Kusama acumula en lo largo de un estudio miles de obras de puntos. Hace de la interioridad el color. Me gustaría ver el film de Martín Rietti sobre la artista, pero nunca lo he visto en una cartelera local. En su lugar, imagino escenas de momentos en los que pude repetir acciones, gestos, una palabra que pudiese poblar el ancho de un sitio, un lienzo o la mente en blanco. Tampoco pude ver su exposición en México porque entonces no tenía trabajo y un viaje no significaba más que otra semana de vida.
Vi muchas selfies de su muestra. Si es grupal: ¿por qué le decimos una imagen del yo? Un rostro, junto del otro, también puede ser una ensoñación porque multiplica uno de los planos de la realidad. Si salgo a la calle y me encuentro de frente con los extraños en teoría sólo puedo percibir sus figuras a los lejos y sus trayectos (aún de éxodo). De ahí la anomalía en la composición: un punto, un punto, un punto. Asumir que la materialidad está compuesta por átomos.
Me hubiera gustado encontrarme con la Kusama falsa que estuvo en una silla de ruedas durante su visita al país. Hubiera sonreído como si se tratara de la persona o probablemente me hubiese escondido detrás de una obra para no constatar su existencia (porque veces las cosas nos parecen mejor cuando no las vemos). Un camión lleno, alguien que llora, un olor raro y una casa vacía: tenemos el infinito en la punta de la lengua.