Para ser libre viento por Joan Carel

Fotografía: Gabriel Morales

La música de una trompeta es la encargada de abrir la escena para los Residuos. Con una vestimenta de telas blancas, cual dios mitológico, es el viento quien da vida al instrumento. “Taaachi… taaachi…” proclama una mujer errante tras una máscara de anciana conforme recorre un camino sin punto fijo, con una canasta enorme sobre la espalda, de la que toma los elementos de utilería para llenar, poco a poco, el espacio vacío.

“Tachi, así es como llamaba al viento mi abuela”, cuenta quitándose la máscara, tradición heredada de las ancestras a las nietas durante incontables generaciones. “Sus casas estaban de cerro a cerro; había que pedirle que viniera y les diera un poco de frescura, una sacudida al polvo, fuerza para seguir y sabiduría para resistir”.

Con la interpretación de Diana Gómez, también dramaturga de esta tragicomedia unipersonal,  se crea un espacio de remembranza y búsqueda de la identidad propia, a medida que se exponen y cuestionan las ideologías inculcadas a las mujeres en los pueblos por tradición.

Fotografía: Gabriel Morales

“Quién como el viento que va y viene a todos lados y en ningún lugar, libre… En cambio, yo todos los días estoy aquí, con esta cabezota que piensa y piensa lo mismo. Las abuelas aprendieron a hablar con el viento porque no sabían que podían irse”.

Las largas ropas de manta en la protagonista se convierten en alas. Después, con ellas y tres varas que lleva en su equipaje, construye un pequeño refugio donde continúa la confesión y el relato. Más tarde, estas se transforman en el rostro de un ser fantástico.

La mujer habla del último recuerdo de su tierra antes de irse, de la imposibilidad de regresar, de que no habrá quien recuerde. Ahí “dejaría de ser joven, pero no triste; la tristeza es herencia familiar, como los recuerdos”. Describe también a la lluvia y las vainas secas de su pueblo, de su sonido mientras las distribuye frente a su choza, de la necesidad que tiene el alma de correr, aunque decir “adiós” implique no tener esperanzas, huir sin vuelta atrás, “decir ‘a la chingada’ es la única forma en que he podido”.

En la canasta también hay unos conos de hilo enormes, que funcionan para dibujar los escenarios en la gran travesía donde la protagonista camina, escala, corre, vuela… Con el abdomen apoyado en uno de ellos, su cuerpo avanza suspendido en el aire, hasta que se encuentra con aquel dios fantástico, títere de varillas que la misma actriz manipula y con quien dialoga al asomar la cabeza por debajo.

Este la cuestiona repetidamente sobre el rumbo de su trayecto y ella, considerando por un momento estar perdida o loca, se pregunta si es deber ir hacia un destino. “Aprendiendo a olvidar, mi historia se convierte en la historia de cómo no tener una historia. Todas se repiten, por eso hay que olvidarlas; somos mucho más de lo que ellas nos recuerdan que somos: nada, un ser aparte, solito”.

Fotografía: Gabriel Morales

Mientras entona la popular canción “Mañana, me voy mañana”, la mujer entra a la canasta y acomoda unos hilachos en su contorno; después, se levanta con ella como un ‘tiliche’: “no me quedo ni me voy, solo quiero estar contigo”.

Al frente del escenario, cubre su cuerpo de barro mientras explica que así eligió vivir: “Abandonado, muriendo, dejando lo que puede ser para ser. (…)  Yo no elegí, acepté la muerte porque es la única forma de vivir. Soy muerte, vaciada estoy de mí, lo único que me queda es esta vida sin fin”. 

Con sus propias manos y vestida solo con arcilla, la heroína se envuelve en un petate y el viento se va de a poco, cómplice y testigo, dejando atrás la mortaja, alma libre finalmente en tierra solemne.

La obra tiene una duración muy breve (cuarenta minutos). Por momentos hay risas auténticas y fuertes, pero de principio a fin está presente el elemento ceremonial y catártico de la aventura transeúnte, cual mitología atemporal y omnipresente, aunque la sociedad parece ser distinta a la de nuestras abuelas, aunque nuestra cultura tan arraigada dé indicios de estar cambiando, aunque pensemos diferente… ¿De qué estamos huyendo; requerimos un destino; hemos logrado emprender ese tan necesario viaje del olvido?

Fotografía: Gabriel Morales

Residuos (lo que queda de mí)
Diana Gómez
24 de octubre de 2024
Teatro Cervantes

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