En 1929 la escritora inglesa Virginia Woolf nos regaló una de sus obras más emblemáticas Una habitación propia, en ella Woolf nos habla de la relación que existe entre las mujeres y la literatura, y de cómo necesitamos un cuarto propio para poder crear nuestra propia literatura.
Sin duda, Woolf contemplaba la necesidad de la mujer de establecerse en todos los ámbitos sociales y culturales, no sólo de la literatura. Sin embargo, ¿cómo podemos tener un cuarto propio si, en ocasiones, no tenemos un lenguaje propio?.
No estoy refiriéndome al lenguaje inclusivo (aunque si un día quieren discutirlo, adelante) tampoco crearé un debate sobre el masculino genérico. Estos días, mientras pensaba de lo que iba a hablar en esta ocasión, me percaté de algo, algo que hizo hacerme estas preguntas: ¿Realmente tengo una voz? ¿una manera de nombrar las cosas? ¿un lenguaje con el que pudiera hacer referencia a mis pensamientos y emociones? La respuesta… la tuve, ahora no estoy segura.
Para que puedan entenderme mejor, tengo que decirles algo… Sobreviví a un abuso, uso “sobreviví” en vez de “viví” o “fuí víctima de…” porque hay días en que parece que vuelvo a vivirlo, a sufrirlo; tanto así que años después sigo lidiando con ello. Lo importante tal vez sería que sobreviví, sobrevivo cada día, al grado que he podido desarrollar una vida “plena” lejos de ese evento; y la verdad es que sí, una parte de mí así lo hizo, pero mi lenguaje no.
¿Qué tanto de nosotras cambia, se transforma tras sufrir un abuso? Sería fácil remitir a estadísticas sobre cuántas de nosotras ha tenido que pasar por situaciones iguales, similares o peores, para tratar de contestar a esta pregunta, pero no me atrevo a contestar por las demás.
Sé que cambió mi lenguaje porque ese día me lo arrebataron, porque ese día mi voz también sufrió un abuso, el de ser silenciada, porque no pude gritar, porque estaba en shock, porque quería ignorar lo que me estaba pasando, porque más pudo su mano que mi grito. Y créanme, intenté gritar.
Pensé que podía reconciliarme con ella, que lo único que ambas necesitábamos era tiempo, un espacio que nos permitiera asumir lo que pasó y aceptarlo. Tal vez lo más difícil es esto último, tratar de aceptar lo que pasó, porque nadie debería de hacerlo y creo que en mi mente sabía que no tenía porqué hacerlo, resignarme a que mi historia iba a ser sólo el inicio de lo que podría ser recurrente, pero no.
Tal vez me forcé a aceptarlo, es más, intenté hacer las paces en su momento con esta persona, pero conforme me obligaba a encerrar mi sentir, a esconder mi rabia y tristeza, mi voz iba alejándose cada vez más de mí. Fue tal el grado de una felicidad y sonrisa fingida que acabe por no reconocerme, estuve año y medio sin verme al espejo, y si llegaba a hacerlo sentía un vacío, no distinguía la persona que estaba frente a mí.
Al momento de sufrir el abuso aún era virgen, pero el sentir su mano constantemente sobre mi cuerpo, como si mi cuerpo la hubiera integrado en mi ser, me llevó a buscar algo que me hiciera sentir otra cosa que no fuera una mano extranjera y extraña. Fue así como tuve mi primera relación sexual, nada placentera ni agradable también debo admitir.
Conforme los años pasaban me encerré en mis pensamientos y trataba de que no se notara mi dolor al sonreír, creo que fui bastante buena para ello, me tope con personas que prefirieron creerle a él que a mí; que incluso llegaron a invalidar mi abuso, mi historia y me cuestionaron, e insistieron que lo que decía era mentira, incluso llegué a dudar de mi misma. Esa fue la segunda traición que le hice a mi voz, porque dejé de creer en mis palabras, dudé de ellas.
A menudo, se nos cuestiona sobre el por qué no denunciamos, pedimos ayuda o contamos nuestra experiencia, en mi caso, puedo responder a ello diciendo que no tenía las palabras, porque no tenía un lenguaje para hablar de lo que me pasó, y cuando las tuve, las nombraron como mentira.
En ocasiones, aún pareciera que no tengo palabras o lenguaje. Voy por la vida, hablando, soltando palabras al azar y rezando porque tengan algún sentido, me nombro aún sin reconocerme, y así como Woolf resalta que la mujer necesita una habitación propia para desarrollar su literatura o su obra en general, así una mujer que sufrió un abuso necesita un nuevo lenguaje para referirse a sí misma y a su alrededor.
Sigo buscando ese lenguaje, por mientras, estoy en el proceso de reconciliarme conmigo, de aceptar no el abuso, sino el dolor, la tristeza y la rabia que vino después, transformar mi mirada para que un día pueda verme al espejo y reconocerme. Sé que en ese momento el lenguaje volverá a ser mío; por mientras, busco ayuda en amistades, mi hermana, mi mamá y mi psicóloga. Eso sí, la terapia ha sido el cuarto propio que me permite hablar y adueñarme de mi proceso, y eso es algo que no cambiaría por nada.