Vida de perro Por Jesus Emmanuel Leon

Si te contara que un vagabundo rechazó la ayuda de un rey, solicitándole a éste que se retirase porque le tapaba la luz y calor del sol ¿Me creerías? Hechos verídicos de una época contada solo en libros de historia y entre las aulas de filosofía, Diógenes era el vagabundo y ¿el rey? El mismísimo Alejandro Magno.

Así es, señores, pero, ¿Qué llevó a un hombre que vivía en una bañera rota en la calle, peleando con perros por comida, a rechazar la benevolencia de uno de los más grandes conquistadores en la historia de la humanidad? La respuesta: el cinismo.

El cinismo es considerado una corriente y no una escuela filosófica puesto que en la antigua Grecia, las escuelas tenían un lugar definido, una estructura y formalidad. En cambio, los cínicos eran la excepción a toda regla, incluyendo las propias. El fundador del cinismo fue Antistenes, discípulo de Sócrates. Él estuvo presente en los últimos momentos de la vida de su maestro, de hecho fue uno de los pocos que lo acompañó la noche en que dio aquella magnánima plática sobre la inmortalidad del alma, charla que plasmaría Platón en su diálogo “Fedón”.

Así pues, Antistenes quedó fascinado/impactado por la serenidad e imperturbabilidad que su maestro mostraba ante la inminente muerte. Fue tan grande la admiración que decidió comenzar a difundir el mensaje que había percibido, ese autogobierno para dejar las preocupaciones de lado, dejar de pensar en cuestiones que, según él, estaban fuera de nuestro control y por lo tanto eran innecesarias.

De esta manera comenzó a reunir personas en las afueras de Atenas, pero también en sus calles, en plazas y edificios. Dicho de otro modo, en cualquier sitio que consideraban adecuado, aún cuando ello incomodara al resto de la población, ésto precisamente fue lo que les brindó “fama”, el ir en contra de toda costumbre y regla social  y políticamente establecida.

Cinosargo fue el lugar donde nació el cinismo como tal, Cinosargo quiere decir “perro veloz” en griego; los cínicos supieron hacer uso de ello con orgullo, convirtiéndolo  en su símbolo al practicar, literalmente, una vida de perro. Pero si hoy recordamos y hacemos mención de Antistenes, es solo porque hubo testigos de su existencia, ya que este quedó superado y opacado, incluso desplazado, por aquel que representó el cinismo mejor que nadie, su discípulo Diógenes, a quien ya referimos al inicio del presente artículo.

Como perros y…¿Ratones?

Ya mencionamos que Diógenes vivía en una bañera rota en la calle, ésta era su única propiedad, además de un manto roído y sucio, así como un bastón; el cual tenía un significado bastante peculiar: el bastón medía la distancia exacta que se debía mantener en toda dirección ante otros individuos, ya que, según su dueño, era la necesaria para mantener nuestra libertad. Y ese era precisamente el punto central de los cínicos: la libertad.

El cinismo sostiene que la felicidad se obtiene a raíz de la libertad, de renunciar a todo objeto y prácticas innecesarias (como el trabajo), de todo deseo de pertenencias ajenas a lo que la naturaleza nos brinda, pues dicho deseo genera necesidades y mientras más tenemos, más queremos, y eso propicia una insatisfacción que conduce a la infelicidad. Éste razonamiento lo obtuvo Diógenes al contemplar como un ratón entraba y salía de su cuevita, que no buscaba más que las migajas que le alimentaban lo suficiente para no morir. De ésta manera, él dijo que se volvió filósofo gracias a un ratón.

Pero como ya se mencionó, el símbolo de los cínicos eran los perros, concretamente los callejeros, porque hacen lo que quieren cuando quieren sin responder ni dar cuentas a nadie, actúan según les conviene y eso es libertad. Lo que más admiraba de los perros es su capacidad de incomodar a las personas, por lo que él se propuso hacer lo mismo ¿De qué manera? Soltando verdades secas, recias, sin decoro, tal cual era.

Bien sabemos que la verdad incomoda a quien no quiere saberla y los cínicos incomodaban bastante, lograban causar intrigas que propiciaban enojos y tristezas, aseguraban que esas dos emociones son los detonantes perfectos del razonamiento, porque te hacen plantearte preguntas que debes resolver ¿Cómo? Mediante la contemplación y el cambio, cambio de actitud, pues al iniciar el razonamiento es preciso recobrar la calma, la tranquilidad, de esta manera logras el autocontrol emocional y la imperturbabilidad ante los problemas. Tal fue el impacto que los cínicos dejaban a su paso, que inspiró a otra escuela/corriente filosófica: el estoicismo, al cual ya dedicamos un artículo previamente.

Como es posible apreciar, los cínicos antiguos poco tienen en común con el concepto actual de cinismo, acaso mantienen la única similitud de mencionar directamente y sin miramientos su forma de pensar, esa desvergonzada actitud de no importar las reglas establecidas.

Personalmente considero hacen falta más cínicos auténticos que nos lleven a cuestionarnos todo, absolutamente todo lo que damos por hecho y sentado, sin temor a ser reprendidos, ser libres de expresar lo que creemos y sentimos y ¿Por qué no? De hacer aquello que nos llena y nos hace experimentar la vida de manera plena.

Historia Anterior

Divagaciones sobre los Stone y las revistas Por Estef Ibarra

Siguiente Historia

Goodbye Eddie. Lucy Cruz Carlos