Fyre: The Greatest Party That Never Happened o es un documental (2019) que he visto recién por la plataforma de la N que muestra, a través de entrevistas y contenido (comerciales, tesminonios) del mismo evento, cómo se construyó la mayor estafa en lo que a festivales de música se conoce. Se llamaba Fyre Festival y prometía grandes artistas, carpas de lujo, comida gourmet y bailes en yates.
Toda la primera parte vemos el entusiasmo y el dinero de los realizadores que, sólo en este mundo podría ser, se hicieron asquerosamente ricos por ideas como una tarjeta de crédito que se ve más bonita que las que ofrecen los bancos. Y esa normalidad va dando la sensación de que la realidad ejecuta lo que la virtualidad establece como formatos del pensamiento.
Es decir, la gran hazaña del evento fue su publicidad. Un gran comercial, filmado de forma casi pornográfica, de modelos y bebidas en un mar del caribe que se apodero misteriosamente de los trending topics de las redes sociales más revelantes. Lo oscuro es la sencillez con la que la tendencia ubico al evento en la obligatoriedad de algo que debe ser vívido sin saber el origen o el imperativo de la celebración. Algo que, al menos en la virtualidad, parece algo normal. Se prioriza el viaje, el paisaje o la imagen de con la obligación del descubrimiento de otro orden de cosas (sabe cuál) que la cotidianidad no proporciona.
Y justo eso es lo que me hizo situar también el documental en el esquema de poder. Hay un fuerte cambio al menos hoy, tal como lo supondría Foucault, que va construyendo nuestra forma de pensar. Es decir, eso que es represión normaliza en lugar de reprimir. No es que el poder venga a dictaminar lo prohibido, sino que va generando consensos que, desde ciertos estratos, pasan ideas como si fueran verdaderas. ¿Por qué? Porque le sirve a sus intereses. En este caso, a ese grupo determinado de gente adinerada porque la idea de exclusivo les hace comprar boletos, invertir en tarjetas y aún más tomar un vuelo a una isla a alguna parte del mundo sin la absoluta garantía de que estarán a salvo.
Por unos momentos, el documental va girando en esa sensación de lo imposible, que raya en lo absurdo: todo el equipo de trabajo va dudando de la realización. No pueden conseguir lugares para hospedaje, no saben cómo resolverán el tema de los desperdicios, ni siquiera si por las condiciones de la playa podrán instalar la maquinaria para llevar a cabo un concierto y, sin embargo, siguen adelante. Cuando su jefe inmediato aparece y desaparece con un teléfono de por medio como estuviese resolviendo algo uno tiene la idea de que efectivamente lo está haciendo. Y justo eso es lo que atemoriza más: el fraude toma otros alcances en estos términos porque parece que no existe mientras un grupo lo respalde. Es decir, todo bien, mientras exista quién lo sostenga. Y esto que parece muy nuevo parece ser o materializar toda nuestra historia en torno a lo político y las distopías. Si no tienen esa plataforma pueden ver ¿Por qué Monzart no usaba el Si bemol? que está en youtube.
