Para el consumidor de arte habituado a la tradición occidental, estar frente a frente con las muestras de Oriente puede ser una empresa fatídica o un hallazgo revelador, sobre todo cuando se trata de un género por excelencia instaurado dentro del canon de las artes clásicas: la ópera.
En años anteriores, la recepción de las óperas chinas ha sido motivo de polémica. Por un lado, los aficionados a la cultura oriental aclaman la presentación tan sólo por la emoción de presenciar un espectáculo tan poco común en estas latitudes; por otro, la mayoría de los espectadores experimentan una especie de desconcierto que, en pocas ocasiones, se convierte en un agrado sincero, y más cuando la obra se basa en un referente pilar para Occidente (como el Quijote, hace un par de años). Sin embargo, cuando se trata de una pieza fundamental para el corazón de un pueblo –tal vez por ello la actitud del espectador esté dispuesta hacer un pacto conciliador–, el acontecimiento puede resultar en suma una experiencia cautivadora.
Esta vez fue el turno para El pabellón de las peonías, obra clásica china escrita hace más de cuatrocientos años y cuya representación completa tiene una duración de veinticuatro horas. Seguramente con conocimiento de las barreras de comprensión que al otro lado del mundo impiden una apreciación positiva, la historia fue adaptada para una hora, incluyendo transiciones más veloces, danzas más dinámicas, evitando en lo posible el sonido de la tan característica percusión y bajando un par de tonos los agudísimos cantos.
El telón se corre y la escena está limpia; solo un rectángulo delimitado por las cortinas negras y la luz. Suena una delicada música y entonces aparecen dos tiernas mujeres, Du Liniang y su dama de compañía, cuyo andar flotante descubre a cada paso ante sus ojos, y en la imaginación de quienes contemplan, un majestuoso jardín. “¿Las alegres golondrinas son las únicas que miran la primavera?”, canta con un dejo de profunda tristeza la grácil mujer. “¿Qué hacen para vivir el brillante día? Todas las flores han abierto, menos las peonías; son buenas pero no de primavera en florecer”.
En el jardín, la joven de dieciséis años sueña con el amor y en una visión onírica conoce a Liu Mengmei, un erudito quien la invita, para impacto de todos los espectadores en un ambiente tan lleno de ternura, a poner la manga del vestido en su boca y compartir juntos un “momento de placer”. Sea por la emoción erótica, por la importancia que representa el personaje o por sus ilusiones adolescentes, el hombre para ella es concebido como un dios y llora amargamente durante el resto de la obra la imposibilidad de su amor, de sus “sueños que se irán con la primavera” y cuyos sufrimientos hallarán descanso tan sólo al morir.
Tema común es en el arte de todas las regiones la intensidad del amor con consecuencias funestas, pero ¿es posible en la realidad que tan sólo un sentimiento cause la muerte? ¿Hasta qué punto de angustia son capaces de llevar las ilusiones? ¿Es la vida injusta por los sueños frustrados o es culpable quien se aferra a deseos incongruentes? Odiamos lo incontrolable, lo inalcanzable, mientas morimos a la espera por lo que parece no llegar ahora ni después. Du Liniang odia al viento de oeste por deshojar los árboles y las flores; con ello descubre y se determina a que la vida, su vida, sea tan breve como una flor y su cuerpo inerte se refugie a la sombra del ciruelo y el sauce anhelando desfallecer.
En síntesis, luego de que la hermosa joven muere de pena, el erudito encuentra azarosamente el retrato que ella pintó de sí misma durante la agonizante espera y en el margen halla inserto un poema que le indica el jardín sagrado para el encuentro. Al mismo tiempo, ella es enjuiciada en ultratumba y, por la intervención de la diosa de las flores, le es concedida la vida para unirse a él. “Te amé cuando estabas viva, te amé cuando estabas muerta, te amo más ahora que vives otra vez”, canta en sus nupcias Liu Mengmei.
Aunque la percusión aguda que guía la marcha entinta un poco el experiencia placentera, permanece y se propaga infinitamente en el recuerdo el majestuoso jardín de las peonías en movimiento que emergen de una delicada y perfecta coreografía, telas asombrosamente convertidas en flores por el encantamiento de una música de amor y la primavera en florecer.
Centro de Desarrollo Artístico y Cultural de la Ciudad de Fuzhou, Jiangxi
El pabellón de las peonías
14 de octubre de 2019
Auditorio del Estado
Fotografía: cortesía FIC