé si mato o muero, si Teseo

o Minotauro soy. Ay, Albedrío.

El soneto recupera la figura del Amor (en mayúscula) como laberinto, que Sor Juana, la Musa mexicana, ya había propuesto en un soneto propio. Después de plantear el otro laberinto, físico, de la mitología griega en donde aguarda el Minotuario, éste se opone al Amor como un laberinto más grande, con más muerte que aquel. La voz nos dice que desconoce si mata o muere, a la vez que lucha “por instinto”, como en una relación de amantes, que se ven obligados a defenderse uno del otro, para no morir. A veces sin intenciones de dañar, otras como una irremediable búsqueda por empatar el daño causado.  Al final, concuerda con Sor Juana en que el “Albedrío” es el único dios que rige, es decir, nuestras decisiones.  

 

  1. Posdata

 

En la actualidad, con el advenimiento de nuevas formas poéticas, que imitan el mundo de las impresiones más fugaces, y la sucesión del verso libre por algo que, con justa razón, no quiere ser verso ni poesía, las formas clásicas, también denominadas “cerradas” por claustrofóbicos, no despiertan el entusiasmo entre el público lector, especialmente entre los jóvenes, que consiguieron todavía el siglo pasado. En un siglo XXI despojado de la tranquilidad como del ímpetu de vida, de maneras tan brutales que da miedo, son pocos quienes en verdad se sienten atraídos por la belleza diáfana del soneto. Pocos quienes desean hundirse en esa música redonda, tan rica en tonos y matices al interior. Pocos, en fin, quienes conservan la curiosidad viva por vislumbrar el sentido de mundo propuesto por el poeta en catorce líneas. Tan efímero y verdadero como cualquier otro. Para ellos, y para el escéptico que se anime, Sonetos y son quince.

 

 

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