Son las cuatro con un minuto de la mañana, y es que me he despertado a las tres cincuenta y nueve, llevo dos minutos sin dormir, ¡vaya, ahora son tres!
Me bastaron 180 segundos para darme cuenta de que afuera llueve, tomar un papel, un bolígrafo y comenzar a escribir sobre las historias que he formado en esta hora cuando sólo están despiertas las personas enamoradas. Llevo varias noches con la hermosa mala suerte de perder el sueño por las madrugadas.
Es increíble la velocidad del pensamiento que de forma casi automática, me hace recordarte, no importa qué tan absurdo suene, seguiré insistiendo: que el motor de la mente es el corazón y a él no podemos controlarle.
A esta hora entiendo lo complicada que hacemos la vida real, como en una lucha eterna, porque en esta oscuridad apenas desvanecida por la luz de una linterna, he construido para nosotros un final feliz; que no es un final, porque la verdad apenas es el principio y no es feliz, porque contigo los términos convencionales me parecen tan chicos.
Ha dejado de llover y mi cansancio regresa de nuevo, parece que la dosis que mi mente necesita de ti es suficiente por ahora, pero te extrañaré luego, con el primer rayo del sol, lo increíble es que de día sólo requiero 182 segundos para volver a escribir de ti, para alimentar mi ilusión.