Lo que nos rodea está hecho de una simbiosis inexplicable. Los ruidos que nos despiertan, las melodías de los vecinos, los ladridos de nuestros perros y también la forma en que sabemos que nuestro camino se acorta cuando doblamos la esquina de la calle o cuando tomamos el autobús. Nuestro perímetro es el que habitamos y el que vamos dejando detrás de nosotros. Desde nuestras minúsculas camas y nuestras cobijas aún calientes hasta nuestros jabones de baño y el agua que corre en el lavabo cuando nos limpiamos la cara. Todo el tiempo abandonamos: nuestros platos sin lavar y las tazas en espera de ser bebidas o los zapatos que no quisimos usar. Y sin querer, necesitamos eso. Incluso con lo que nos parece indistinto como las personas con quienes no interactuamos, las sillas en las que no nos sentamos y las palabras que no leemos. Me acuerdo siempre de ese cuento de Casa tomada de Córtazar en donde un algo no reconocible iba devorando todo y los personajes son expulsados de su casa. En lo cotidiano también salimos y parece que echamos la llave en la alcantarilla pero también quedamos en lo que dejamos.
Perímetro por Gabriela Cano
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