Hay cosas que no deberían ser justificadas como bromas o juegos nunca. En los detalles, en los pequeños hábitos, en las palabras comunes se esconden siempre las raíces de los terribles males.
¿Qué peligro puede existir en un juego de niños como la vieja matatena? Cada vez se practica menos, pero en donde sí, ¿qué más puede ser si no un pasatiempo infantil? Maite y Joel también se lo preguntan, sin embargo, lo saben. Ambos se conocieron muy jóvenes; ahora, después de tanto, están frente a frente de nuevo en la recepción de un hospital. “Así juegan todos, para demostrar que son poderosos; juegan para aprender a defenderse y el que se lleva se aguanta, ¿a poco ganar es un pecado?”, piensa ella mientras contempla a un niño en estado de coma en una camilla. Joel también piensa, aunque con voz ruda y alta; para él la culpa no es de su hija, sino del corpulento hijo de Maite, del ímpetu indomable de la fuerza viril. “Hay seres que desde la panza de la madre están tocados por la violencia”, aseveran ambos mientras echan suertes para decidir quién llamará a los padres.
El agua de la Noria de los Gabachos, Sonora, está llena de minerales que dañan los dientes y las uñas, los percuden, los desgastan. El desierto árido es tierra de supervivientes y ese rasgo de la natura permea también en la vida cotidiana. Por ejemplo, en la matatena se lanza una pelota al aire y, mientras cae para volver a tomarla, debe atraparse la mayor cantidad de estrellitas metálicas regadas por el piso en cada turno. Quien no logra la empresa tiene que pagar un castigo, un jalón de cabello, de orejas, un pellizco, una patada, un golpe en el vientre. ¿Qué pasa cuando alguien se resiste a cumplir? Niños, receptáculo de modelos aprendidos, imitadores excelentes de las pasiones y un día agentes de letales crímenes, cobran su pago con violencia e introducen una a una las piezas punzantes de acero: gritos, angustia, asfixia, estado vegetal.
Hace muchos años, Joel pretendía a Maite, callada, pequeña, una muchacha de su casa. Ella no daba respuesta, se dejaba cortejar con incertidumbre por él y por otro, quizá ese segundo el hombre ya acordado para su futuro. Un día, en desesperación por el largo silencio sin respuestas, Joel tomó a Maite a la fuerza y luego ella huyó volviendo después casada y con un hijo. Para entonces, Joel también tenía una hija y una esposa desde el parto fallecida. La niña sin madre es prácticamente un ser masculino, libre, temeraria, fuerte, astuta; el muchacho, por su parte, es alto y fornido, bueno pero impulsivo, tal como Joel. ¿Cómo es posible que hayan reaccionado de esa manera; quién debe llamar a los padres? Resignados, ambos rememoran la última noche de su juventud antes de que siguiera para cada uno la vida; después, se infiere con obviedad el motivo de la resolución: llamará él.
Matatena es una obra escrita por Antonio Zúñiga y puesta en escena por Desierto Teatro, compañía independiente en la Comarca Lagunera desde 2012. El dramaturgo ha observado la función y dice entender hasta ahora las palabras que puso en papel. Este rincón en escena y estas dos voces son la realidad que se duplica idéntica, aunque con matices, por todo el territorio mexicano, país tan negado a cambiar su historia, a reconocerse, quien padece por su propia mano y quien probablemente seguirá repitiéndose cada vez más terrible en los hijos que están por nacer.
Desierto Teatro
Matatena, de Antonio Zúñiga
25 de octubre de 2021
Teatro Principal
Fotografía: Gabriel Morales (cortesía FIC)