Los mapas, dice un personaje de esta novela, ayudan a dejar testimonios de nuestros pasos. Y me gustaría agregar que sí que, de muchas formas extrañas, buscamos en las cartografías ubicarnos o dibujarnos una realidad que nos parezca quizá menos transitoria de lo que la pasamos. En el Sur de Christel Guczka (2016) es un libro (de El Naranjo Ediciones y con ilustración de Octavio Cruz) sobre cómo de las charlas que tenemos con nuestras madres (y que a veces no queremos tener) hacia las antípodas del exterior hay muchos recorridos que sólo habremos de hacer en solitud.
La novela tiene una doble estructura: por un lado el relato de la adolescencia de Montse, el tejido del paso por la escuela y la mudanza a otra ciudad que supone un cambio más grande y, por otro lado, el que ella a través de un conjunto de cartas nos va tejiendo, como una especie de Sherezada que, se verá a lo largo de la historia, se expone al peligro del ir creciendo en un mundo en el que tarde o temprano habrá de comenzar a no entender lo vívido ni a quienes lo viven. En un momento, se dice a sí misma: no entiendo por qué hay personas que lastiman a otras.
Justo en esa pregunta cala y surge la profundidad del personaje que además está en un constante esfuerzo por discurrir el mundo: por irlo explicando quizá para darle sentido o para ordenarlo (porque no parece estarlo). Y esa sensación hermana aún desde la adultez desde la que he leído. Es un libro que vuelve más próximo el hecho de que irnos contando es una forma de irnos adueñando de lo que parece que no podemos tener en control: lo que Spinetta llamaría los días de la vida.
Es muy interesante el contenido o los temas que aborda. La solitud a la que ir creciendo nos suele enfrentar y cómo, en nuestro siglo, hay una sobrecarga de estímulos que bien pueden hacer de esa condición una fragilidad y no una virtud. Por un lado, el de las redes sociales y por otro, el de los afectos o los vínculos. Esa otra suerte de engranaje que parece ir dictando cómo sentimos pero también cómo actuamos. Y desde esa perspectiva, será la evolución de los personajes, la que es realmente interesante ya que a veces surge en construcción de un mito sobre el otro.
A través de cartas dirigidas al padre, la protagonista, se va haciendo preguntas que sin darse cuenta le van confirmando sus propias dudas pero también sus certezas. Y eso hace de este instrumento de interlocución un género sobre el que bien vale la pena divagar. <Las cartas se mandan con la esperanza de que alguien las lea. Pero también ese pequeño resquicio de no saber si acaso se leerá o llegará es lo que hace intenso el ejercicio epistolar>. Esto me lo escribió Beto en un mensaje el otro día. Y creo que sobre esa línea va el simple y sencillo acto de comunicarnos.
¿Hay un acto de fe en ese intento por decirnos entre nosotros? Más que nunca y más allá de Lacan vale suponer que de hecho si esperamos constatar la presencia del otro y la propia a través de la palabra o del emoji y de la risa y del desencanto. Quizá porque, a pesar de tenerlo todo en contra, deseamos que estar juntos deje de ser producto de una comunidad virtual desterritorializada. Quizá porque más que nunca: ya no nos basta la imagen del otro sino que lo reconocemos complejo, cuál es. Será que ya no nos basta saber lo que comen, lo que leen, lo que escuchan sino que recordamos que habitamos el tiempo en ese contacto vital que a veces nos ha parecido tan necesario evitar.
Ahora estamos echando en falta los afectos y los placeres compartidos con otras personas y eso nos obliga a verlas más allá de nuestros gustos. Pero esa honestidad también nos enfrenta con lo delicado que es relacionarnos. Me parece preciosa la reflexión a la que llega la novela sobre el asunto de Madre e Hija. La sitúa en un espejo muy matizado y no rosa. Nos cuentan mucho la idea de que las familias son bonitas perse como si no fuesen difíciles de querer y no hubiese en ellas frustraciones y heridas que curar. Lo cual es muy valioso porque en nuestra prisa por aprender que otros amores son posibles es muy posible que estemos ignorando que los amores más difíciles ocurren dentro de nuestras casas.
Ahora, en medio de una cuarentena, se hace un momento para pensar los afectos pero desde la hospitalidad. No desde la falsa idea que toleramos al otro porque nos confina la familia o la cotidianidad. Quizá porque dábamos por entendido gestos que ahora no tenemos. Igual que en la novela posiblemente nos demos cuenta de que el apocalipsis sólo lo vencemos más allá de nosot