#TodosSomosTodo por Sandra Fernández

Darse cuenta de la belleza del lenguaje implica comprender la necesidad que éste tiene de resultar poético, aunque sea por mera coincidencia, en otras disciplinas, es decir, en ámbitos que se encuentren fuera de la literatura. Me gusta coleccionar estas frases, con el tiempo se va volviendo imprescindible su aplicación en las cosas que te van pasando en el día a día, y es que uno a veces no tiene tiempo de jugarle al poeta, y debe conformarse con aquello que la vida le va dando. 

Justo ahora me vienen a la mente mis clases de química en la preparatoria. A decir verdad, nunca fui una erudita del mechero y la pipeta; sin embargo, cada lección me presentaba una serie de hermosas posibilidades para recordar en la memoria: posibilidades ligadas precisamente con la palabra. Casi al inicio de las lecciones, el profesor nos habló sobre una “disolución”, que resulta ser esta mezcla de dos o más sustancias que terminan por ser una sola, o que por lo menos no se puede distinguir a simple vista por cuántas sustancias se ha conformado. 

La lección no paraba en la simple definición, ésta seguía, y con ella, aquello que le conforma: resulta ser que la disolución se compone por el disolvente y los solutos, el primero mencionado es aquella sustancia que predomina en cantidad, y el segundo o segundos, se trata de aquellos que van a menos. En lo particular, me resulta sumamente bella la imagen de la integración entre sustancias que, a pesar de ser diferentes, como el agua y la sal, terminan por ser la misma cosa sin que a ojo de buen cubero puedan ser divididas. 

Pienso ahora en las causas por las que socialmente se lucha: seguramente nos resultaría fácil comprendernos como una disolución. Al final, y sin dudar que somos diferentes, al momento de vernos de lejitos resulta que parecemos la misma cosa. En el estado donde vivo actualmente hay una disputa entre los ciudadanos y los ciudadanos que pertenecen a una escuela normal rural, la querella no parte de las peticiones de las normalistas, sino del hecho de que éstas cierren calles, pinten paredes o se manifiesten… sí, básicamente ese, el “manifestarse” se convierte en el verdadero problema.

Cada tarde, al entrar a facebook, me topo con una serie de reclamos y mensajes de odio que van dirigidos a las alumnas de esta escuela, y eso no queda ahí: cuando enciendo el radio me doy cuenta de que la gente hace llamadas únicamente para comentar cosas como “que las desaparezcan”, “que las tiren en una zanja”, etc. En el entendido de que la violencia produce violencia, y que las palabras dichas son poderosas, debería alarmarnos más como población el hecho de que la gente desee a tal grado la muerte a quien sea, no sólo a estas estudiantes. Pero el problema no para en la disertación de si las acciones tomadas por las alumnas son o no correctas o esperables de estudiantes de educación superior, el problema real recae en la decisión de las personas de desviar el tema central y centralizarse como báculo inicuo del verdadero conflicto: así como lo lee, todos queremos ser el problema. 

El activismo de sofá permisivamente provee al cibernauta de herramientas para exponer sus opiniones, sin que ello traiga verdaderas consecuencias, a menos que éste se trate de una figura pública o un verdadero líder de opinión (sí, sí, que lástima, no por tener muchos likes ya eres líder de opinión). Ello por tanto exige que la polémica se produzca entre los comentarios, los me encanta, me entristece, y los favoritos de todos: me enoja. Además, claro está, del popular tweet, al que supuestamente se le debe otro grado de idiosincrasia. Por tanto, la violencia se produce en la cotidianeidad desde antes de encender la cafetera. Las personas vivimos en la constante lucha entre el meme y el mame, sin darnos cuenta de que en muchos sentidos somos iguales, y que al final lo que realmente nos molesta es esto de perder la posibilidad de salir a la calle a exigir. La vida es mucho más que sentarse con un smarthphoneen las manos a esperar que un hashtag nos vuelva parte de una solución. Sin menospreciar la importancia de estos medios de comunicación, y con la conciencia de que muchos grandes avances se deben a las redes sociales, deberíamos reflexionar sobre los actos y las palabras: entender que ambas tienen lo suyo. 

Estar enojados, o querer estar enojados con las personas sólo porque piensan diferente, o nos hacen creer que así lo es, no nos convierte en los solutos. Mientras nuestras constantes arraiguen estos sentimientos de justicia, pasión y fe, seguimos siendo el disolvente de esta gran disolución a la que llamamos sociedad. 

 

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