En los últimos años, el cine de terror ha sido explotado de tantas maneras, originando clichés que han vuelto las últimas apuestas cinematográficas en torturas para los amantes del terror, pues produce más bien una risa que una real sensación de terror o angustia. ¿Quién es el culpable sino la explotación desmedida y la creación de universos del terror, consecuencia del ya explotado y comercializado género de los superhéroes? Para esto, lo más factible es levantar el índice para señalar a los culpables, no obstante sería una falta gravísima de consideración, pues estas producciones se enfocan a una audiencia que prefiere un producto consumible y efímero.
¿Saben qué es lo primero que pienso cuando se me invita a ver las producciones de terror que se unen a un universo?: voy a observar las caras de quienes se asustan por estos productos y asentir un fenómeno que siempre me ocurre, el aburrimiento y esa sensación de “¡Ya termina para poder jugar videojuegos!”, y, en el peor de los casos, me duermo —gastar más de cien pesos para dormir, pues mejor en casa mientras veo Netflix y tengo a mi cachorro para acariciar. Por supuesto, tales pensamientos son consecuencias de las malas producciones y no soy parte de esa audiencia que prefiere productos efímeros. Justo por esa razón, rara vez me encuentro con una pieza que valga la pena teclear algunas líneas.
El año anterior, El juego de Gerald y 1922 fueron tal vez las piezas maestras —omito mencionar La caza del siervo sagrado, muchas veces definida como terror pero es más un drama familiar—, pues honestamente no esperaba que It fuera lo que es la novela. Más bien esta nueva adaptación me pareció un fan service, a causa del revuelo provocado por Stranger Things. Con lo anterior, señalo dos cosas: Stephen King es un maestro para crear ambientes tétricos y crueles, aunque suele presentar cierres bastante débiles, de ahí que celebro las primeras dos adaptaciones y olvido la tercera, pues ¿quién en su sano juicio vuelve a hacer una adaptación de una de las obras canónicas del estadounidense, en donde concentra gran parte de su universo literario?
Este año se nos presenta varias puestas cinematográficas del terror y una de ellas es Hereditary o El legado del diablo. Primero, hay que mantener cierta discrepancia con las etiquetas manejadas por el marketing mexicano: mientras que en otros lados se ofrece como un drama y de misterio, éste se vende como película de terror. En este caso, como audiencia, no se sabe exactamente a qué se enfrenta cuando se nos vende un producto así. The Witch y Raw son casos en los cuales se manejaron como cine de terror y fueron apuestas muy distintas y, en consecuencia, muchos los consideraron un fiasco cinematográfico y narrativo. Por tal razón, sin importar de que en las anteriores líneas ironizo sobre el cine comercial de terror, hay que olvidarse de las etiquetas y ver la obra por sí misma. Es decir, ver El legado del diablo como objeto artístico y abrirse a la posibilidad de que el mote no funciona del todo.
Segundo, ofrece un elenco interesante, desde actores ya consagrados y poco vistos en películas comerciales (Toni Colette, Ann Dowd y Gabriel Byrne) hasta jóvenes (Alex Wolff, Mallory Bechtel y Milly Shapiro). Confieso que a Alex Wolff, al igual que su hermano Nathaniel, le he subestimado debido a sus orígenes —The Naked Brother Band, una comedia ligera de Nickelodeon que desarrolla justamente los trabajos musicales. No obstante, a diferencia de su hermano, Alex me dio una cachetada con guante blanco al ofrecer una interpretación madura y lejos de sus orígenes, por supuesto aún le falta madurar ciertos aspectos histriónicos y la ventaja es su propia juventud. Para ser honesto, desconocía sobre la actriz Milly Shapiro, que ya haciendo una investigación superficial descubro que ha trabajado más en Broadway.
La historia es atractiva: un drama familiar que se desata tras la muerte de la abuela y lleva a una crisis con ejes sobrenaturales. No me adentraré sobre éste para evitar spoiler pero sí señalo: el fin es flojo y recuerda a The Witch, por supuesto hay una influencia debido a que uno de los productos de ésta trabaja para la película en cuestión. Cuarto, el soundtrack, compuesto por Colin Stetson, sí permite experimentar las distintas tonalidades de ansiedad, miedo e incluso comedia
Finalmente, el elemento miniaturista siempre está presente, desde las maquetas hechas por la madre hasta esa extraña sensación en la cual los personajes se encuentran en una miniatura. Es estar dentro de una muñeca rusa con sus múltiples extensiones, distintas versiones de una vida y distintos ejes que apuntan a una sensación vomitiva de encierro. Dobleces de pliegos, elemento complejo que funciona en esta puesta en escena —recuerdo el intento fallido de Insiduos: The Last Key: una prisión sobrenatural que no convence y sólo queda en un mero postulado débil.