El alma es un océano bajo la piel.
HENRI MICHAUX
El primer sábado de Cervantino despierta con un clima tranquilo, despejado de nubes que amenacen con llover sobre la ciudad llena de propaganda. El Auditorio del Estado no es la excepción y se encuentra engalanado con el anuncio de #51FIC.
Este espectáculo se presentó anoche y hoy es la última oportunidad para verlo. Aún así, sorprende descubrir que no todas las butacas se han llenado. Otra cosa que se descubre en el interior del lugar es la adecuación hecha en las instalaciones para recibir a personas con movilidad reducida, algo que se ha tomado mucho en cuenta en la remodelación de los espacios, como la proyección de un elevador en el Teatro Juárez.
La función de la reconocida Compagnie Marie Chouinard, dividida en dos obras distintas, comienza puntualmente sin esperar a aquellas y aquellos despistados que se han quedado charlando en la recepción y que entran presurosos y apenados para ocupar sus asientos. Esto estropea un poco el inicio, porque, como averiguaremos más adelante, el evento se recarga en el silencio.
En un silencio, pues, comienza el primer acto: una mujer semidesnuda, con apenas unas pezoneras metálicas y un calzoncillo de encaje, corre por el escenario —desprovisto de toda escenografía y cuyos únicos elementos visibles son seis micrófonos que penden del techo distribuidos armónicamente por toda su extensión— hasta posarse en una de las esquinas. Ahí empieza a agitarse su respiración al mismo tiempo que inicia una serie de contorsiones desde su abdomen hasta la parte superior. En una de sus manos, un pájaro rojo y metálico termina depositado en el interior de sus calzoncillos. Quizás el total silencio, pienso, ayuda a los asistentes a enfocarse únicamente en la manipulación corporal que llevan a cabo los artistas y que, conforme avanza la primera obra, Vitalidad radical (extractos) —estrenada en la bienal de Danza Contemporánea de Venecia en 2018—, va requiriendo cada vez mayor destreza y dominio físico, pues es este foco visual la única narrativa posible de descifrar dentro de la función.
Para esta primera obra, el vestuario de las y los bailarines está compuesto por ropa estilo deportiva de colores neón estridente; además, los actos suelen representar coreografías que resultan cómicas al evocar diferentes formas de relacionarse: en pareja, entre amigos, peleas con enemigos, etc. La puesta en escena se apoya en los sonidos vocales que emiten los bailarines y que muchas veces son una adecuación rítmica de su agitación.
La segunda obra, Henri Michaux: Movimientos, da inicio con un nuevo elemento en el escenario que se suma a los seis micrófonos oscilantes: un libro rojo, seguramente el texto del pintor y escritor belga Henri Michaux, en el que está inspirada la obra.
Con una música de fondo a volumen bajo, similar a los cantos gregorianos, aparecen dos artistas entallados en prendas transparentosas ostentando máscaras de bebés, éstas a una escala proporcionalmente mayor a la de sus cabezas, lo que genera un efecto visual grotesco al contemplar cuerpos adultos casi desnudos con dichos rostros. De un momento a otro, una de las figuras le arrebata a la otra su careta y desaparece. La bailarina, sola en el escenario, comienza a danzar y a hacerse cuestionamientos, primeras palabras enunciadas. Tras de ella, aparece un personaje con mascaras: al frente, a los lados y atrás de la cabeza, quien camina girando su cuello al ritmo de unas percusiones minimalistas que se han sumado para cambiar el rostro-máscara y enfrentarse al público junto con los nuevos compases.
Luego de este acto extraño, sigue otro en el que todos los artistas salen con prendas vaporosas que permiten ver su cuerpo desnudo debajo; una máscara de bebé similar a las anteriores cubre la cara de cada uno, quienes se desplazan con movimientos entrecortados y poco fluidos a lo largo de todo el espacio, para luego terminar gateando en cámara lenta de frente a los asistentes. El telón se cierra anunciando el intermedio y dejándonos a todos estupefactos, procesando aquella ilusión óptica tan bien ejecutada, pero indudablemente incómoda.
Luego del intermedio, empieza, a mí parecer, lo más elaborado y trascendental del espectáculo, pues ocurre el montaje, grafía por grafía, del texto Mouvements, de Michaux. Al fondo, una gran pantalla proyecta los trazos de una bailarina, vestida totalmente de negro, graciles y calmados en medio de un nuevo silencio. Poco a poco, su cadencia va ascendiendo, emulando con su cuerpo las grafías proyectadas con mayor rapidez. Sale a escena otro bailarín, también de negro, que la releva continuando la encarnación de los símbolos con una velocidad vertiginosa; la agitación es evidente, pero la seguridad se mantiene durante todo el turno.
Una música de rock pesado va subiendo de volumen, acompañando de manera muy precisa, atinada, el compás de los artistas, cuyo número ha crecido y quienes empiezan, incluso, a colaborar colectivamente para personificar páginas enteras en un solo cuadro. Sus cuerpos fluctuantes entran y salen del centro del escenario; bien podrían ser una metáfora de la mar furiosa donde cuerpos de apariencia líquida construyen toda clase de formas exuberantes, haciéndole honor a nuestro epígrafe del mismo autor: “el alma es un océano bajo la piel”. Si bien, los armónicos garabatos de las páginas en representación no nos dicen nada, sí que nos transmiten una línea temática de movimientos poéticos que logran conectar con las fibras sensibles del público.
La propuesta de esta compañía francesa es bastante interesante: presenta imágenes minimalistas y poco convencionales que, gracias a la destreza corporal de los danzantes, aunado a la inusual selección musical, construyen verdaderos deleites visuales dejando la vara muy alta para la danza contemporánea que se presentará posteriormente durante el festival.
Vitalidad radical (extractos) | Henri Michaux: Movimientos
Compagnie Marie Chouinard
4 y 15 de octubre de 2023
Auditorio del Estado
Fotografía: Carlos Alvar (cortesía FIC)