YUME por Linette Camargo

El camión se movía a través de una serie de paisajes oscuros y lúgubres. Junto a mí ibas tú, mi amiga. Platicamos largo rato mientras nos dirigíamos a un destino que por alguna razón no lograba recordar.

  • ¿A dónde vamos? – pregunté.
  • Tú lo sabes, fue tu idea – me dijiste tú, aún mi amiga.
  • Es verdad – le dije creyendo recordar a medias los planes de ir a aquella ciudad de locos.
  • Ya vamos a llegar

Luego de unos minutos el camión se detuvo ante un edificio más ancho que alto y de color tan triste como el resto del paisaje. Bajamos cargando un par de mochilas por todo equipaje. Una señora a la que no le vi la cara nos condujo a nuestra habitación y todo el tiempo las lagunas en mi mente se hacían más grandes: no recordaba haberme subido al camión, ni parecían coherentes los planes que habíamos hecho para llegar allí. Pero no importaba ¿verdad?, la habitación era agradable, bien amueblada; y nosotros la pasaríamos bien en ese lugar por el tiempo que estuviésemos ahí.

Revisé entonces los cajones de mi cómoda. En el primero encontré un celular que era mi primer celular o al menos lucía casi idéntico, mas no podía ser el mismo, el que años atrás había desechado. De pronto llegaron mensajes, cientos de mensajes por mis años sin tener el aparato conmigo. Asustada voltee a verte a ti, mi amiga, y te encontré sonriente, viendo el celular como si también lo reconocieses.

  • ¿Lo habías visto?
  • Claro, es tu celular – me respondiste calmada –, estaba perdido ¿no? ¿Dónde lo hallaste?

Tú, mi amiga, no conocías mi celular, extraviado muchos años antes de conocerte. Desconfié de inmediato de todo y la idea vino a mi mente de pronto.

  • ¿Qué hicimos antes de subir al camión?
  • ¿Otra vez con eso? ¿A qué te refieres? No hicimos nada… no hay nada…
  • ¿No, verdad?… entonces tiene sentido
  • ¿Qué tiene sentido?
  • ¿No lo ves? Estamos soñando. Nos quedamos dormidas, debemos despertar ya – te dije apremiante, aterrada.
  • Es imposible, ¿cómo habríamos de estar en un sueño?
  • Piénsalo, ninguna recuerda qué pasó antes del camión, el trayecto lúgubre hacia acá es todo nuestro mundo, cualquier otro recuerdo es sólo un maltrecho boceto de una realidad inventada en el momento.
  • Sueño o realidad, salgamos de aquí, me estás asustando – dijiste tú, ¿mi amiga?

Comenzamos a golpear la puerta de nuestra habitación intentando abrirla, sin lograr ningún progreso cambiamos de objetivo. Golpeamos el muro que iba y venía entre la textura del cartón, la del cemento y la de la tabla roca. Al fin hicimos un hoyo y vimos el exterior pero donde debía haber un pasillo sólo estaba otro cuarto, idéntico al nuestro sólo un poco más oscuro.

Voltee a verte pero no estabas tú–mi–amiga, sino tú–mi–vecina, niña odiosa que ves desde tus pequeños ojos con superioridad, corriste a tomarme de la mano, a lo que hice un gesto repelida. Intentaste entonces llevarme contigo a aquél cuarto oscuro donde vi el otro hoyo aún más aterrador asomado en la habitación nueva y a través de él creí ver el atisbo de otra habitación aun más oscura, aún más lejana, como en una casa de espejos, el reflejo se reproducía hasta el infinito.

Y te vi con desconfianza a ti, mi madre, me pedías ir contigo a cenar al final del pasillo inexistente. Te miré con odio porque comenzaba a saber que no eras ella. Y dejaste de ser un solo individuo ya que de un momento a otro apareciste tú, múltiples veces: los niños groseros de mi infancia, los monstruos de la noche, la familia incómoda de las reuniones familiares. Apareciste ahora, mi padre, con esa mirada dura pero eternamente preocupada con que despedías sin abrazos ni palabras. Y te miré con desconfianza, con la misma dureza que yo también tenía en los ojos pues la había heredado. Asíu que eras y no eras, también fuiste mi perro con su ladrido coqueto-lastimero buscando llevarme a ese laberinto de jaulas que empezaba en la habitación oscura.

Te ignoré así, en todas tus presentaciones, en todas tus terroríficas añoranzas y apatías. Fui hacía la otra pared y también comencé a hacer un hoyo, golpeando el material inestable que mutaba como tú lo hacías. Sí, también eras tú, la casa. A ratos la casona de mi tía An donde pasaba las vacaciones años atrás, luego la habitación de un hotel vagamente familiar y durante un momento incluso te parecías un poco a la casa de los abuelos.

Me harté entonces de tu juego: grité mientras golpeaba la pared con mayor tesón que antes.

  • No te creo, no me harás odiar o temer, ni amar, ni extrañar ni sentir nada aún con tus máscaras, con tu locura, con tu remolino de recuerdos.

Y como la caja de pandora abierta ante mí, escuché los pasos de cien monstros aproximarse a través de los hoyos que yo misma había hecho. Me paré derecha a esperarte, con los dientes apretados y la resolución de no espantarme. Todo el tiempo intentando recordar la fórmula perdida para despertar de un mal sueño y todo el tiempo olvidándome de cualquier cosa fuera de esa realidad. Entonces apareciste en medio de los monstruos, fuiste la última de tus facetas, no obstante, la más dolorosa, con tu par de largas trenzas, tus ojos sabios y tu sonrisa tierna, mi hermana. Sin embargo cometiste un error pues me hablaste tan madura como ella pero sin el calor ferviente de la infancia, sin la alegría de alguien que sigue amando la vida.

Entonces por fin pude darte la espalda, nada de lo que me mostraras lograría cambiar nada, no te podía vencer, no puedo vencer… y tú tampoco, que no eres y eres. Que no tienes forma, ni esencia, ni mundo, ni realidad.  Que sólo apareces cuando cierro los ojos aunque estás todo el tiempo allí.

Cuando desperté… nada, NADA.

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