La Muestra (Primera parte) Por: Santino López Marín

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Idea Original por

 Rodrigo Reyna Mejía @gueller_gueller

 

 

Las manos me apestaban a cigarro y el olor a alcohol no me lo podía quitar de la nariz.

 

-¡No mamen! ¿Quién invitó a ese pendejo? —Preguntaba a mis tres amigos intoxicados.

Ese pendejo era el típico pendejo que se la pasaba mal-vibrando todo. Se clava los porros, se acaba las chelas y encima tenemos que soportar que se desconecta.

-No mames, no es por ser mal pedo, pero ¿quién te invitó? alchile —preguntaba
-¿¡¡Apoco sí mi todo meco!!? ¡¡No me quieres ver aquí, córreme padrino, con huevos!! -lo decía parado en medio de todos esperando una reacción y siguió- así con los mismos huevos que tiene Héctor para madrearse a Doña Meche -nadie dijo algo al respecto
-Ya ábrete a la verga, si no puedes convivir mejor vete. —le respondía Beto con una pésima cara.

Beto había entendido que se había pasado de culero con ese comentario. “Héctor” y “Doña Meche” son o eran mis padres, y sí, lo que dijo es correcto. Y estoy harto de todo, de su drama, de escucharlos, de los golpes, del frío de la madrugada, y sus llantos, del olor a cigarro, de sus voces, de su debilidad y de la mía.

Todos ya estaban hartos, le reclamaban, y lo corrían esperando a que este pendejo se fuera. Nos volteó a ver con su mirada y risa, ebria y burlona.

-Mira ten, traje esto para la convivencia. Sé que me pasé de ojete. La paz. –hizo amor y paz con los dedos.

Había sacado una botella verde con acabados detallados, no sabía si era una cerveza o un whisky. Me había molestado, pero sabía que si tomaba de esa botella me relajaría. Todos estábamos agarrando la botella, se nos antojaba muchísimo, cómo si conociéramos el sabor.

-Dale un putasito. ¿No? —me decía ese pendejo.

Este miserable jamás nos invitaba algo, jamás era para preocuparse por hacer algo por los demás, y por alguna razón quería tomar de esa botella con él, de a compas. Todos a mi alrededor discutían sobre de dónde se la había robado, qué era lo que tenía, qué si es una loción. No lo sé, pero estábamos bien… tranquilos.

Entre mis ganas de seguir bebiendo y seguir platicando me di cuenta de que estaba de buenas por ver que por fin todos estábamos de buenas y tranquilos con ese pendejo. Ya no me caía tan mal. El sabor del alcohol era, ardiente y ligero, nada amargo, hasta con un aroma cítrico pero dulce cuando pasa por la garganta. Me arranca un ¡Que rico!

Mientras bebemos y platicamos ese pendejo me comienza a contar su vida, se llama Jesús. Platiqué con Jesús por horas, le platiqué de mí vida también y de los demás. Nos identificamos. Nos recomendamos canciones, y hasta se puso a llorar con nosotros. Él no es una mala persona, sólo es un desubicado como tú o como yo.

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