“Narrativa docente”: un ejercicio profesional Por: Aleqs Garrigóz

El siguiente ejercicio memorístico y reflexivo fue hecho a petición del Departamento Psicopedagógico de la Escuela Normal Superior Oficial de Guanajuato en la que fui docente, para un proyecto general de intercambio de experiencias y saberes titulado “Narrativas docentes”, en abril de 2023. El ejercicio consistió en tres rubros a manera de dos instrucciones y una pregunta abierta.

 

 

1.- Recordar su trayectoria escolar

Cursé sólo tercer grado de prescolar, ya que a mi padre se le hacía inútil mandarnos desde primer grado, pues decía que no íbamos a aprender nada que no podamos aprender en casa. Cuando entré al prescolar ya sabía leer, escribir, sumar y los números. Eso lo aprendí en casa gracias a mi hermana mayor Claudia. En esta etapa fui muy introvertido y con rasgos de autismo; pasaba los recreos corriendo solo o jugando conmigo mismo.

Cuando entré a la primaria, ya sabía las tablas de multiplicar y hacer restas, por lo que a veces me aburría mucho en el salón y me salía de clases a vagar por la escuela. Por esta razón, mis padres hablaron con el director para que me saltaran a segundo semestre. Luego de que me aplicaron un examen, pasé a segundo grado. Como era más pequeño físicamente que los demás por ser un año menor, me sentía en desventaja. Por otro lado, a veces era arrogante con mis compañeros porque el maestro me ponía a calificarlos. Según él, yo era un niño superdotado y siempre nos estimulaba mucho, al grado de que nos enseñó a sacar raíces cuadradas en segundo grado. Tuve algunos problemas con mis compañeros, principalmente de rivalidades, ya que los menos dotados me envidiaban y yo tenía una rivalidad personal con el chico con el que me disputaba el primer lugar de aprovechamiento. Fue tanta la tensión que terminamos peleándonos físicamente; obviamente él, por ser mayor, se impuso. En tercer grado, cambie de colonia y con ello de escuela. Las cosas marcharon más normalmente. Yo era el chico más aplicado de la clase y lentamente me gané el respeto de los alumnos y la atención especial de los maestros. Recuerdo particularmente al maestro Alfredo de cuarto grado que me hizo jefe de grupo, lo cual hice por pocos días, porque una de ms funciones era hacer un reporte de la conducta diaria de los compañeros y no me gustaba hacer la labor de un policía. Mi madre se involucraba en la mesa directiva de mi grupo y era usual que le dieran buenas noticias de mis avances en clase. En quinto grado tuve un encontronazo con otro compañero, ya que llegó de otra escuela y se disputaba conmigo el primer lugar; él era más dedicado y a veces lograba el primer lugar de aprovechamiento del grupo o lo compartíamos. Teníamos una amistad extraña llena de competencia y en un par de ocasiones terminamos también a golpes. En sexto grado, mi rebeldía fue precoz: ya empezaba a buscar mi identidad entre canciones de rock, rap y pop en español y en inglés. A pesar de todo, era un alumno excelente y ya no me importaba tanto ser siempre el mejor en todo; no obstante, me volví a liar a golpes con el mismo compañero con el que me peleé en quinto grado. Como sea, salí con honores de la primaria y, aunque no fui el abanderado que entregó el lábaro patrio a los alumnos de quinto grado, estuve en uno de los flancos al frente.

En secundaria, cambié de turno a la mañana, yo que siempre había estado en la tarde. El cambio no me cayó muy bien y desde primer grado llegaba tarde a veces a clases, o me quedaba dormitando en el salón. El primer parcial estuve en cuadro de honor con un promedio de 9.0. Luego no volví a estarlo sino hasta tercer grado, cuando mi vida se había estabilizado. Empecé a presentar cambios actitudinales a la escuela; como que cambió mi manera de apreciar la excelencia y quería sobresalir en otros sentidos, como ser popular, aunque nunca lo logré y mi popularidad consistió en ser el chico menor que, ya en segundo grado, era centro de mofas e incluso vejaciones por otros alumnos. Sufrí acoso escolar desde segundo grado, violencia simbólica y física, además de humillaciones, sólo por ser el más pequeño físicamente, pues recordemos que yo seguía siendo adelantado. Entré a la secundaria con sólo diez años. En segundo grado pasé por una crisis de pubertad pronunciada durante meses, pues descuidé mucho mi imagen personal, mi vida académica y mis relaciones con mis maestros. No le encontraba sentido a asistir temprano a la escuela y hacer tareas mecánicamente. Además, sucedió mi despertar sexual y mi interés por temas extraacadémicos, principalmente los relacionados con lo paranormal y la música electrónica. Esto consumía mis energías y dejaba poco espacio para las tareas. Por primera vez reprobé materias, pero logré salvar el semestre. En tercer grado, se asentó mi rebeldía y tuve una vida más equilibrada, si bien seguía siendo blanco de burlas y desprecios por los chicos malos de la escuela. Por otro lado, en tercer grado descubrí mi pasión por la literatura, tras leer versiones abreviadas de La odisea, Los viajes de Guillver y otras obras clásicas. Pasaba absorto las tardes con mis libros.  Salí como un promedio de 7.3 de la escuela secundaria, lo que no me enorgullece, pero tampoco me avergüenza.

Hice cursos en tres preparatorias distintas. Cuando tenía 14 años me mudé un año y medio a San Luis Potosí a vivir con mi papá y mi hermana Claudia. Como no encontramos cupo más que un bachillerato tecnológico marginal, sufrí un semestre de malas clases con compañeros que eran muchos de ellos delincuentes y no recuerdo ninguno que fuera brillante en general. Me aburrí mucho en esa escuela. Entonces, mi padre me sacó y me puso al año siguiente en un Colegio de Bachilleres, el segundo con más prestigio de la ciudad. El cambio abrupto de sociedad, entre una ciudad cosmopolita costera y una ciudad conservadora y violenta como San Luis Potosí, me afectó a la larga y sufrí cuadros depresivos caracterizados por una tristeza crónica, inseguridad, miedo y se somatizó en migrañas. Como no me adapté, regresé a vivir con mi madre a mi natal Puerto Vallarta. Entré a mi tercer bachillerato ya con el ánimo recuperado. En primer grado fuí un chico con buenas notas nuevamente, pero sufrí mi primer gran enamoramiento, con un chico que me odiaba. Segundo grado fue también relativamente normal, con las típicas preocupaciones adolescentes. Para entonces yo ya era un chico lector con una afición a coleccionar música digital y con una feliz vida sexual activa, por lo que mi vida se encontraba diversificada. Como el chico del que me enamoré se enteró de que yo lo amaba a causa de chismes, me hizo la vida difícil y comenzó a entablar una relación de violencia verbal y abuso psicológico conmigo. Esto me debilitó y me hizo caer en la neurosis. Además, el acercamiento a narrativas anarquistas me hizo cambiar mi pensamiento y me hicieron rebelde con las instituciones y la autoridad. Entré e una crisis existencial profunda. No obstante, mi amor por la literatura se afianzó cuando empecé, además de seguir leyendo, a escribir mis primeros versos. El interés por la poesía se afianzó cuando descubrí en la biblioteca escolar el libro de la poesía completa de Rosario Castellanos, de la que literalmente me enamoré. Encontré en la poesía la identidad que en ese momento me faltaba y fue así como me fui reconstruyendo luego de tocar fondo con adicciones y conductas riesgosas. Gané algunos concursos intra y e inter escolares y los chicos empezaron a verme como un joven escritor, luego de ser premiado por la Universidad de Guadalajara en la Feria Internacional del Libro en 2004 y 2005 por mi poesía. Si bien en la clase de literatura era el más adelantado, en otras materias seguía mostrando desinterés y una especie de agotamiento crónico, pues a la par de estudiar debía ya trabajar, ya que la parte mi familia con la que vivía, fracturada ya, vivía al día debido a las exiguas ganancias del negocio familiar. Salí de la preparatoria con un promedio regular y de momento me seguí dedicando a trabajar en un despacho jurídico como investigador socioeconómico.

Originalmente quería hacer la carrera universitaria de antropólogo o psicólogo y a la par hacer carrera como escritor.  No obstante, no me veía mucho a mí mismo ganarme la vida en estas profesiones que no me llenaban del todo como la literatura. Ya para entonces había desarrollado una disciplina como escritor y había publicado libros en editoriales independientes, así como ganado un premio estatal para escritores menores de 35 a los 18 años. Así que, hablé con mi madre de mi decisión de estudiar Letras y ella me mostró su apoyo económico y moral a cambio de que lo aprovechara debidamente. Busqué ofertas académicas y al Universidad de Guanajuato fue la que más me convenció por su programa educativo. Me vine a estudiar y e hice la licenciatura en lo que han sido los años más felices de mi vida. Si bien, algunos de mis profesores me desilusionaron, encontré en la autoregulación de mi vida estudiantil la fórmula para sobresalir. Me dedicaba a estudiar por mi cuenta equipado con los programas semestrales y libros de la gran biblioteca de la escuela. También asistía a fiestas y reuniones los fines de semana y tenía una vida repartida entre las clases, la vida social, la diversión, el estudio autónomo y la escritura literaria, pues seguí escribiendo y publicando. Gané dos veces un premio universitario literario por mi poesía y los compañeros y maestros me veían como a un artista. Hice toda la licenciatura becado, primero por la universidad, luego por el gobierno federal. Al final, la falta de un buen asesor de tesis me hizo hacer mi trabajo de titulación de manera, más que autónoma, solitaria, y duré cinco años investigando y sintetizando información, a la par que trabajaba de docente y empezaba a formar a nuevas generaciones de escritores adolescentes. Al final de una batalla contra la depresión y la precariedad, me titulé en 2018 con honores, recibiendo el reconocimiento de tesis laureada. Mi tesis de más de 300 páginas aportó un panorama global de la narrativa mexicana sobre vampiros en el periodo de 1959 a 2006.

Luego vino estudiar para realizar un proyecto de maestría. Entré becado por el Conacyt en agosto de 2018 a la maestría en Literatura Hispanoamericana en la misma Universidad de Guanajuato. Continué luchando con la depresión y el problema de gastar mucho dinero por no saber administrar los ingresos que ganaba como becario, pero terminé con eficiencia terminal. El encierro motivado por la pandemia me hizo terminar en marzo mi tesis en un ciclo escolar que terminaba en julio. Defendí mi tesis en agosto y obtuve el reconocimiento de laureado; sin embargo, en la nueva legislación universitaria para entonces ya no existía esa figura en el nivel de maestría, así que me fue retirado el honor, pero el orgullo de haber sido el primer alumno de mi generación en titularme me hizo afianzarme y reivindicarme ante algunos profesores que dudaban aún de mis capacidades como investigador.

Actualmente estoy estudiando el doctorado en Literatura Hispanoamericana en la misma Universidad, para lo cual estudio mucho prácticamente todos los días, incluso los fines de semana, aunque sea unas horas. En estos momentos indago sobre el vampirismo como transgresión de tabús erótico-sexuales en una porción de la narrativa mexicana de finales del siglo XX y principios del XXI. Soy un alumno cumplido y participativo y tengo una excelente relación con mis compañeros de generación, pues, afortunadamente, además de discutir asuntos de nuestras clases, tenemos una relación de amistad que se va ensanchando, todo lo cual me hace muy feliz.

2.- Describir la actuación se un docente o bien por su buena o por su mala práctica. Lo que hacía éste desde que entraba al aula hasta que acabala la clase.

Recuerdo a un profesor de la preparatoria, abogado de oficio, que nos impartía la clase de Español, a pesar de no tener las herramientas pedagógica ni el conocimiento necesario. Se apellidaba Vivanco, pero lo apodábamos “Huevanco”, porque casi luego de entrar a clases, daba la instrucción de trabajar en el libro de texto en el libro de texto y literalmente se dormía sentado en su silla. En este acto, los testículos se le remarcaban en el pantalón de manera prominente, ya que usaba pantalones ajustados. Doble razón para apodarlo así: por “huevón” y por su particularidad física. Con este apodo había sido usado por generaciones pasadas de alumnos y lo acompañó durante su vida.

 

3.- ¿Qué es ser un buen docente?

Es esforzarse todos los días porque los alumnos aprendan algo de ti y tú al mismo tiempo aprender constantemente de los alumnos.

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