Los artesanos que labran tu membrana tienen las manos deterioradas y una imaginería dilatada, los ojos jadeantes y los remos fuertes para darle forma a la savia, para hacer brotar al Santo desde tu filamento, una Virgen del tormento o una Madonna de la algarabía, violeteros que contendrán la esencia liviana que resguardará a los niños del sol futuro y frontispicios que decorarán nuestro palacete a mitad del desierto, alzados rosáceos que impregnarán los ojos de la madre y el alivio de los turistas; cornisas, chapiteles, macadanes, contrafuertes y fuentes, incluso la lápida que soterrará el dolor de aquél que se cansó en el trillar, en el arduo sendero de cincelar la existencia en los divinos talleres de Dios, las factorías de la Cantera rosa.
Los artesanos que te entallan no tiene más que espinas en la frente y cuencas en las palmas, un voluntad enérgica y el pulso latente, el golpeteo pujante, un brazado henchido de sortilegio y devoción. Los artesanos que te dan forma no tienen más que el trabajo que los hace humildes y la fe que alimenta su espíritu, tienen el juicio y la confianza, el compromiso, el portento y la gracia. Los artesanos que te labran no te poseen sólo a ti, yacimiento de la dicha, sino a un Pueblo entero, embriagado por las grafías que les has proveído, y ese majestuoso esmalte tuyo, un núcleo rosa que hipnotiza.
Patrimonio del cincel, la gradina y la bujarda, del residente y la filantropía, del niño y el padre, de un Creador que concede entendimiento a todo aquél que te lisonjee. Almendra sublime, sonrosada como la mejilla de la prometida o el atardecer pausado, extracto del tiempo, cobijo de las aves, discernimiento del día, carabela varada, arquitectura de la perfección.
Los artesanos que te remueven proceden de distintos terrenos, pero podemos auscultarlos, desde los cerros, desde allá se escucha el incesante repiqueteo de la piedra, desde allí desciende la estética hasta nuestras perspectivas, por carreteras y vías, surcando la tierra y glorificando la vida hasta incorporarse en nuestra orientación y hacer de nuestro atisbo una mansión.
Los artesanos que te cincelan están palpados por manos divinas, es por eso que logran contentar la vista del joven, asombrar a la dama, sensibilizar al hombre y revestir la ruina, transmutarla en alcázares encendidos de un Pueblo ilustre.
La Cantera convierte nuestros destinos en majestuosos senderos de corazón rosa.