Inflencer y política: Las Redes sociales en el gobierno Por: Moisés Campos

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Las elecciones más grandes de la historia de México están a la vuelta de la esquina, o al menos eso es lo que nos dicen cada año. Esto tiene sentido, ya que cada año más personas se inscriben en el padrón electoral, que, dicho sea de paso, sirve principalmente para contar con una identificación personal y, en menor medida, para ejercer el derecho al voto y ser votado. Las redes sociales digitales han jugado un papel importante en las últimas elecciones, siendo bautizadas por el actual presidente, AMLO, como las «Benditas Redes Sociales».

Más allá de esto, vivimos en un mundo globalizado, en el que son las redes las que nos acercan a todos los acontecimientos mundiales, haciéndonos indignar por guerras, ataques terroristas y historias que se vuelven mediáticas, junto con la simulación de justicia. Las redes sociales también «cancelan», se han convertido en un tribunal de la moral y, al mismo tiempo, exponen las debilidades de los poderosos. Esto es lo que, hace unos años, simbolizaba la televisión, un poder fáctico más.

Ante todo lo descrito, nos surgen preguntas que intentaré resolver en este texto: ¿Serán acaso las elecciones decididas en las redes sociales? ¿Cómo influyen estas en una elección? ¿Quiénes manejan las redes y cuál es el público objetivo para captar tanto del candidato como de la candidata a la presidencia de México?

Pedro Kumamoto es, sin duda, el ejemplo perfecto para describir el fenómeno de las redes sociales en la política. Su candidatura independiente fue el resultado de un estudio minucioso para hacer política desde lo local. La estrategia de lanzar una candidatura en la entidad mejor conectada y con mayor uso de redes sociales en 2015 fue en Zapopan, Jalisco. Su candidatura fue la contraparte del uso faccioso de los partidos tradicionales de las redes sociales, que consistía en pasear por las calles para postear en redes el acercamiento de los políticos con la gente, dándose baños de humildad.

La estrategia de Kumamoto se basó en un crecimiento orgánico con personas jóvenes, usuarios y conocedores de tecnología, brindando un apoyo en gran escala y con poco presupuesto a la candidatura independiente. El fenómeno se volvió viral y, debo admitir, que en su momento me ilusionó una nueva manera de hacer política. El resultado fue tal que el movimiento en redes se trasladó a las calles, generando simpatía en las personas y asegurando su voto.

El auge de las redes sociales se dio entre 2008 y 2009, justo cuando Estados Unidos pasaba por la peor crisis financiera. En México, la elección con mayor publicidad pagada fue precisamente la de Enrique Peña Nieto (2012-2018), pero el papel de las redes sociales fue mínimo comparado con la inmensidad de dinero bajo la mesa que esta elección atrajo con el caso Monex. 2012 nos enseñó cómo se podía influenciar la opinión pública a través de las redes, siendo esta elección donde surgió el movimiento #YoSoy132, con las redes como su mayor aliado ante la tormenta de descalificaciones hacia EPN.

Desde ese momento hasta la actualidad, las granjas de bots y los seguidores pagados de Instagram han sido el blanco perfecto para cuestionar la popularidad de personajes políticos que pretenden sostener su candidatura con «likes» y seguidores, como si eso se tradujera en votos directos en las urnas electorales. El caso de Mariana Rodríguez, actualmente candidata por MC para la alcaldía de la ciudad de Monterrey, es el de una influencer al servicio de la política. La elección y gobernatura de Samuel García, esposo de Mariana, no se puede explicar sin su influencia, y bajo esa dinámica han encontrado el recurso perfecto para surgir como candidata.

Samuel García, como persona mediática en redes, funciona, pero no como gobernador, donde ha destrozado el estado de derecho, generando una crisis política no vista desde hace tiempo en México. Esta operación violenta, sin experiencia y sin un análisis previo, es justamente la respuesta de que la fama no siempre la posee una persona inteligente, sino todo lo contrario, un capricho irracional en nombre de la influencia.

En el caso de la elección presidencial, la candidatura de Xóchitl Gálvez surgió por algo mediático, que se agotó casi a su totalidad, pues esa aspiración se fue apagando mientras se integraba un equipo de políticos rapaces de la vieja escuela. Ese escudo que pone Xóchitl, con sus acuerdos de partidos, es precisamente lo que los votantes no quieren otorgar poder, pero al parecer no lo comprenden y se avecina una derrota garrafal. Su posicionamiento en redes es, ciertamente, ridículo: el uso de teleprompter, montar supuestos encuentros casuales con influencers que visitan su casa y hasta generar videos con inteligencia artificial solo habla de alguien que no logra responder a los consumidores en redes.

Para Claudia Sheinbaum, su estrategia es estar y no estar, es decir, que no importa lo que ella haga, tiene un aparato de gobierno que va a responder por ella. A eso le sumamos la inmensa cantidad de dinero público de programas sociales que trabaja para ella desde hace más de 5 años. Ha sido una campaña costosa, pero que sin lugar a dudas se manifiesta no solo como la favorita del presidente sino también como la mejor conocida, claro, con ese dinero hasta a mí me parece simpática.

Álvarez Maynez es el resultado de un acuerdo cupular y, con el supuesto empuje de Samuel García, han lanzado al ruedo a un personaje con cero simpatías y un discurso acartonado que no tiene ningún motivo para generar simpatizantes, sino solo para dividir el voto. Ante ello, su presencia en redes es casi nula; lo más mediático ha sido comer con Samuel y Mariana, donde lo nominan como el rival más débil.

Bajo este panorama, existe cero incentivo para generar una corriente disruptiva, políticamente hablando, para hacer una campaña en redes; su estrategia se basará en la compra de publicidad, posicionamiento en redes y generar contenido a través de sus granjas de bots, nada orgánico y mucho menos tiene la intención de buscar el apoyo de una infinidad de jóvenes que no votan y son grandes consumidores de las redes.

En lo que concierne a la influencia de las redes en las elecciones, está más que comprobado su uso o su mal uso, prueba de ello fue la filtración de datos personales que tuvo Facebook con el escándalo de Cambridge Analytica, que llevó a Mark Zuckerberg a una presentación frente al congreso de los Estados Unidos por la vulneración de la ciberseguridad de la plataforma y la forma en la que se influyó en las elecciones de varios países en Latinoamérica y EE. UU. La vulneración y el quehacer de los datos personales es un problema que cada día se está legislando en varios países, como en la Unión Europea que han puesto varios candados a empresas de tecnología.

El gran dilema que, por construcción de los algoritmos del contenido que consumimos en redes sociales, tiene que ver con la identificación de preferencias y con ello reduce a casi cero los costos de transacción económicos, si bien estos algoritmos cumplen esa función, la opinión pública puede ser influenciada por un fenómeno llamado Espejismo de la Mayoría.

El Espejismo de la Mayoría es cómo nuestra opinión es replicada o hace match con opiniones parecidas y eso implica que vivamos en una aceptación constante; las personas en las redes sociales buscan la aprobación de sus contactos, el espejismo no es otra cosa que la aprobación de nuestras preferencias es por eso que si se manifiesta un apoyo a algún partido político sea muy práctico y cómodo para nuestra realidad digital encontrar los mejores argumentos para seguir en esa misma idea.

Pero no solo ocurre en las redes, AMLO en el 2018 contaba con el apoyo de muchos catedráticos e influyentes en la opinión pública, de alguna o otra manera se hizo un espejismo de la mayoría para que todas las personas concordaran en la idea de que se necesitaba una persona tan necia, arbitraria y sumamente dictatorial para que gobernara este país. El fenómeno funcionó, pero faltó tiempo para que poco a poco casi todos esos catedráticos se bajaran de la idea de gobierno que reina hasta nuestros días.

Es claro que las redes en la política están usadas para la promoción personal de los candidatos, es una réplica de lo que veremos en spots televisivos, nada inspirador y regularmente dirigido a personas mayores de 35 años, con algún apoyo social y lastimosamente, en situación de las múltiples pobrezas que simbolizan la realidad desigual de nuestro país.

Atraer a los jóvenes a la política es la gran tarea y las redes sociales es el camino, solo que a decir verdad no se conquista solo con bailes absurdos en TikTok o spamear los inicios de los usuarios con publicidad pagada, sino con un programa de gobierno que los incluya y que democratice las cuotas de poder; los jóvenes deben de estar representados por jóvenes, pero ese es un debate que aún los baby boomers no están listos para discutir.

 

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