Querida Liliana Heker, tu artículo “Exilio y literatura” (en El Ornitorrinco, Buenos Aires, enero/febrero de 1980) lleva como subtítulo “polémica con Cortázar” Nunca he olvidado que “Polémica” se emparienta con “polemos”, la guerra, y por eso detesto la palabra y prefiero sustituirla mentalmente por “diálogo”; del tono de tu texto deduzco que también ésa es tu intención, y que lo de “polémica” es más bien una ranada del ornitorrinco, si me permitís la hibridación, para que los lectores más belicosos se relaman las fauces anticipando sillas rotas, tirones de camisa y otras demostraciones propias de intelectuales ansiosos de verdad. No les daremos el gusto, pero desde luego buscaremos la verdad, tan lejos el uno del otro en el espacio pero desde un terreno común que, lo sé de sobra, compartimos y queremos.
Para esto, sin embrago, hay un problema que no pareces haber pensado: al hacer públicas tus críticas, me invitas obviamente a responder a través de El Ornitorrinco o del cualquier órgano de prensa argentino. ¿Pero qué prensa? A mi afirmación de sentirme dolorosamente separado de mi pueblo en el plano cultural, después de prohibiciones inequívocas, contestas que exagero puesto que incluso se me lee en “los suplementos culturales de los diarios”. Sí, es cierto, en la medida en que esos suplementos seleccionan los textos que les envía la Agencia EFE, a la cual destino también esta carta y que distribuye sus materiales en diversos países ¿Te has preguntado qué textos seleccionan esos suplementos? Respuesta: los exclusivamente literarios, cuando en estos últimos tres años he escrito sobre todo artículos directamente referidos al estado de cosas en nuestro y nuestros países ¿Qué satisfacción puede tener alguien como vos leyendo un texto mío cuya publicación depende exclusivamente de que no contenga una sola línea que moleste a los dispensadores de la libertad de expresión?. En resumen: si quiero que esta respuesta, que EFE va a enviar a esos diarios que todavía me publican allá, te llegue como carta abierta, tengo que redactarla como vos has redactado tu texto, es decir hablando de todos menos de lo que pone en marcha ese todo. Y pasa que yo no tengo por qué escribir así puesto que mis artículos se publican en muchos otros países y esa es mi manera de dar a conocer lo más ampliamente posible lo que me parece necesario y útil, y a la vez confiar en su ingreso, por diversas vías, a su destinataria natural que es la Argentina. Curioso cambio de cartas abiertas, como ves, en el que vos evitas hablar de lo único que en el fondo me interesa hablar a mí, y yo preveo que mi respuesta sólo te llegará un día indirectamente y no en los suplementos dominicales de Buenos Aires, a menos que estos te la ofrezcan amablemente recortada ad usum delphini.
Para empezar este imperfecto diálogo, se me ocurre que no tenías demasiadas críticas que hacerme; en todo caso el hecho de que apruebes mi punto de vista general sobre el exilio de tantos intelectuales latinoamericanos (en el sentido de volverlo afirmativo y combativo, quitándole toda la negatividad que encierra como noción esteotipada), anula casi totalmente todas tus discrepancias colaterales; pero me gustaría dejar en claro algunas cosas, precisamente para que esa noción positiva del exilio se dé en todos nosotros, aquí y allá, sin ambigüedades peligrosas. Empiezo, muy rápidamente, por una rectificación personal: te molesta que yo haya explicado con cierto detalle por qué y cómo me considero un exiliado de la Argentina, y pareces creer que he buscado sumarme ahora —después de tanto años de vivir en Europa— a los que ha debido abandonar más o menos forzosamente sus países Aunque en las frases que citas queda bien claro que no solamente no me estoy “mandando la parte” de exiliado sino que me fui hace mucho del país porque me dio la gana, agrego ahora para vos que las circunstancias actuales me llevan a sentirme tan exiliado como cualquier otro, y que sólo en estas condiciones me he creído y me creo con derecho a hablarles a mis co-exiliados de toda América Latina para invitarlos a una lucha positiva y no a la usual nostalgia llorona. No solamente no reclamo una antigüedad injustificada en este triste empleo, sino que en muchas entrevistas que desde luego no conoces por las razones ut supra he insistido en la noción para mí compulsiva del exilio, y por lo tanto en que no era para nada mi caso; si en el artículo que críticas se me fue eso de que el exilio “sólo se me ha vuelto forzoso en los últimos años”, lamento la patinada involuntaria y dejo definitivamente en claro que jamás fui ni me creí un exiliado hasta eso que más arriba llamé “circunstancias actuales”, concretamente el golpe militar del 75 y la censura subsiguiente, expresa o tácita, que impide cosas como la publicación de parte de mis textos de la misma manera que te impide a vos ahondar explícitamente en las causas fundamentales del exilio. En cuanto a que consideres exagerada mi afirmación de que salir de la Argentina me sería más difícil que entrar, lamento que hayas pasado por alto la fecha en que se publicó esa afirmación, a fines del 78, cuando la escalad de la tortura, los asesinatos y las desapariciones llegaban a su punto más monstruoso. Ya sé que ahora, mientras escribías tu artículo, la paz del cementerio deja crecer poco a poco los pastitos del olvido, y casi seguramente nadie se metería conmigo en la Argentina a pesar de viejas cuentas por cobrar, la del Tribunal Russell, por ejemplo, y para de contar.
Estas aclaraciones personales eran necesarias aunque sin importancia esencial; lo importante me parece la tremenda contradicción entre el principio y el final de tu artículo Hacia el final te alegras de que yo haya tomado partido por una dinámica —para mí la más belicosa posible— del exilio; pero al principio me acusas de contribuir directa o indirectamente a una división abstracta y mortecina entre exiliados en el exterior, “condenados fatalmente a vivir lejos de la patria”, y exiliados en la Argentina, o sea “mártires o muertos en vida”. Bueno, si esto fuera así, me pregunto para qué diablos andaríamos yo y muchos otros removiendo el hormiguero sí no hay mártires o condenados que remover. Precisamente el temor de que estos destinos puedan apegarse como etiquetas prefabricadas (por la Casa Rosada) en la espalda de los exiliados, es la razón que nos lleva a muchos a decirle a la Junta por todos los medios a nuestros alcances que el tiro del exilio le ha salido por la culata, y que vamos a seguir peleando desde dentro y desde fuera porque el único exilio que nos parece válido es el que le espera a ella y a sus cómplices internos y externos, igualito que a Somoza, igualito que a Batista.
Pero hablando ahora de nuestro oficio, Liliana, hay algo que no entiendo en tu razonamiento Discutís mi noción de “exilio cultural” en el sentido de que la supresión o censura del pensamiento escrito es materia corriente en nuestros países, y una vez más te parece que exagero. En primer término, hay eso de que mal de muchos, consuelo de tontos; en segundo, lo que ahora nos interesa concretamente a vos y a mí es la Argentina en ese plano, y el hecho de que en Guatemala o Bolivia lo censuren a Fulanito no modifica para nada mí repulsa a toda censura en nuestro país Vos decís que a pesar de esa situación general, Latinoamérica sigue dando “una literatura realmente grande”, lo cuál es archicierto porque los escritores decentes respondemos casi siempre al principio del “challenge and response”. Pero aquí no se trata de los escritores sino de los lectores, Liliana; el verdadero exilio cultural se produce cuando cualquiera de nosotros escribe algo y, como en la frase de Jorge Asís que citas, después de haberlo escrito no lo puede publicar en su país ¿Por qué, como siempre, poner el acento en el escritor, hacer elitismo gremial, cuando el escritor se defenderá como gato panza arriba dentro o fuera del país, y seguirá siendo un escritor?. El problema no es ese, sino que de golpe el escritor queda privado de sus lectores, roto el puente de la comunicación; y si esto es duro para nosotros, poco importa ante el hecho infinitamente peor de que todo un sector de lectores queda privado del escritor. Ahí los verdaderamente exiliados son los lectores, que día a día enfrentan un panorama en el que falta la mayoría de los libros o artículos escritos en el exterior, y sólo cuentan con los del interior en la medida en que su contenido no vaya más allá de lo tolerado. Acabo de leer en México los textos de Gregorio Selser sobre el grotesco episodio en torno a El Principito, nada menos; acabo de publicar en México un libro de cuentos que contiene dos o tres que jamás podrían ver la luz en la Argentina. Que mis lectores leyeran esos cuentos sería mi más alta recompensa, no por haberlos escrito sino porque estarían donde deben estar, en manos argentinas. No será así, salvo mínimas excepciones, y vos lo sabes de sobra. Claro que nadie se va a morir por no leernos a los de afuera o a los de adentro; pero, como dice la gente, no te morirás pero te irás secando.
Para terminar: me acusas de exagerado (lo soy con frecuencia) al hablar de las razones de exilio exterior. En vez de denunciar la causa central de ese exilio (ya sé que no puedes hacerlo, pero entonces no habría que tocar el tema públicamente y con fines polémicos) acumulas otras razones que yo parezco ignorar: dificultades económicas, problemas editoriales, cuestiones de “aguda sensibilidad poética que vuelven insoportables las condiciones internas, y búsqueda de un “ámbito de mayor libertad”. Todo eso es cierto y malditamente cierto, pero todo eso es nada frente a la razón esencial. Si a los escritores sumas los artistas y los científicos argentinos desparramados en el mundo, te encuentras con un país atrozmente empobrecido en el plano cultural. Y la gran mayoría de esa gente no se ha ido por las razones que enumeras: si no siempre han sido obligados por la amenaza, lo han sido por la imposibilidad de seguir diciendo lo que creían su deber decir: cuando un Rodolfo Walsh lo dijo, lo eliminaron cínicamente al otro día Esto, Liliana, no nos da a los de afuera ninguna jerarquía con respecto a los que siguen en el país; simplemente, aquellos que un día decidan decir lo que verdaderamente piensan, tendrán que reunirse con nosotros fuera de la patria. Hay y habrá, claro, lenguajes cifrados en la Argentina, muchas cosas se dicen hoy entre líneas, y eso ya es mucho; pero ese tipo de comunicación críptica no va más allá del círculo que conoce las claves, y escapa por completo al lector de la calle, y del vasto interior, ese lector que en cambio comprendería tan bien los últimos cuentos de Umberto Constantini que, por supuesto, serán publicados en México y no en Buenos Aires.
Tenés toda la razón, Liliana, no somos ni héroes ni mártires; una vez más somos gente barrida afuera o aplastada adentro. Discutir estas cosas entre nosotros es perder un tiempo que no pierden los que nos barren y nos aplastan; por eso no te he contestado para polemizar, como creo que tampoco vos me escribiste para eso. Una vez en un club de aficionados de provincia vi a dos boxeadores que se sublevaron al mismo tiempo contra el árbitro y le anunciaron que le iban a romper la cara si no los dejaba seguir como les daba la gana en ves de pararlos y censurarlos a cada momento. Así, Liliana, así creo que vamos a seguir, todos nosotros desde afuera y desde adentro; el ring es grande, y el árbitro lo conocemos de sobra.