Una Mara en cada hija te dio por Juan Mendoza González

Por cada Mara ¿Cuántas chicas desaparecen de zona rural? De las que no usan Uber, ni gas pimienta, ni un taxi, ni un octavo de plana en toda la semana en que desaparecen. Sin denuncia porque en su casa no saben que se debe interponer algo llamado denuncia, con la pura resignación que enseña la miseria, donde la familia prefiere quedarse a masticar los frijoles con los "se iría con el novio", los "o pal norte", los "pos la mandamos a trabajar en la ciudad pero un día ya nomas no nos mandó los centavos, no sabemos en qué casa trabajaba"… Mara, las visibles, son la punta del iceberg.

Con 18 años encima y saliente de un pueblito del Bajío mexicano, mi madre fue llevada a la frontera con Estados Unidos por su padre, donde sin una bendición recibió la consigna de cruzar a Laredo, conseguir trabajo y enviar dinero para terminar de criar a sus 12 hermanos en casa, de los cuáles era la mayor. No era la primera, el procedimiento había sido efectuado anteriormente con otra hermana, el único vago contacto de mi madre en el extranjero congarantía de nada.

Durante años esa familia recibió dinero sin saber de dónde, de qué dirección, de qué circunstancias, y tampoco les importó. Estas dos mujeres pudieron desaparecer, ser descuartizadas, prostituidas o simplemente deportadas y devoradas por ese infierno de impunidad que era el lado mexicano de los setentas. Aún lo es. 

No sucedió por la sencilla razón de que tuvieron suerte, pero la historia de mujeres que sufren una condición combinada de explotación y abandono, condición que trasluce la vulnerabilidad a la trata y al feminicidio, es contante. Décadas de constancia en este país.

Cuando tuve siete u ocho años tenía por amigos a unos vecinos, cuya madre tenía exactamente la misma historia de la mía, en realidad comadres al pasar el tiempo, al parecer era uso y costumbre.

Porque hablamos en este caso específico de los 18 años cumplidos no hablamos de un delito, pero no creo (obvio, sé que no) que el abuelo y la abuela se hayan esperado estrictamente a esa edad para ejercer lo que hoy constituye un claro delito (que aplicaron sistemáticamente) contra los derechos humanos más elementales de 14 críos.

Hace seis años tu servidor era un reportero que le preguntaba a una familia de estatura pequeña y ropa muy sucia, en un edificio de gobierno, si es que estaban perdidos. La respuesta era en un escueto español. Esta gente provenía de Tolimán, en la huasteca queretana, había sido beneficiada por cuatro años con 200 pesos semanales que su hija les mandaba desde Celaya. 

Hacía los mismos cuatro años que no la veían pero recibían “los centavos”. Todo derivado de que un día sujeto los visitó en su domicilio (¿a honras de qué? quien sabe) y les dijo que se llevaría a la muchacha (quien tenía 12 años de edad), atrabajar en una casa en Celaya y les mandaría dinero cada semana. No sabían el nombre del individuo, ni la dirección donde trabajaría, ni el nombre del supuesto patrón, nada. Pero venían a la Presidencia a ver si podían ayudarles a buscarla porque les hacía mucha falta el dinero.

Traté de explicarles que lo de menos era el dinero y que habían incurrido en un delito grave llamado trata, corrupción de menores y explotación infantil, pero fue en vano, su preocupación eran “los centavos” y el reclamo seguro de que la autoridad debía ayudarlos con ese asunto. 

Recordé a mi madre. Hablé al Dif y tengo entendido que el asunto terminó con los padres encarcelados y dos o tres menores dados en adopción. Madre, si estás leyendo esto, perdón, nunca te lo conté, pero así fue.

Hace un mes visité la hemeroteca del periódico donde trabajé muchos años, para buscar una evidencia jurídica que la familia de un amigo necesitaba. Ahí bobeando encontré un ejemplar de 1995, que decía que en la comunidad rural de El Mogote (Comonfort, Gto. Méx.), había sido localizado el cadáver putrefacto de lo que había sido una joven mujer, con muestras de tortura y abuso sexual, pero completamente imposible de identificar, algo que el reportero calificaba como un aparente “crimen perfecto” porque encima de todo, no había una denuncia sobre la faz de la tierra acerca de una joven desaparecida y, pasado una semana, nadie se presentaba a reclamar el cadáver.

Todas estas historias no se cuentan porque quienes las viven desaparecen, y quienes les sobreviven y podrían contarlas ni siquiera tienen en cuenta que hay una historia que contar, qué denunciar. La impunidad emparentada con la pobreza casi siempre se piensa salida del miedo, pero también tiene una honda raíz en la ignorancia, y por ende en nuestro sistema educativo.

Por otra parte las ciudades tienden a devorar la fuerza laboral de las zonas rurales, y hablamos de todo lo que constituye la economía de una ciudad, tres elementos, no más, no menos: la industria, el comercio informal y el crimen. Consumen hombres y mujeres por igual y es inminente que historias como estas sean dadas todo el tiempo, todo el día.

Según el INEGI, para 2010 la población rural mexicana era del 22%, una cifra en declive. Sin embargo es en estas localidades donde el Estado se vuelve un concepto tan abstracto y lejano como completamente ignorado.

Quien ha andado de noche un camino rural, quien ha padecido una enfermedad grave en medio de la sierra, quien ha sido víctima de un delito en medio de lo que los citadinos llamamos “la nada”, sabemos que ahí no hay ley. Tampoco hay gas pimienta, taxis, Uber, redes de apoyo, colectivos feministas, marchas solidarias, periodistas… muchas veces ni siquiera hay señal telefónica o caminos. Plagiar una mujer ahí es tremendamente sencillo y tremendamente impune, y si el crimen –organizado o no- tiene todos los medios para hacerlo ¿crees que no lo hace? Lo hace. Por negocio, por placer, por matar el rato.

Quise hablar aquí de historias muy diferentes a las de Mara, sucedidas en otro momento, en otro sitio, en otras condiciones. De ninguna manera demeritando, sino abordando ángulos no vistos con frecuencia, y que en mi particular visión podrían acumular un número mayor del hoy tan visible fenómeno de la violencia hacia mujeres, la trata y el feminicidio en zona urbana.

Quiero decir –y denunciar- que podría estar seguro de que,estas historias que hoy llenan nuestro timeline de Facebook, con todo lo horrorosas que son, no son ni el 10 por ciento de lo que podría estar pasando, y que si bien no me baso en un método científico estadístico, tampoco hay –no existe, cálense- una institución en todo el mundo que tenga las facultades y elementos para probar que me equivoco.

P.d. Esta columna se llama Corresponsalía de Guerra. Quien piense que este país no está en guerra, que vea el número de muertos, y que vuelva a pensar. Y si se puede, que se quede pensando.

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