Claudia se acerca a la portería, Xóchitl la empuja, le roba el balón, corre por el centro derecha, Claudia le mete un rodillazo yyyy ¡Maynez entra al show de medio tiempo para lucir su sonrisa recién blanqueada!
Las elecciones son como un partido de fútbol. Como votantes, es nuestra responsabilidad civil elegir América (Claudia) o Chivas (Xóchitl); ponernos la camiseta, echarles porras, gritar su nombre, pelearnos por ellas y dejarlo todo en las gradas porque si nuestra candidata gana, nosotros ganamos. Está clarísimo, ¿No? Así ha sucedido desde hace varias décadas.
La estructura del estad(i)o está colapsando desde su construcción, pero los buenos ciudadanos no abandonan su deber como fanáticos políticos. Por eso, gritamos a los ocho vientos, en Twitter, Whatsapp, Instagram, o donde quepa, que voten por nuestra candidata, porque sus colores son símbolo de la utopía mexicana y sólo pueden ser llevados por la mesías que redimirá tantos años de política fallida. No importa su pasado, ni cuántas veces haya cambiado de colores, hoy viste los que más nos gustan. ¡Todo por los colores! ¡Todo! Traemos la camiseta bien puesta.
Allá abajo, en la cancha, la contienda está clara. Las candidatas se desafían entre tarjetas amarillas y rojas, aprovechando cada oportunidad para meter golazos dignos de ovación. En el proceso, ambas cometen faltas, y son buenas para ocultarlas. Pero nosotros, los que observamos desde las gradas, agradecemos no ser daltónicos políticos; las tarjetas nos ayudan cumplir el deber de votar por quien nos “chingue menos”. Es nuestro derecho ciudadano. El juego debe continuar a toda costa. ¡Todo por los colores! Sin importar las faltas, o que el estadio colapse.
Queda poco tiempo en el reloj, marcador -1 a -1. Éste juego se desarrolla en tiempos difíciles para México. La “bomba” que nuestras candidatas usan como si fuera un balón de fútbol son la inseguridad, la sequía, la contaminación y la pobreza, entre otros temas bastante críticos para la vida de los mexicanos en el futuro cercano. Ellas se pasan el balón una a la otra, mientras todos les aplaudimos y gritamos encolerizados convencidos de tener la razón, que todos voten por nuestra candidata.
Cuando ella gane, ocupará la cómoda “silla presidencial” desde donde podrá descansar tras una merecida victoria. Esperemos que así sea por el bien de todos, aunque nunca está claro a quiénes incluye la palabra “todos”.
Los políticos siempre ganan porque marcan los goles en contra del pueblo, quien sigue perdiendo por pensar que su lugar está en las gradas, desde donde debe observar el juego y fanatizar los nombres de quienes están en el poder. Qué pasaría si formáramos un equipo con nuestros propios colores y lo llamáramos “Revolución”, denunciando las injusticias de las que se alimentan quienes perpetúan las jerarquías sociales de manera radical.
La cancha sigue en juego especialmente después de las elecciones. Tenemos que cambiar la estrategia, unirnos en las gradas y dejar de ser espectadores. Bajar a la cancha y alzar la voz. ¡Alzarla fuerte para sancionar a los servidores públicos que no cumplan sus promesas! Por nosotros y por los menos privilegiados que nosotros. Con mano dura. Somos el pueblo, un equipo que si se mantiene unido ganará el partido contra los políticos de cualquier color. Que no te convenzan de lo contrario.