III
Cayó sobre mí como roca pesada. De un golpe rompió mi inestable piel. Acostumbrado como estoy al movimiento, no era para mí ninguna novedad. Mejor dicho, no hubiera sido para mí nada nuevo, de no ser por un mínimo detalle: aquella perla extraña que guardaba en su interior. Siendo yo, no tiene sentido poner atención en algo así, pero aquella exquisita pieza nada tenía que ver con las vulgares secreciones de las ostras, aquella perla era invaluable. Con tanto cuidado como fui capaz, rasgué con mis piedras su piel, retiré músculos, moví algunos órganos y la extraje: blanca, brillante, sedosa. Nada ni nadie podrá quitármela.
II
Cuando tronó la pólvora dentro del arma, confundí el sonido con el romper de las olas bajo el acantilado. Por un momento nada tuvo sentido, ni el dolor intenso en el cuello, ni el aroma del agua salada, mucho menos la luz intensa de la luna, que asomaba como perla sobre una colcha de blandas nubes. La noche de los tiempos. Los recuerdos se desvanecieron en mi cabeza y sólo quedó esa luz. El suelo desapareció bajo mis pies y sentí que volaba. Cuando mi cuerpo chocó con el agua, volví a casa.
I
Lo maté por culero, porque la vida es así, sin sentido, sin pies ni cabeza, solo una enorme extensión de nada, llanura (páramo) desierto, mar inacabable. También lo maté por pendejo, porque se dejó, porque así lo quiso. Estaba parado ahí como idiota, creyéndose perla fina, una joya. No costó trabajo: lo llamé, volteó y le metí un plomazo… fin. Lo maté por lo que él creía que era y yo no, nunca lo creí, nunca lo fui.