Las nubes comienzan a aproximarse desde el horizonte. El aire es húmedo y caluroso, y pinta sus alrededores con hojas de plátano y helechos. Verde planta y café tierra. ¿Cuál es éste de todos los veranos? Este es el verano en el que Fiebre sangra por primera vez. Sentada, la niña mira fijamente la herida de su brazo.
“¿De dónde eres?”, Fiebre frunce el ceño.
Tras erigir su dedo índice con autoridad, Fiebre recorre la cortada. Mira la yema de su dedo con rostro serio.
“¡Papá! ¡Estoy muriendo!”
Fiebre permanece tranquila por un momento. Lame la línea de sangre y ante el sabor extraño se golpea el brazo. Se para rápidamente. Estaba sentada porque se sentía aturdida por haber caído de una rama; durante la caída algo rasgó su brazo. Nunca nada había rasgado su brazo. No siente temor, pero la sensación es extraña. Fiebre corre hacia la cabaña.
“Estoy muriendo”.
Mamá la mira y la lleva hacia ella para besar su frente. Trae una jícara de agua y lava su brazo. Fiebre nunca había sentido tanto frío tocar una parte de su cuerpo.
“No debes preocuparte. Mamá no conoce a nadie que haya muerto por un rasguño como el tuyo, pero ahora debes quedarte aquí. Estoy preparando el fuego; Papá fue a cazar”
“No tengo hambre”.
“No puedes quedarte sin comer. Has estado jugando todo el día”.
Fiebre asiente a regañadientes. Suspira. Camina pesadamente para sentarse sobre un tronco.
Algún día Fiebre irá a la costa y mirará el vaivén de las olas. Sentada, abrazará sus piernas. Tomará una piedra e intentará lanzarla lo más lejos posible. El viento soplará entre sus cabellos. Se levantará, caminará hacia el agua y el océano le llegará hasta el final del cuello. El frío del agua ahogará sus palabras, aunque no habrá mucho qué decir. Respirará profundamente. Sobrevolando el lugar nadie notaría los detalles. Sólo parecerá, como siempre, una isla. Fiebre y Mamá han esperado bastante; ahora las nubes cubren la isla.
Tal vez Papá sigue cazando. Los animales se esconden mejor cuando intuyen que lloverá. Fiebre se levanta, cruza los brazos y mira a Mamá. Ella suspira con los ojos cerrados. Fiebre sale.
Fiebre corre y poco a poco sonríe más. Da vueltas alrededor de los árboles y en ocasiones se detiene a observar las piedras en el suelo. Toma un puñado de tierra y lo sujeta fuertemente, como intentando exprimirlo; al hacerlo hace gestos. Lanza tierra al suelo. Lanza tierra a los árboles. Lanza tierra al cielo para imaginar que llueve. Fiebre juega a que es un perro y dice “Wuf, wuf. Soy un perro y muerdo. Nadie me dice que hacer. ¡Soy libre!”. Fiebre grita. Fiebre se dirige con cada paso a la cima de la montaña más alta. Fiebre agita los brazos como si fueran alas de gaviota. Fiebre salta. Fiebre pisa el suelo con fuerza porque se imagina siendo una gigante. Levanta las manos.
“¡Soy la niña más gigante del mundo!”
Ahora Fiebre se encuentra en la cima de la isla. Casi puede tocar las nubes; lo intentaría, pero está cansada, así que se conforma con tirarse al suelo y verlas encima de ella. Recostada, mira su brazo. Con estrujos torpes, Fiebre intenta sacar sangre. Se concentra. Tras tener suficientes gotas fuera, decide tomarlas y lanzarlas al cielo.
“¡Llueve cielo, llueve!”
Fiebre se queda parada, impaciente. Con la vista levantada muerde su labio. Fiebre espera. ¿Y si no ocurre nada? Fiebre se rehusa a aceptar tal posibilidad. Niega con la cabeza. Se cubre el rostro con las manos y comienza a llorar. Se golpea la cabeza con los puños cerrados. Fiebre empieza a respirar cada vez más rápido. Fiebre llora más; cae al suelo. ¡Grita Fiebre, grita! Fiebre aúlla.
Algún día Fiebre irá a la costa y mirará el vaivén de las olas. Sentada, abrazará sus piernas. Podrá sentir a lo lejos la oscura aura de los hombres intentando aproximarse. Fiebre tomará una piedra e intentará lanzarla lo más lejos posible, pero sólo golpeará el agua. Fiebre aullará de nuevo. El viento soplará entre sus cabellos. Se levantará, caminará hacia el agua y el océano le llegará hasta el final del cuello. Sentirá a los hombres merodeando eternamente. El frío del agua ahogará sus palabras, aunque no habrá mucho qué decir. ¿Cómo se puede expresar lo que se siente? Respirará profundamente.
Un capullo de viento cubre a Fiebre; ella abre los ojos. El aire gira alrededor de ella, danzando para mostrar sus mejores atributos. Delicadamente los giros se hacen cada vez más rápidos. Casi se pueden ver las líneas que recorren las hojas que el redondo remolino carga. La respiración de Fiebre se hace más lenta; sus pulmones están cerca de agotar la fuerza que les queda. A lo lejos todo parece tranquilo. Las ramas de los árboles están tranquilas. Las nubes negras no lloran ni una sola gota. El viento eligió a Fiebre. Se escuchó una voz clara:
“¿Qué haces aventando sangre hacia los cielos? Eres pequeña. Debes aprender que no ganas nada con eso. Yo estoy aquí porque hay voluntades más fuertes que la tuya o la mía, pero debo enfatizar lo siguiente: este encuentro no debió suceder.
Fiebre, como la que no tiene paciencia. Siendo una niña me parece natural tu nombre, salvo un pequeño detalle: No entiendo por qué una niña como tú espera algo. Esperar es inútil, las cosas nunca llegan. ¿Alguna vez has visto hojas deslizarse entre el aire? ¿Hojas cayendo? Me repugna cuando tocan el suelo; por eso nunca lo hacen.
Sé como el hielo; quieto. Evidentemente, una persona como tú no ha visto nunca el hielo; no te desesperes, nunca lo verás, pero imagina lo que el agua de la costa sería si un día decidiera no moverse más. Olas inmóviles. Peces atrapados. Podrías lanzar una piedra y nunca se sumergiría. No necesitas hielo para comprender lo que digo ahora, el agua de la costa tiene algo de hielo en su corazón. En la ida y vuelta de las olas se esconde el invierno más puro. Una eternidad tan fría como el olor de tu bosque.
Estas nubes negras nunca lloverán. La cima a la que crees haber llegado no existe. Esperarás siempre la comida de tu madre. Entendiblemente tu hambre nunca llegará. No sangrarás por segunda vez. No morirás. Tu padre nunca regresará. Esta isla es el pez petrificado.
Fiebre, esperarás el resto de tu vida“.
La voz habló a través de fiebre:
“Soy la bruja del sur. Soy la mujer maldita. Aborrezco el ocaso y dejo ir las cosas que soy capaz de mirar en el horizonte. El tiempo es malo. Si en mis facultades estuviera el helar el mundo lo haría. Afortunadamente soy la bruja del sur está en mis facultades helar. Los hombres de tierras ajenas me detestan. Cruzando inmensos mares son ellos almas impacientes. En su febril desesperanza se pudren.
Soy la bruja del sur de nada. Soy respecto de algo que no existe. Aborrezco la muerte y ordeno a los momentos no tocarse. Los espejismos son malos. En mis capacidades siempre ha estado el congelar los deseos, pero desafortunadamente congelarlos solamente los fortalece. Las ilusiones me han vencido en mi propio juego.
Allá, rodeando mi pequeña isla, hay hombres queriendo llegar. Acechan mi pequeño tesoro. Es esto su punto de llegada. Nunca podrán sus pies tocar mis tierras, pero su peligro espera pacientemente. Su peligro aguarda el mejor momento. Temo. Sé que el momento nunca llegará, pero temo”.
El viento cesó.
Fiebre baja corriendo la montaña. Las ramas y troncos que antes la distraían ahora sólo son una atmósfera molesta. Enfurecida. Sus pies quiebran hojas y en la tierra deja huellas precisas. Fiebre baja corriendo. Entra fugaz a la casa.
“¡Mamá! ¡Estoy muriendo!”
Pero Mamá no respondió.
“¡Mamá! ¡Yo, Fiebre, soy la bruja del sur y estoy muriendo!”
Fiebre llora. Nadie contesta. Fiebre corre hacia la costa; está cansada y en cualquier momento caerá, pero no lo hace. Las plantas de sus pies están a punto de sangrar, pero no lo hacen. En cualquier momento las gotas de las nubes tocarán su rostro. Se aproxima una tormenta. Fiebre corre hacia la costa; está cerca de perder por completo la respiración, pero sigue. Suenan relámpagos a lo lejos. El peligro es inminente.
Algún día Fiebre llegará a la costa y mirará el vaivén de las olas. Sentada, abrazará sus piernas. Podrá sentir a lo lejos la oscura aura de los hombres intentando aproximarse. Intentará ver el cuerpo de su madre caminando sobre la marea. Fiebre tomará una piedra e intentará lanzarla lo más lejos posible, pero sólo golpeará el agua. Aullará de nuevo. Fiebre se pondrá de pie; el viento soplará entre sus cabellos. Se levantará, caminará hacia el agua y el océano le llegará hasta el final del cuello. Sentirá a los hombres merodeando eternamente. El frío del agua ahogará sus palabras, aunque no habrá mucho qué decir. ¿Cómo se puede expresar lo que se siente? Respirará profundamente. Detrás de ella, en tierra firme, se oirán gritos. No tendrá que voltear para saber que es Papá. Fiebre seguirá decididamente. Lentamente, grandes estructuras de madera se acercarán poco a poco. La primera gota de lluvia caerá sobre la mejilla de Fiebre. Fiebre estará totalmente sumergida cuando los hombres se posicionen sobre ella. La subirán a bordo como a una ballena muerta. Fiebre toserá agua y en algún momento se dará cuenta de que su madre la observa con terror. Ella estará sujetada por malos brazos. Fiebre alzará lo brazos para ver que su cuerpo está cubierto de algas. Los hombres habrán atrapado al fin a la bruja del sur.
Fiebre corre hacia la costa.