Decidí leer Delirio a partir de la recomendación de una amiga. Ya había visto la novela en las estanterías de la biblioteca pública, justo allí, al lado de autores también colombianos: tres ejemplares de Delirio precediendo al menos veinte de Gabo.
La primera vez que leí la sinopsis lo dejé porque en mi sentido común, leer acerca de la locura del personaje cuando yo misma atravesaba la propia, no tenía mucho sentido.
Melisa, mi amiga, me preguntaba por qué últimamente estoy tan interesada en leer autoras y, en particular, autoras latinoamericanas. La respuesta es muy sencilla: pienso que hay una memoria histórica que sin importar el país de origen, nos hermana; mujeres que han crecido en naciones relativamente jóvenes, en sociedades machistas y clasistas hasta muy entrado el siglo XXI.
De manera asombrosa e inclusive podríamos decir que de forma poética, Delirio narra cuatro historias que tienen como punto de partida la repentina locura de Agustina Londoño. La historia comienza en Bogotá de 1989 cuando al regresar de un viaje, Aguilar se encuentra con que su esposa ha enloquecido y no sabe por qué. Es allí cuando comienzan a aparecer las historias de otros personajes como lo son el abuelo Portulinus, la tía Sofi, el Midas Mclister y hasta Pablo Escobar.
Con narradores en primera y tercera persona, mezclando monólogos con recuerdos, epístolas y diarios, además de los saltos de tiempo que esto supone, Restrepo nos lleva de la mano por la memoria de Agustina, desde la infancia de su madre hasta días después de ocurrida la “tragedia”.
Me parece también importante señalar la presencia de realismo mágico que hay en Delirio, además de la oralidad que no es difícil de distinguir: la presencia del agua, de la adivinación y la supresión de los guiones largos.
Agustina nace por allí de los años 60 del siglo XX en el ceno de una familia conservadora y de apariencias, que prefiere arriesgar el pellejo propio y hasta ajeno con tal de seguir denostando poder. Aparentemente nadie sabe por qué Agustina ha sufrido de episodios de locura a lo largo de su no tan larga vida, culpando a veces a la herencia genética. Cabe preguntarse si realmente ese delirio es algo inoportuno o bien, simplemente una pausa de tan vertiginosa vida.
Laura, el delirio y yo por Daniela Ávila
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