Se desprende página por página varios dolores a cuentagotas. En el suelo, una vez y otra. La soledad, en ocasiones un fierro, un líquido. La ausencia del amor. El futuro que no existió. La consciencia del camino. La presencia de la persona. Los contextos y la bajeza. Nos habla del escarmiento que provoca la humillación propia, el desatino que se percibe en la incertidumbre y en la vulnerabilidad. El color no existe. Se sumerge en un blanco y negro en una atmósfera que ocurre en un momento de paciencia. Se es consciente del desprendimiento, de aquello que no fue, de las herramientas que provocaron la distancia, del desacuerdo que nunca se vivió.
Hay que preservar la moderación de saberse útil para escribir versos que rompen el común del destierro. La palabra ahonda entre los restos del corte, se llena el vacío de estupor. Una mariposa cabalga en la sensación depresiva del hombre y de la mujer. Se extienden en pasos ajenos y se despiden. Se ausentan las esencias. Queda el rezago de la experiencia. Se impoluta el extremo de la paz en la orilla de la carretera, de la casa, de la habitación, de la cama, de la caja de madera que tiene los recuerdos, y de ellos, lentamente, vuela lo efímero del tiempo. Ya no se están. Ya no están. Ya está.
Hay que sentir de manera superficial para encontrar la profundidad de la canción. No pensar, sentir. Vivir es el verbo. Tocar la pausa de manera discreta y volver a dar una vuelta para encontrarse en el reflejo del agua con el fin de entrar con una desnudez total. Bañarnos en polvo. Saciarnos de la tierra, de ella, hasta el fin de la sangre y nutrirla.
Las letras se cortan, se perfilan, bailan y se perciben. Se existen y se dejan. Son grotescas. Se atraen desde su percepción narcisista. Se huelen el miedo y se dejan una y otra vez en cada paso. La canción parece terminar, pero el verso prosigue. El tiempo da paso a cada rato al desprendimiento y de eso se llenan las flores que se incrustan en nuestros cuerpos cuando nos han olvidado.
La abyección es propia, es una danza en la que el trompo cava sin menospreciar las lindes de los metales. Cava hasta el fin de su punta y se desgasta a sí mismo para volverse aserrín. Y de nuevo, todo cuerpo nutre a la tierra. No hay fin de la soledad. Siempre se vuelve a algún sitio, desde el beso hasta la fotografía. Todo el dolor y el amor no son nuestros, pertenecen a algo de lo que nunca sabremos más. Hay un límite desmedido. Hay un trayecto entre varias paredes que son transparencias y el sentimiento queda en el hilo del último aliento. Un día nos vamos a ir de aquí, hay posibilidad de vivir todo pero solo nos alcanza para algunas direcciones: envilecer es una, florecer es otra y entre las dos hay una existencia: esta lectura.