Ricardo Yépez
Yo rara vez entro en un museo de historia natural sin sentirme como si estuviera asistiendo a un funeral.
John Burroughs
El despojo del pueblo se da hasta en la cultura, han puesto la figura de un ícono popular en jaque al tratar de “legitimizar”, “validar”, o “reconocer”, la importancia de Juan Gabriel en el fértil folclor mexicano. No son pocos los artistas elitistas que ya han tomado la personalidad pública del cantautor como motivo para sus propias obras, e incluso el mismo cantante llegó a presentarse en el Palacio de Bellas Artes.
La falta de capacidad creativa de los niveles socioeconómicos más altos aunado al consumismo desenfrenado del capitalismo llevan a los agentes de la cultura con mayor respaldo económico a ir a “darse un baño de pueblo” y llevarse de regreso hasta el jabón de “toalet”. Míseros nacos sinvergüenza.
Antes de continuar y de que llegue la horda de ofendidos a mi puerta o a mis muros, debo aclarar que no tengo nada contra del artista michoacano, así como no lo tenía en particular el personaje despedido por su institución cuando se atrevió a decir que la imagen del ídolo popular estaba siendo usada para estereotipar a un grupo diverso (sí, hablo de Nicolás Alvarado y de la UNAM). Lo aquí reprobado es todo este proceso de tratar de pulir a un cantante muy amado por el pueblo para ponerlo en un pedestal, lo cual provocaría la muerte de su arte.
Vemos, ya casi a diario, el despojo en las pasarelas internacionales y a favor de grandes capitales con marcas de ropa, utensilios y más artefactos; pero lo vivimos también cuando los músicos sin talento van y copipastean las creaciones del lumpen. Los grupos más marginados se han visto saqueados desde siempre, con el rock en el vecino del norte o en las islas británicas del otro lado del Atlántico y con la diversidad de ritmos afrolatinos, ahora hasta suprimidos en lo que llaman “salsa”, en nuestro país.
En este momento dicho tipo de robo está siendo puesto en el escenario por coreógrafos y bailarines de Tiktok, quienes acusan a otros usuarios de copiar sus rutinas sin darles ni siquiera un crédito. A ti, que lees, te podría resultar irrisoria la mención de este tipo de plagio, pero posiblemente no te ha tocado que una cara bonita o un nombre con mayor fuerza pública (incluso por la visibilidad de sus genitales dirían algunas compas) te calque lo hecho y reciba más crédito, fama y hasta financiamiento por ello.
Sin embargo, la práctica sobre la cual busco poner énfasis es en cómo la carencia creativa de los potentados culturales en nuestro país, quienes consiguiendo calificaciones y credenciales en instituciones pagadas conlleva a una falta de talento en nuestras instituciones públicas y privadas para reconocer, proponer y gestionar creaciones, lo cual deviene el “enaltecimiento” de obras y artistas del pueblo, provocando el confinamiento de la cultura popular en la sepultura de la academia y la expulsión del pueblo a la cultura que le pertenece.
No te extrañe que en algunos años, se hable de Juan Gabriel al lado de los canapés y el vino de supermercado con los mismos términos que se habla de Vivaldi o de Verdi, pero tanto en esos sitios como en el barrio se haya dejado de escuchar.