En estos días se estrenó Roma, el nuevo filme de Alfonso Cuarón, en la plataforma Netflix. Semanas antes, una intensa campaña mediática y una exhibición conspicua aunque independiente del duopolio de la exhibición, conformado por Cinépolis y Cinemex, sirvieron para posicionar la película en el foco de la opinión pública.
En este contexto, me fue imposible evitar escuchar algunas declaraciones de Cuarón sobre su obra más reciente. Se trata de una cinta muy personal, dice el cineasta, que recrea minuciosamente la Ciudad de México de 1970 y 1971, en particular “el departamento” “de clase media” en que vivió el cineasta con su familia y su personal de servicio durante su infancia.
La trama de Roma es mínima, casi anecdótica, pero el uso de los recursos cinematográficos como la fotografía, el diseño sonoro y de producción es a tal punto magistral que el espectador, en medio de un plano secuencia largo, bien coordinado y ejecutado, puede sentirse de pronto distraído, por la recreación impecable de la ciudad, por la belleza de los encuadres y la utilería, del hecho de que no está pasando realmente mucho.
La cinta cuenta la historia de Cleo, interpretada por Yalitza Aparicio, una joven mujer mixteca que trabaja como empleada doméstica en el antedicho “departamento” de la infancia de Cuarón que, sin importar lo que diga el cineasta, no es tanto un departamento como una casa bastante amplia, con sala, comedor, cocina, biblioteca, sala de televisión, varias recámaras, patio, cochera, cuarto de servicio y azotea con lavabo y tendedero, y no es tanto de clase media como, por lo menos, de clase media alta, hecho que se confirma cuando se nota que la familia tiene a su servicio dos empleadas domésticas y un chofer, posee dos automóviles y tiene cuatro hijos a los que no les faltan ni juguetes de lujo.
Esto, que aparentemente es un escrúpulo demasiado estricto de mi parte, en realidad tiene peso a la hora de interpretar el filme.
La película comienza con Cleo llevando a cabo sus labores de empleada doméstica. Conocemos a la familia, compuesta por el señor, un médico del IMSS, su esposa, interpretada por Marina de Tavira, sus cuatro hijos, el mayor de los cuales tendrá unos once años, y la abuela.
Desde los primeros minutos, entendemos la dinámica de patrón y empleado que priva en esa casa. Mientras la familia ve una película de Tin Tan en la televisión, en la noche, la señora manda a Cleo a que le haga un tecito al señor. Cleo baja, obediente, y conocemos a su compañera, la otra empleada, cuyo nombre, si lo mencionan, no lo recuerdo. Vemos, más tarde, que tanto a Cleo como a su compañera y amiga, se les restringe el uso de luz eléctrica y se las fuerza a pasar parte de la noche a la luz de una vela. La señora es déspota con sus empleadas, y las somete a un trato caprichoso, sujeto a su emoción impulsiva. Se les grita y se las somete a un empleo que incluye la limpieza de la casa, el lavado de ropa, la preparación de comida, la crianza de los niños y hasta la limpieza de las cacas del perro; vamos, el patrón no es capaz ni de cargar sus propias maletas, ni la señora, esto a pesar de que sabe que Cleo está embarazada.
De entrada, la familia es odiosa. El padre finge un congreso en Canadá para desaparecerse de su casa y abandonar a la familia para irse con otra mujer. La madre, además de maltratar a la gente del servicio, entra en una depresión que la inhabilita como personaje durante buena parte de la película. Hasta el niño mayor parece insoportable, incluso antes de enterarse de la separación de sus padres.
Continuando con la anécdota, en medio de la separación del matrimonio de sus patrones, Cleo conoce a un hombre, Fermín, que resulta ser un entusiasta de las artes marciales. Demasiado, en realidad. Y es un patán, porque embaraza a Cleo y luego se desaparece para entrenar con los halcones o algún otro grupo del estilo (acuarios, abejas, Panchos Villas, etc.) en preparación para el tristemente célebre Jueves de Corpus, que resulta ser una de las escenas más acabas de la película, pero que termina por tratar una de las matanzas de Estado más negras y repudiables de la historia reciente del país como un suceso anecdótico que precipita el parto de Cleo, sin profundizar ni comentar nada más.
Pero la niña de Cleo nace muerta, en una escena que es, también un punto alto emocional y que, debo confesar, me dejó helado.
Cleo, imposibilitada para formar una familia, va a la playa con la señora y los niños, y es aquí donde ocurre la escena clave a la que hace referencia el afiche de la cinta, en la cual Cleo salva a la niña del ahogo en el mar, un hecho que se nos anuncia con no uno, ni dos sino, al menos, tres líneas de diálogo, tras lo cual se le afirma a Cleo que la quieren mucho, y que ellos son su familia, durante un abrazo grupal.
Sólo que no, porque, en la última escena, cuando llegan a la casa, la niña, mientras le cuenta a su abuela que Cleo la salvó, manda a esta última a traerle un licuadito de plátano, hecho que aprovechan los hermanos para pedir Gansitos.
En fin, Roma es una cinta de contradicciones. Se presenta con una técnica impecable, grandilocuente, una recreación escenográfica de altos vuelos, una foto y diseño sonoro excelsos, pero cuenta la historia de una muchacha, Cleo, a quien, a pesar de que es la protagonista, no alcanzamos a conocer, porque su personaje está escrito siempre en la lógica de la sumisión y la obediencia, incluso en su vida privada, en que es víctima perpetua de las circunstancias. El único momento de confrontación viene cuando busca a Fermín para que se haga cargo de sus responsabilidades paternales, pero incluso allí su intento se ve mermado con relativa facilidad, y Cleo se resigna a su situación y se lo revela a su patrona, con terror fundado de que la despidan. La familia se presenta como la familia de Cleo, pero la someten a un trato indigno y clasista. Cleo no parece tener horas de descanso, ni tareas delimitadas, y los momentos en que una integración de ella a la familia parece insinuarse son rápidamente rotos por la intromisión de la dinámica del patrón y la empleada, por lo que uno no puede sino sospechar que ese discurso, cuyo gesto se halla en el afiche de la película, es artificial. La misma Cleo es tratada por el guion de manera sumamente infantil y melodramática, lo que no deja de mostrar cierta condescendencia que podría leerse como clasismo y racismo intrínsecos a la visión de Cuarón de su infancia. El resultado parece querer maquillar o idealizar una relación que, aun en la película, es transparentemente abusiva hacia la protagonista, aun cuando la cinta se esfuerza en mostrar atisbos de una relación de parentesco casi familiar.
Con todo, es un filme que hay que ver, porque estos contrastes y hasta contradicciones entre el discurso expreso del cineasta y el discurso contenido en la película dan para discutir muchas cosas, como las relaciones entre patrones y empleados, la pregunta sobre si la situación actual es mejor, las relaciones de clase, la relación ambivalente de la familia hacia Cleo y hasta el poder deformador de la nostalgia.