La fascinación que prometen los libros que retan al lector suelen provocar una necesidad de resolver el misterio que encierran sus páginas. Tal vez más de uno se ha mantenido en vela, noche tras noche, hora tras hora, con los ojos pegados a sus páginas como si estas tuvieran el secreto que guarda la vida (aunque posiblemente el libro de la muerte de los egipcios tenga algo que argumentar a su favor en este punto). Entonces, leer un libro que, en medio de sus páginas, desafía abiertamente al lector, sólo puede tener dos posibles resultados: o la suspensión parcial (a veces definitiva) de su lectura, o en un frenesí incontrolable fruto del deseo de devorar ávidamente cada palabra, hasta verse saciada la necesidad de respuesta ante tal provocación al intelecto.
“Tengo un relato. Pero tendrás que esforzarte para encontrarlo” es el desafío que David Markson (1927-2010) propone a aquellos lectores demasiado osados que tienen la valentía de aquel que se siente cómodo ante cualquier situación o la locura de quien disfruta de un buen jugo, para descifrar los secretos que oculta La Soledad del Lector, novela publicada por primera vez en 1996 por Dalkey Archive Press en su idioma original y traducido al español en el 2012 por La Bestia Equilatera.
No voy a pretender confinar tal construcción literaria en un solo género literario, puesto que esto significaría abrir un debate acerca de los límites que hemos edificado entre un género u otro y ese no es el objetivo principal de este texto en este momento. Sin embargo, si haré una corta mención a la sutileza de su estilo. La astucia de la que se sirvió Markson para tomar ciertos recursos discursivos propios de las novelas psicológicas y combinarlos con un acento de misterio, encontrado en el entrelace de la narración y la vorágine incontrolable de datos, dio como resultado una coqueta experimentación entre la ficción de su voz narrativa y la cruda y adictiva realidad, con un final que si lees entre líneas, puedes llegar a vislumbrar casi de inmediato, pero que, si te dejaste embargar por el aura de intriga y sigilo que aumentaba conforme la historia avanzaba, entonces se transforma en uno que no podías ver acercarse.
La historia que propone el autor se encuentra trazada en 4 escenarios conectados por la sinuosa narración, pero que cada uno representa un aspecto de la personalidad de “el lector”, es decir, el escritor de la historia, en primera persona: el bosque, el cementerio, la paya y el escritorio con su lámpara de luz amarilla. Dentro de cada uno de estos se narra la posible historia de “el protagonista”, quien es el personaje principal de la obra que “el lector” comenzó a narrar; aunque los escenarios son distintos, la conclusión de este personaje se mantiene igual: es una persona solitaria, que podría o no tener una familia, hijos, amigos incluso, pero que ha decidido alejarse de todos ellos para contemplar su propia soledad. Mientras la historia del Protagonista se traza, el lector realiza pequeñas observaciones acerca de su propia vida, la cual es tan solitaria como la que dibuja para su personaje. A la par de cada historia, cientos de hechos históricos, direcciones y fechas, nombres unidos en un solo párrafo y datos públicos y personales de personalidades conocidas como santos, artistas, científicos o familiares de estos, son revelados de forma aleatoria, pero no inconsciente: cada pequeña pista dejada intencionalmente en cada oración actúa como un acto premonitorio del final definitivo de la historia del Protagonista y tal vez, del mismo Lector.
Aunque no es la única novela que David Markson ha escrito con este estilo, es una que me llena de adrenalina cada vez que tomo el valor de abrir sus secretos y que reúno la suficiente locura para leer a través de cada línea y ahogarme en el océano, o perderme en el bosque, junto al lector y su soledad.