Dejaré de lado el nombre de quién lo dijo, quien lo puso en la mesa, porque no quiero desvirtuar este valioso debate con el desprestigio que arrastran las instituciones políticas, sea este legítimo o no. Pero hablar de un proceso pacificador –el que sea- en medio de un país en guerra, y que el primer gesto que brote sea fruncido, habla de que quizá, muy en el fondo, la guerra nos ha penetrado y hemos escogido algún bando.
Desde que esta guerra comenzó en 2006, cuyo fruto han sido cientos de fosas clandestinas y cientos de miles de muertos más otra cifra igual de triste de desaparecidas y desaparecidos, secuestradas y secuestrados, esta es la primera semana en la que, desde expertos extranjeros hasta la señora de las tortillas hablaron de paz. Creo que esto es bueno, que es oxígeno, que denota que como pueblo seguimos vivos, es decir, que persiste un interés común, una preocupación que va más allá del individuo pero que tampoco trasciende al interés por otros pueblos.
Los sinónimos lo son según la circunstancia, y cuando hablamos de tanta muerte, de tanta justicia negada, amnistía no es sinónimo de perdón, ni de pacto, ni de impunidad. ¿Qué significa? Esta es la verdadera interrogante, porque de esta definición saldrán los “cómos” y los “quiénes” de un posible proceso de amnistía.
El asunto es que, más allá del diccionario, la amnistía se ha aplicado en diferentes países, en diferentes épocas, a problemas de diferente índole y distintos tamaños, ninguno es igual, y cada uno tiene su noción de amnistía, y a esto hay que añadir que los que saben (y opinan en este y aquel diario) utilizan comparaciones en un afán de encontrar un parangón y dar con similitudes al asunto mexicano pero no, la verdad es que el caso mexicano es único en el mundo, en proporciones, en actores, en causas, en ubicación geográfica. Habría entonces qué construir el concepto mexicano de amnistía, del cual podría derivar la pacificación del país por una buena aplicación, o por una mala, la continuidad de la guerra en formas que no conocemos todavía.
¿Qué es, si no es perdón, si no es impunidad, si no es pacto? Pacto, lo primero a descartar, es aquello que mantuvo cierta paz entre los setentas y los noventas, un contubernio no escrito -y menos público- entre autoridad y narco, paz que permitió que pudiéramos jugar en las calles sin temor de casi nada, pero paz enferma que derivó necesariamente en el crecimiento de la actividad delictiva hasta donde hoy podemos constatar. No hablamos de que hubo y se mantuvoun pacto como tal, sino de una serie de pactos articulados, o mejor dicho, accidentados, según la circunstancia, según el capo, según la entidad federativa y según el mandatario nacional en turno, algunos de esos pactos fueron estudiados y documentados.
No debería la amnistía ser impunidad. En la mayoría de los casos de amnistía no lo ha sido. La amnistía en otras aplicaciones en el mundo ha consistido en alguna suerte de diálogo, frecuentemente ante los tribunales, entre la autoridad y el delincuente, donde en alguna parte del proceso hay la posibilidad de llegar a acuerdos, reducciones de penas a cambio de información, información que sería de valor para efectos de capturas, impartición de justicia, esclarecimiento de casos de desaparición, etc. Una usanza muy estadounidense en la que, impunidad y perdón como tal no existen, hay delito perseguido y hay condena a cumplir por ello. Como en el vecino país, es posible que unos acepten y otros no.
Si hay delito perseguido y hay condena a cumplir, no hay perdón otorgado, pero aquí toca hablar de las víctimas, las y los sobrevivientes directos de la violencia. Seguro que muy pocos estarían dispuestos a perdonar al homicida o secuestrador, pero sí a que se obtenga información de ellos y que, de todos modos, pisen la cárcel, amén de que dudo que haya un capo o sicario acusado de un solo delito, las penas se acumulan, en fin, escenarios a discutir.
Las víctimas que conozco no quieren perdón ni pacto ni impunidad. Quieren justicia y también quieren paz. La amnistía puede ser un camino para estas dos últimas. Para el pacto y la impunidad tenemos unos 80 años de historia, y si se rasca, más.
Las víctimas son tantas en el país que muchas están constituidas como asociaciones, formales o no, y muchas de ellas han creado sus propios planteamientos para buscar erradicar la violencia, la mayoría de las veces sin ser escuchados. Hay que escucharlos.
Y hay que dimensionar la amnistía, porque aunque es un asunto dúctil que vale la pena debatir y analizar como una posibilidad real, tampoco es la panacea, y seguramente un proceso de amnistía en curso no bajará de inmediato los índices de violencia en el país porque faltarían otras condiciones a ejercer.
Entre estas condiciones están, por el lado de la política interior, en aceptar y ocuparse de que la violencia es un mal que proviene de individuos crecidos en una “escases de Estado” en las dos acepciones que se puedan interpretar de lo encomiado, la falta de oportunidades para jóvenes, elrezago educativo, la corrupción, la repulsión del Estado a la óptica de que el problema de las drogas es un asunto de salud pública y no de seguridad, y el nulo crecimiento económico, son ingredientes clave de esta pestilencia, y son cosas que deben cambiar.
En el lado exterior el consumidor vecino del norte se ha distinguido por hacer poco o nada en detener el consumo de estupefacientes provenientes de nuestro lado, y menos por evitar el tráfico de armas a nuestro país, sin que haya una exigencia desde la más llana de las plataformas para hacer un llamamiento de un Estado a otro: la soberanía.
Hoy que el “siempre amigos” ya no es motivo de brindis, que el TLCAN cava su propia tumba, que lamer la bota parece no funcionar ni para atrás ni para adelante, parece un buen momento para que el Estado mexicano se busque la gónadas y procure exigirle al vecino que barra su pedazo de banqueta.
La persona que arrojó el concepto de amnistía a los mediosla semana pasada lo hizo al aire, en un contexto muy local, y por diferentes motivos la cosa escaló a nivel nacional y un poco más allá, derivando debates sobre porqué lo hizo, para qué, si busca esto, si es un mensaje para no sé quién.
El caso es que “amnistía” es un tema en la mesa, algo que aíslo y celebro, y que invito a mantenerlo ahí y hablar mucho, mucho de ello, porque pues, nos hacen falta opciones y esta es la primera que aparece en más de 10 años.
Esta entrega se la dedico a mi hermano Erico, quien fue en sus años mozos lacra juvenil, rescatista, policía y militar, con todos los aspectos deplorables de cada uno gracias a la “escases de Estado” en la que crecimos, él en una parte más purgatoria, de esas que llaman paracaidismo. Tiempo al tiempo, se quitó las botas, tras mucho trabajo fue persona de bien y de familia, siempre buscando crecer, a su modo, como los mezquites torcidos del pueblo donde nos hacíamos los malos. Cuando partió, se fue con todo el honor de las sirenas de patrullas y ambulancias, conducidas por gente que sigue entregando su vida a una guerra sin sentido. A él, con profundo respeto y admiración. “Keep calm and muay thai”.
No solamente se la dedico a él. También a una persona cuyo nombre no sustituiré con ninguno, un músico septuagenario amigo de mi padre, recientemente secuestrado. Después de esto ni él ni mi padre han sido los mismos.
A L., que ha sido asaltada y golpeada dos veces en un mismo mes, y golpeada en un paraje rural por promover programas sociales. En las noches tiene pesadillas y casi no puede dormir. Es madre soltera.
A Bárbara, activista y amiga, violada y revictimizada por la PGJEG. Vino a nuestra casa el día en que ocurrió.
A Víctor, mentor y amigo, obligado a cerrar su negocio y exiliarse en el extranjero por el crimen organizado.
A X. Taxista, parroquiano de la misma cantina que su servidor, encajuelado en su propio taxi después de ser golpeado brutalmente. Pudo escapar por sus propios medios, apareció hace unos días, tiene mucho miedo.
A las víctimas que tú conozcas, con casos iguales o peores. Apuesto a que conoces.
Nada de esto es normal, nada de esto debería estar pasando.