¿Qué son los recuerdos si no huellas del dejo de una existencia sobre un lienzo en blanco? ¿Qué son los recuerdos si no fantasmas de los días felices y los días amargos en el perpetuo pasado que siempre es el hoy? ¿Los recuerdos evocan realidades pretéritas o son ilusiones para asentarse en un presente difuso? ¿Es recuerdo embustero un sueño de amor?
En la pantalla hay manchas en tonalidades de gris y neón. Debajo, un batallón de músicos que se alistan con sus armas para narrar un fatídico episodio. Al frente, dos potentes manos femeninas que guían la embestida contra las olas impasibles. Más manchas, también líneas, distorsión y luego, cual aedo, una voz.
La imagen ahora es una playa rocosa, la arena, el cielo, la espuma y las oceánicas lágrimas de Orfeo y de quienes oyen en la puerta del averno el ruego de su lira. A la imagen se agregan los pasos de Eurídice, ánima pura que deambula en las veredas de la muerte, que sigue en silencio al poeta, su vivo esposo y su gran amor.
¿Un paso es acaso el límite de la vida, un paso invisible de remembranza y anhelo? Un paso hace falta cuando el ansia de Orfeo se vence ante el silencio y mira atrás: ahí su mujer en un instante plena y luego aire huidizo entre sus brazos. Por un momento, los ojos de Eurídice, “muriendo de nuevo sin palabra de reproche”, lo abarcan todo; ¿“de qué otra cosa habría de lamentarse sino de ser amada”, de vivir en un recuerdo de amor? Otra vez manchas, agonía, desolación.
“Dolor, angustia y más lágrimas son su único alimento”. Así va Orfeo entre las bestias del bosque que lo refugian, evitando contacto con pretendiente alguna, asiendo desesperadamente en la memoria y en el canto su deseo imposible, sin resignarse a una segunda pérdida más letal. ¿Qué puede importar el dolor del cuerpo cuando el alma se desgarra por un tormento intangible, cuando la piel y los huesos son solo carcasa de un ser errante? Las bacantes, en furioso frenesí por la primavera, se vengan del desdén del poeta y desmembran su pecho mientras las piedras del campo se tiñen de rojo y en el lienzo también se refractan los trazos de la vida que llega a su fin.
“Con un último suspiro, su alma se disipa en el viento”, alma que arriba de nuevo a las aguas de los muertos. Entonces no hay miedo, peligro ni tiempo; en el recuerdo ya no habitan fantasmas, sino la unión del amor verdadero. Orfeo precede a Eurídice y puede ya volver la cabeza sin vacilación: vida eterna hay ahora para los dos.
Orfeo es una composición de Silvia Colasanti que sigue la forma del melólogo clásico. En él, la música y el teatro se mezclan en un monólogo cuya intensidad narrativa es marcada por la ejecución sonora. Bajo la dirección profundamente emotiva de Claire Gibault y apoyada con el videoarte de Axel Arno, la Paris Mozart Orchestra dota de sonido a uno de los mitos inmortalizados en la tradición literaria por la pluma de Ovidio. Así, Orfeo habita el recinto: lo que ven sus ojos transcurre en la pantalla, lo que siente su alma lo exclama la orquesta, y su pasión, la agonía y el final gozo, transmuta a los cuerpos de los artistas, desde la directora cuya gestualidad marca el pulso mientras emula la partitura, hasta los brazos que vuelan con los arcos, los puños que impactan en los tambores, las espaldas que se contraen y se extienden, los rostros en escena y de quienes escuchan, rostros de un mundo donde reinan los fantasmas de la muerte, mundo vivo de perpetua aflicción.
Paris Mozart Orchestra
Orfeo
16 de octubre de 2021
Teatro Juárez
Fotografía: Rodolfo García (cortesía FIC)