Contemos hoy la anécdota de un visitante cervantino.
Originario de un estado a más de 5 horas de distancia por carretera, un temerario hombre decide aprovechar un boleto de ida y vuelta por menos de la mitad de lo que costaría en una línea regular. Llega adolorido por los incómodos asientos del autobús y se ocupa primeramente en conseguir hospedaje con los mínimos recursos que posee; aunque su casa de campaña fue robada en el camino, se siente satisfecho por un pedazo de concreto en una azotea para acampar. Es sábado por la mañana, inicio del último fin de semana del festival, así que decide dejar el hospedaje a la suerte y adentrarse en el ajetreo de la ciudad.
Recorre las calles del centro todavía tranquilas, se asombra con las construcciones coloniales, los templos y teatros, el enredoso trazo de las pocas avenidas y los infinitos callejones, los atajos misteriosos de la calle subterránea y todo lo que se topa al pasar. Entre los vericuetos de la ruta, arriba a una plaza y el entusiasmo natural ante la ciudad guanajuatense se triplica al hallar cuatro seres fantásticos sobre una especie de lancha. Contempla divertido a los antropoides metálicos que navegan cantando, tocando instrumentos y bailando, mientras imita sus getos en una sesión de fotos para el recuerdo. Enseguida descubre que al fondo hay una casa decorada con telas y en ese instante su travesía austera se convierte en un fascinante recorrido por tierra india.
Transcurre el día del viajero y desde aquel encuentro no ha dejado de buscar oportunidades para convivir con el país invitado. Después de desenmascarar varios comercios llenos de productos “hechos en China”, por fin halla un puesto callejero atendido por un auténtico hindú, quien le enseña la extensa tradición de especias que se albergan en una pequeña samosa.
Aunque su dinero es limitado, intenta conseguir sin éxito un boleto para una función de teatro. Escucha luego que en la Alhóndiga los eventos son gratuitos, pero ya es tarde para hacer fila. Aun así, pasea por los rededores de la explanada y el hada cervantina, que pocas veces se acerca a los andantes, premia su interés sincero con una cortesía de acceso a la zona preferencial. Nuevo en los procedimientos del privilegiado público “con boleto”, pasa las revisiones de seguridad y se mantiene en pie al fondo por la ausencia de buenos lugares. Cuando comienza la función, las filas selectas son liberadas y nuevamente la fortuna le sonríe otorgándole un asiento con vista central para el espléndido ritual de despedida de la India que comienza a sonar.
No como un experto conocedor, pero sí como un comprometido aficionado, el joven reconoce que la música posee elementos característicos de las piezas que usan en ceremonias y festividades hindúes; sin embargo, incluso cuando los artistas portan trajes blancos y turbantes, entre otros aditamentos tradicionales, se da cuenta de que en el rostro y la mirada de esos hombres está la misma expresión de los jazzistas durante las reuniones de improvisación. Ese rasgo le fascina, pero todavía más los ritmos claramente distintos de cada tipo de percusión.
Pasa la velada y nuestro personaje no puede despegar el ojo ni el oído de lo que acontece en escena. Cuando llega el clímax de la presentación donde tres tambores enormes suenan simultáneamente, apenas se atreve a parpadear y no para de hacer exclamaciones, como tantos otros a su lado, de absoluta emoción. Con unas baquetas, un músico se une al ritual evidenciando todavía más el canto particular de cada monumental dhol. Luego los tres se reducen a dos y el espectáculo se torna en una eufórica y velocísima ejecución a ocho manos.
Juan –por ponerle un nombre– piensa durante ese instante sublime, que todas las peripecias del día han valido la pena tan sólo por esa hora de iniciación musical. Ahora puede volver a su lecho de cemento y soportar mientras duerme la tormenta sobre su cuerpo, pues en sus sueños, imperturbable como desde ese momento y por muchos de los días que vendrán, sigue sonando con toda su potencia un dhol de Rajasthan.
The Dhol Drummers of Rajasthan
Dessert Pulse
27 de octubre de 2018
Explanada de la Alhóndiga
Fotografía: Rubén Pax (Cortesía FIC)