“Revoluciones” es uno de los ejes temáticos de la cuadragésima quinta edición del Festival Internacional Cervantino (FIC), así como “Revolución rusa” y “Constitución Mexicana”. Aunque dichos ejes buscan ser un espacio para celebrar, reclamar y difundir la libertad y la igualdad, irónicamente hay un área dentro del festival donde tales derechos son agredidos a través la imposición constante de cohibiciones, ya sean explícitas o indicadas entre líneas.
La Sala de prensa “Carlos Ximénez” –nombre en honor al periodista cultural que cubrió desde el inicio y hasta su muerte las ediciones del FIC–, desde cuyos balcones puede observarse a la Paz idealista, es testigo de las contiendas éticas y políticas que enfrentan los que la transitan. Casi una treintena de laptops contemplan a esos individuos atareados que escriben como poseídos, generalmente, poco o nada de lo que realmente piensan, pues, frustrados o resignados, limitan sus impresiones mientras se ajustan al formato y perspectiva de su medio. Cuántas ideas se escapan en ese proceso descreativo donde la prioridad es decir en tiempo algo sin importar que el contenido sea escaso.
Entre los habitantes temporales de esa sala, en recuerdos eterna, hay mentes impresionantes que sólo requieren un par de segundos para emitir una crítica extraordinariamente fundamentada. Unos cuantos de ellos gozan el privilegio –años y sacrificio les ha costado– de opinar con una voz libre de cadenas. Otros, la mayoría, se resignan al papel que les toca y cumplen devotamente su labor, a veces llanamente como cronistas de la hora y el lugar donde ocurrieron los hechos, otras como reseñistas de los detalles del ambiente y la gente, algunas más como simples redactores de una selección de eventos recomendables o imperdibles.
El matiz y la gama de sus prohibiciones sólo ellos los conocen con exactitud, por ejemplo, hasta dónde deben limitarse a un discurso impersonal, ya perdiendo toda identidad detrás de la firma “redacción”, ya dándose licencias para añadir tintes de estilo y emoción, con el riesgo latente de que sus textos sean fríamente mutilados si no es que sus cabezas. ¿Hasta dónde pueden permitirse tener una experiencia y una postura propias? A veces la obligación de comunicar resulta un castigo agobiante, tanto por deber mostrarse imparcial cuando los sentimientos se hallan a flor de piel, como por requerir fingir una actitud de aceptación y entusiasmo hacia algo detestable. Peor aun cuando hay que apegarse a la instrucción de alguien completamente nefasto e incompetente o hacerle el trabajo al inútil y desesperante colega para evitar el hundimiento catastrófico del barco.
“La papa es la papa” se les escapa de repente a varios mientras andan como hormiguitas de arriba para abajo día y noche, casi como un Sísifo con su cargamento de equipo al acecho de una entrevista, una foto, una locación, un boleto.
Entre aquellos cuyos dedos vuelan raudos por los teclados, hay personalidades de todo tipo. Algunos son reservados y en demasía discretos, otros inconteniblemente parlanchines pues, si no pueden hacerlo desde su medio, tanto han visto, oído y pensado que necesitan descargarlo; unos dicharacheros y joviales, otros perspicaces y petulantes, pero todos comprometidos, a pesar de tener que velar la mayor parte del tiempo lo que realmente desean expresar. Como broma del destino, aguantan la tragedia de estar obligados a ocultar la verdad que en sus inicios juraron siempre y a toda costa proclamar.
El periodismo es una profesión que requiere trabajo arduo y consagración. A pesar de las jornadas tortuosas y absurdas cargas que irremediablemente deben padecer, hay bondades por las que los periodistas se mantienen en pie, como el privilegio de espectar en primera fila el acontecer de la vida y el devenir imparable de la existencia humana.
Seres excepcionales acoge la Sala de prensa “Carlos Ximénez”, quienes durante diecinueve intensos días han realizado un periodismo cultural en todas sus variantes, desde la simplemente informativa hasta la absolutamente crítica. Cuán triste es leer cómo sus almas temerarias, por prudencia y mera supervivencia, constantemente se dominan. Pero también son hábiles y en ocasiones –tal como los excelsos maestros del periodismo en épocas de rotunda represión– camuflan sus ideas haciéndolas visibles sólo para aquellos ojos donde puedan resonar con plena libertad.
Yo apenas inicio esta travesía tranquilamente con pausas de once meses cada vez. He decidido escribir en tercera persona como un experimento donde el lector en mi discurso pueda instalarse y por sí mismo también observar, interpretar y juzgar, pero tras mis palabras siempre habito y la voz es mía. Esa libertad para ensayar la pluma –y lo digo ahora en primera persona después de cinco años–, es una de las cosas que agradezco a Golfa (“G_lfa”, diría mi gafete), así como la preciosa oportunidad de crecer junto a esos sorprendentes y diversos personajes aprendiendo de ellos, no lo que debo o puedo, sino lo quiero hacer, decir y ser.
Fotografía: cortesía de uno de esos seres excepcionales