V.S. por Luz Atenas Méndez Mendoza

Antes de darse cuenta, Landon ya estaba sobre la camilla, observando al techo completamente blanco. Le sorprendía bastante, pero no encontraba ninguna mancha en aquella base que se encontraba a escasos metros hacia arriba. Había pasado la revisión de rutina con la ya acostumbrada facilidad y, ahora en la quinta sesión, esperaba que le dijeran algo sobre el avance de la investigación.

 

No era el acuerdo que tenían desde un inicio. Eric no le había mencionado nada sobre los resultados, solamente le proporcionaba dinero a cambio de un estudio constante de su ADN y su relación con el cambio de su alimentación y hábitos de vida, mas no había otra palabra o frase en el acuerdo; “sencillamente, soy de esos a los que les place gastar el dinero en investigaciones ya hechas”, mencionó Eric la última vez aque se habían reunido, hacía ya una semana.

 

—Todo listo, sólo sentirás una pequeña molestia, como siempre— le decía la enfermera en turno, la cual siempre cambiaba con cada sesión en la Clínica.

 

Landon se limitaba a sonreír. No descartaba la opción de que, algún día, por alguna extraña razón, alguna de esas guapas enfermeras le llamara al móvil; “he anotado tu número de tu expediente… Y no sólo eso”, se imaginaba que diría la voz femenina al otro lado de la línea, proponiéndole algo poco ético para la relación paciente-médico. Empero, nunca pasaba eso. Regresaba a su casa solo, vagando por el Strip, pensando en el menú del día y en lo que tenía en la despensa; recordaba a Oliver y cuánto le faltaba para hacerse con el mando del negocio, y las quejas de Jacqueline sobre el asunto. Chasqueaba los dedos, de repente, en alguna tonada que se le viniera a la mente.

 

Tal vez, pensaba, dejar el tabaco había sido lo más difícil; no llevaba calada desde hacía más de un mes, cuando había iniciado con esta “nueva vida”. Reconocía, ahora, que a veces le parecía que su cabeza pesaba más cuando inhalaba el humo del cigarro, haciendo el esfuerzo debido con los pulmones. ¿El alcohol? Se había vuelto un hábito, el cual ahora había cambiado por una mezcla “recomendada” por Eric: agua con limón. Helada. En las mañanas y en las noches. Durante el resto del día, todavía, podía beber alguna soda o jugo de fábrica. Se le había permitido el vino, aunque según el plan le quedaban unas 3 semanas para seguir bebiéndolo.

 

Al menos le pagaban bien por “donar sus genes a la ciencia”; nunca había sido un hábito el estudio, pero ahora se preguntaba si no habría tomado el camino equivocado. Comparaba su vida con la de Eric, a quien sólo conocía por un nombre de contrato y una propuesta para dichas sesiones en la Clínica. Sabía que era alguien de renombre, que le gustaba el tabaco y que siempre vestía bien, puesto que su Clínica era una de las más famosas de Vegas, el día que le conoció tenía un cigarrillo entre los dedos y olía a tabaco y, finalmente, nunca le había conocido con ropa “casual”: el hombre, el Médico, siempre vestía traje y su cabello y aspecto denotaban cuidado y orden. Al contrario, Landon era alguien que se vestía con lo primero que encontraba en el clóset y solía alternar su calzado entre dos pares de botas y uno de calzado deportivo. Aunque había algo que lo tenía con duda: ¿de quién era el ojo que siempre observaba Eric? Había un cuadro de poco menos de 15 centímetros de ancho, posado eternamente sobre el escritorio de Eric, mirando hacia él. Landon lo había notado desde la primer sesión, y siempre le daban escalofríos cuando observaba la gama de azules de ese ojo: era un ojo de mujer, ciertamente, pero de ahí en más, nada. No tenía nombre, ni alguna otra etiqueta, y el marco que contenía su fotografía era negro y sobrio, como todo en Eric y en su oficina y en su clínica. Como él, Landon, no era.

 

—Deberías cuidar tu aspecto. Para tu edad, no es bueno creerse invencible; ya llegarás a mi edad y tendrás el peso de tus acciones sobre los hombros, en las rodillas y en el aliento— le había dicho una vez Eric.

 

Landon negó con la cabeza, haciendo una mueca con la boca, la cual se veía forzada hacia el lado derecho de su cara, específicamente. No era que hubiera pasado la mala fortuna de tener una parálisis facial, sino que le gustaba mostar en demasía su desagrado sobre algún tema, en este caso el de su aspecto personal. Si las chicas no se quejaban, si lavaba la ropa para usarla durante la semana y si tenía el dinero suficiente, para él era lo único que importaba.

 

Eric anotó algunas cosas en su agenda. Luego tomó una tarjeta en blanco que reposaba en un pequeño contenedor sobre su escritorio y escribió algo en ella, deslizándola posteriormente por encima de la mesa, en dirección a Landon.

 

—Te he citado para mañana. Necesitamos discutir algunas cosas sobre tu colaboración— enderezó su torso y se llevó ambas manos a la nuca, enlazando los dedos y observando a Landon —, necesito saber otros detalles, y no te preocupes, está en el contrato que firmaste que puedes negarte a darlos. Pero lo mejor sería que lo hicieras. Uno nunca sabe cuándo, hasta el más mínimo detalle psicológico, sociocultural o como quieras llamarles, puede afectar o ser afectado en estos casos.

 

Landon no sabía de qué mierda hablaba Eric. Sin embargo, no se le conocía por ser un cobarde y, mucho menos, por esconder las cosas.

 

—No te preocupes, mañana aquí estaré.

 

—Te he pedido antes que no me hables de “tú”— le respondió en seguida Eric.

 

—Vale, no se preocupe— Landon se encogió de hombros, luego tomó la tarjeta y la guardó en el bolsillo del pantalón. Acto seguido se levantó del asiento y caminó hacia la salida de la oficina —, ¡hasta mañana, Doctor!— hizo un ademán con la mano derecha y salió de la estancia.

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