LA SOBREMESA Puesta a punto Coco Márquez

La comida es algo esencial en cualquier cultura, no importa lo demás, las diferencias de opinión, las religiones, los intereses o las afiliaciones políticas, todo mundo se sienta a una mesa en algún momento para disfrutar de los alimentos y, en muchos sitios, ni siquiera existe una mesa física a la cual sentarse, pero el ritual permanece, no termina con el postre, es más como una extensión y un principio de otra cosa: la sobremesa.

En nuestro idioma hay palabras hermosas, como las hay en otras lenguas, pero ésta —sobremesa— es una de ésas que, desde mi punto de vista, rebasa la simple definición, no es sólo un concepto que en sí mismo entrañe belleza, sino que implica una serie de acciones y un contexto particular repleto de significado.

En una sobremesa se refuerzan lazos, mientras se reposa la comida, se toma café o una copita de licor, como buenos digestivos; se charla de todo y nada, a veces por la superficie y otras tantas zambulléndose en temas de mayor hondura, que no siempre son tan digeribles para las entrañas de todos, como el cafecito.

Hay sobremesas tan deliciosas, tan bien sazonadas, que terminan uniendo la comida con la cena y se extienden hasta que ya los comensales no pueden más, dando por terminada la reunión, no sin antes haberse saciado de distintos asuntos, entre risas, discusiones, miradas cómplices y una que otra reflexión, dependiendo del humor de los invitados.

Así que tenemos este amplio concepto sencillamente definido como ese periodo de descanso inmediato tras la comida, en que el máximo esfuerzo ha de ser mental, porque con la barriga llena no viene bien eso de la actividad física, no vaya a ser que se reviente una tripa, como decían los abuelos.

La sobremesa no es planificada de antemano, se va dando según los temas que se ligan en la charla, a veces sólo por una palabra, por un recuerdo, por una cosilla del día que nos deja pensando hasta que tenemos que compartirlo y qué mejor momento que ése.

Definitivamente no ha de ser cronometrada, porque es una cosa dinámica, sin limitaciones que nos lleven a echar a los comensales como si tuvieran la peste, ya puestos a estos tiempos que vivimos; se trata de dejarla fluir hasta que, de común acuerdo, se dé por terminada, hasta la próxima vez.

Pero, sobre todo, lo que sí debe tener es chispa, ese algo de entretenimiento y cercanía, la confianza para cotillear a gusto desde lo más trivial hasta asuntos más serios y delicados, sin perder el toque de ligereza que evite crear un drama mortal en que se tiren los unos sobre los otros a través de la mesa, haciendo volar la vajilla.

Lo esencial es crear el espacio —que no hay que ser tan simple para pensar que el espacio es exclusivamente físico, cuando las palabras lo contienen y lo forman de manera espectacular— para tratar cualquier tema, para pasar un buen rato y digerir lo que nos pongan en frente, esa atmósfera de familiaridad con aroma a café y licor, entre amigos.

Ya aclarado eso, puesto todo a punto, acordemos una cita los viernes para platicar de todo y nada, según toque, a ver si conseguimos sobrepasar la media hora de somnolencia tras la comida para tener una decente sobremesa.

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