No puedo ofrecerte una sola flor de todo el tesoro de la primavera
Rabindranath Tagore
Era un 6 de noviembre de 1919, la temporada de monzones en Sylhet (ahora Bangladesh) había terminado y radiaba un caluroso día. El sonido del río Surma que llevaba mucha agua en sus caudales, mecía a Rabindranath Tagore esa tarde. Un grupo de bailarinas de un pueblo cercano llamado Machimpur, dentro del estado de Manipur en la India, lo visitarían ese día.
Caminaba hacia la Alhóndiga de Granaditas, tenía un poco de tiempo libre y estaba preparado para ver el evento. Solo tenía en mi conocer que era una danza tradicional de la India. Existía el actual ajetreo de una noche entre semana en Guanajuato. Pululaba por ahí el típico frío que te rebotaba de los pies mojados por los charcos de lluvia habitando la calle a causa del reciente aguacero. Llegué con un poco de desgano, no esperaba mucho de ese evento.
Krishna se encuentra en el jardín de Vindravan, de pronto tiene el impulso de llamar a Radha con su flauta, más que nada porque Krishna no es nada sin Radha.
—Krishna no es nada sin Radha— es la voz que a Tagore le queda retumbando en su cabeza. Las bailarinas de Machimpur han empezado a bailar, sus movimientos son muy sutiles, sus manos asemejan a los capullos floreciendo. Tagore no puede despegar la vista. Los pies de las bailarinas apenas rozan la tierra, todo parece tan frágil y aun así el corazón de Tagore se conmueve.
Más que conmovido, me encontraba en un trance extraño por las danzas que presenciaba esa noche en la Alhóndiga. El cansancio de mis pies por soportarme en las húmedas escalinatas era tolerable cuando las veía danzar. Un compañero asegura que el trance es por la música; yo a veces pienso que es por Radha.
Es por Radha que nació la primavera, porque su encuentro con Krishna fue tan grato que comenzaron a consumar su amor desplegando miles de colores por toda la tierra. Es un día de alegría en el mundo: Radha y Krishna están por fin juntos.
Por fin juntos, Tagore se unió con esa danza que hace algunos momentos era muy extraña para él. Los colores que lanzaban las bailarinas lo había mandado al éxtasis y eso lo hizo reconocer, como un viejo amigo, algo que nunca había presenciado. El mundo tendría que conocer esta danza.
—Ésta danza se convirtió en drama y no pude notar cuando sucedió—, me dije cuando las bailarinas lanzaban papeles de colores por todo el escenario. Pero incluso ese descubrimiento era menor frente a la hazaña que habían logrado ellas y los músicos ese lunes. Habían hecho brotar la primavera en pleno otoño en Guanajuato, o el 6 de noviembre en Sylhe para Tagore, o simplemente fue la manifestación de amor de Radha y Krishna en ese jardín de Vindravan.
Manipuri Jagoi Marup
Música y danza clásica Manipuri
15 de octubre de 2018
Explanada de la Alhóndiga
Fotografía: Bernardo Cid (Cortesía FIC)