El confinamiento aparece como una oportunidad para reflexionar sobre la formación de la subjetividad humana, el presente artículo es un pretexto, una simple exploración panorámica por los territorios que habitamos. Desde el encierro, el ejercicio de la escritura, permite desarrollar la crítica y discusión continua, tan necesaria hoy en día para volver a pensar nuestra vida cotidiana. A la luz de los movimientos culturales, revoluciones científicas y tradiciones intelectuales podremos generar nuevas preguntas. Espero que estas líneas permitan la producción de nuevas discusiones.
Para analizar la realidad social y particularmente los fenómenos mentales y culturales nos enfrentamos ante nuevos paradigmas como ciudadanos, investigadores, escritores, comunicadores, profesores, humanistas o estudiantes. Sabemos que la situación apremia y se nos pide responder propositivamente ante la emergencia. Pensamos en contexto, justo aquí, en medio de la pandemia, entre la crisis económica y las catástrofes ambientales. Mientras aumenta el desempleo y crece la ola de violencia, solo por mencionar algunas trompetas apocalípticas que estremecen la propia percepción de la realidad contemporánea.
Cada día despiertan nuevos movimientos sociales en defensa de los derechos humanos. La sociedad se está organizando y va caminando, paso a paso, exigiendo justicia y dignidad. Por las víctimas y los desaparecidos, los olvidados, las asesinadas, los migrantes y refugiados. Vivimos en una época de cambios, ante el inminente derrumbe del capitalismo global. ¿Será posible interpretar la crisis como una oportunidad? ¿Sin caer en la indiferencia o el cinismo, la apatía o la frivolidad? Hoy más que nunca, resulta indispensable volver a ocuparnos del problema de la subjetividad. La misión es tremenda, ¿cómo lograr la producción de encuentros afectivos que permitan el cuidado de sí y la reconstrucción del tejido social?
Intentamos pensar en medio del caos, como hacían los antiguos estoicos, buscando la ataraxia (ἀταραξία) o imperturbabilidad del cuerpo y el alma. Las preguntas fundamentales sobre el sentido de la vida, cargadas de asombro y potencia, con frecuencia las olvidamos. Esto lo consideramos la cosa más normal del mundo, porque evidentemente para sobrevivir a nuestra agitada vida cotidiana tenemos que habitar en un mundo de respuestas ordinarias y soluciones prácticas. Resolvemos problemas, aplicamos estrategias para cumplir con nuestros deberes y agendas, una y otra vez en una repetición incesante, nos preocupamos por el sustento del día a día, ganando el pan con el sudor de la frente, cobrando el salario cada quincena, para pagar las deudas, pero nada más.
Generalmente clasificamos estas sensaciones, percepciones o sentimientos en el ámbito de la existencia humana. En cuanto aparecen las primeras inquietudes filosóficas, como si se tratara de una experiencia tenebrosa, sentimos miedo de nosotros mismos por formularlas, como tortugas nos escondemos en nuestros propios caparazones y preferimos olvidar aquello que vino a la mente, arrinconándolo en un viejo baúl que llamamos metafísica.
A lo largo de la historia del pensamiento occidental con frecuencia nos enfrentamos con una amplia variedad de temas como la vida, el amor, la muerte, el erotismo, lo sagrado, la guerra y el mal. Contamos con una gran cantidad de producciones estéticas. Por solo mencionar los poemas épicos y las tragedias que nos dan cuenta de la vasta imaginería en torno a la condición humana, reflejando pasiones y voluptuosidades, asesinatos, infamia, incestos, maldiciones y delirios. Entre las epopeyas clásicas de Homero o los dramas de Sófocles, encontramos los arquetipos que representan las pasiones humanas. Las tragedias muestran de manera sublime la condición existencial, la experiencia de finitud, el destino de los mortales. Tanto la filosofía como la psicología se han servido de los recursos simbólicos, poéticos, retóricos e iconográficos para explicar las situaciones concretas de los individuos.
En la época arcaica el mito (μῦθος) aparece como discurso que permite explicar la realidad desde un relato extraordinario. La mayoría de las civilizaciones construyeron sus culturas alrededor de narraciones fundacionales. Distinguiendo entre el orden y el caos, generalmente atribuidos a un principio cosmogónico, casi siempre asociado con las fuerzas de la naturaleza.
La transmisión del relato mítico, en tanto discurso comunitario es posible gracias al lenguaje, en tanto dispositivo ordenador. Permite la construcción de un modelo representativo en donde palabra y escritura son elementos sagrados que delimitan la frontera entre lo aceptado y lo prohibido por una sociedad.
El lenguaje es la base cultural, estableciendo los códigos y convenciones, las relaciones e intercambios afectivos entre la comunidad. El lenguaje define por un lado lo que se puede decir o pensar y sugiriendo lo que se debe callar y negar. Lo infame y lo afable, en una clasificación axiológica de acuerdo a sus efectos prácticos.
Lenguaje y poder mantienen una imbricación. Dicho de otra manera, en tanto fenómeno comunicativo, los relatos se transmiten de generación en generación como herencia espiritual, memoria del paso del tiempo y signo de identidad y pertenencia. La función pedagógica del relato mítico consiste en implantar la estructura social y control político, sirviendo como institución simbólica, justificando el lazo entre lo sagrado y el poder y consolidando un modelo jerárquico. Los rituales y las celebraciones religiosas a lo largo del tiempo cumplen una función esencial en las sociedades al actualizar el sentido del mundo o conectando con un orden superior.
Luego aparecieron los profetas y sacerdotes, pitonisas y chamanes, como interlocutores entre lo sagrado y los hombres, siendo intérprete de los augurios, casi siempre ciegos, son portadores de la clarividencia, anunciando el destino que padecen los mortales. Se confunden en un arrebato místico, unas veces poseídos por delirios y adivinaciones, otras, entregados al ascetismo o al silencio. Siendo curanderos poseen las sabidurías ancestrales. Acompañan en las etapas de la vida, desde el parto hasta el entierro. Siempre dirigen las ceremonias, invocan a la divinidad, purifican los espacios. Logrando proyectar en la imaginación de los hombres el esquema dual entre el bien y el mal, a partir del flujo a experiencia sensibles entre el terror y el éxtasis.
Si bien, en un esquema tradicional podríamos pensar que aquella época ha terminado, lo cierto es que las creencias religiosas y los adoctrinamientos permanecen entre nosotros. No son evidencia de un estado primitivo de la sociedad, por el contrario, su imaginario colectivo da cuenta de lo compleja y variada que puede ser la subjetividad humana.
Por su parte, la filosofía desde su origen se ha presentado como una explicación racional, presumiendo su lógica y argumentación como si fueran instrumentos infalibles. Ya en Parménides encontramos esa pretensión de verdad, vinculada con lo divino. Desde Pitágoras y Platón el discurso (λóγος) aparece como revelación, principio y fundamento, medida y definición. Tanto los Diálogos platónicos como los libros de la Metafísica de Aristóteles, considerados entre las obras clásicas universales, se enmarcan en un modelo racional. Al discutir tanto las cuestiones fundamentales en torno a la existencia humana, o la pregunta por el origen del mundo o el principio de subsistencia, pretenden dar razones. Por consecuencia, se identifica lo verdadero como inmóvil, eterno, bueno y moral. Sosteniendo a partir de tal prejuicio una de las bases del pensamiento occidental.
Los filósofos y sabios de la antigüedad se dedicaron a formular preguntas sobre el origen del cosmos. El problema de la subjetividad en este momento presenta una revolución radical, encontramos una diversidad de propuestas, sin embargo, es suficiente mencionar el problema ontológico de la distinción entre el alma y el cuerpo. El concepto de alma (Ψυχή) desde la antigüedad es problemático y difícil de comprender, por una parte, en tanto implicaba la participación con lo divino, según el orfismo, era concebida como inmortal y perfecta. Mientras se encontraba en el cuerpo, permanecía prisionera. Designa un estado interior, puro y eterno. No podremos profundizar con detenimiento tal planteamiento, pero basta con apreciar las consecuencias culturales en torno al desprecio del cuerpo. La tradición occidental teniendo como padre fundador a Platón instauró un modelo dual e ideal.
Posteriormente el pensamiento medieval continuó la tradición trascendente, incorporando la idea de pecado como culpa o falta y en contraparte la salvación como gracia. La discusión sobre las cualidades del alma desde nuestra época podría resultar absurda, pero lo cierto es que fue el motivo de acaloradas disputas teológicas. Conviene recordar que gracias al Santo Oficio a más de un hereje le rostizaron en leña verde por cuestionar el dogma.
A lo largo de la historia encontramos una serie de rupturas, hitos en el pensamiento y la cultura. Como es el caso del renacimiento, la modernidad y la ilustración. No contamos con el espacio para examinar a detalle las obras y pensadores consagrados y omitiremos una enorme lista. Avancemos hasta el siglo XVII para recordar a René Descartes, con un racionalismo característico de la época, matemático y científico, cuyo aporte recordamos por su famoso cogito ergo sum, afirmando la propia existencia de un sujeto pensante, a partir de su duda metódica. Por su parte, los genios de la física Galileo y Newton acompañan el nuevo paradigma científico en donde la razón aparece como facultad soberana. Ejemplo son las Críticas de Kant consolidando un avance notable para el problema de la subjetividad, al plantear las preguntas fundamentales en torno a los propios límites del conocimiento humano, el problema del gusto estético o el imperativo categórico.
La producción teórica del periodo moderno construyo una arquitectura conceptual y racional optimista en el progreso humano por vía de la formación del espíritu. Dando por resultado obras maravillosas y terribles. Las bellas artes, la música, pero también, la guillotina y la guerra. El exceso de cálculo, derecho y disciplina entonces se parece más a un corset apretado o a una cárcel vigilada más que a un paraíso utópico. Como afirmará aquel capricho de Goya, los sueños de la razón producen monstruos.
El siglo XIX por contraste, se caracterizó por su pesimismo y desconfianza ante la modernidad. En efecto, los avances y desarrollos científicos lograron el progreso cultural, económico e industrial, pero a costa del sufrimiento y desigualdad, siendo el colonialismo y la depredación la otra cara de la misma moneda que llamamos civilización. Por fin aparecen en escena nuestros admirados maestros de la sospecha, Marx, Nietzsche y Freud, interpretando el malestar en la cultura burguesa, lo mismo desde la crítica a la economía política, la filología o el psicoanálisis. Lo cierto es que su aporte permitió explicar de manera novedosa e intempestiva la realidad social, modificando el método y el objeto de estudio, explicando la formación de la subjetividad a partir de la lucha de clases, la voluntad de poder o el inconsciente.
Las revoluciones industriales modificaron radicalmente la vida cotidiana, el estilo, la moda, la higiene, el entretenimiento, el cine, el trabajo, la educación, la sexualidad, en una palabra: el consumo. Con frecuencia escuchamos términos como cultura de masas, la sociedad de la información, posmoderno, arte conceptual, mercado global, internet de las cosas, inteligencia artificial, realidad aumentada, entre otras nociones que ahora forman parte de nuestro día a día. La vida mecánica, automatizada, desechable y etérea. Instantánea, virtual y digital. ¿Cómo pensar ahora la subjetividad? Como usuarios navegando en el ciber-espacio, como cifras de una base de datos o un sistema en entropía.
Entre las múltiples propuestas teóricas contemporáneas es posible advertir la presencia del problema de la subjetividad envuelto en diversos empaques, conceptos y autores. Siempre en continua efervescencia, arrojando nuevos brotes y ramificaciones. Desde el siglo xx destacan disciplinas y corrientes como la fenomenología y el existencialismo, la lingüística y el estructuralismo, la semiótica, la sociología y la antropología, la etnografía y el psicoanálisis, las neurociencias y la teoría crítica, el derecho y la psicología, los estudios de género entre otras, cada una con sus métodos, conceptos problemas y tradiciones.
Debemos dialogar entre nosotros, para interpretar la realidad actual y propones nuevas maneras de pensar el problema de la subjetividad desde diversos contextos y perspectivas. ¿Cuál es el rol y responsabilidad social que deben asumir las ciencias sociales? ¿Desde qué perspectivas es posible abordar el nuevo paradigma? ¿Cómo entender los fenómenos mentales y sus efectos ante una situación de desastre? ¿Cómo restaurar el tejido social? ¿Es posible pensar más allá del capitalismo global? ¿Cómo pensar la inter- subjetividad hoy? ¿Cuáles son los riesgos de la sociedad digital? ¿Será posible volver a pensar de manera crítica la clínica? ¿Cómo abordar el problema del cuerpo desde el escenario virtual? ¿Cómo lograr la producción de encuentros afectivos? ¿Cómo acompañar a las víctimas y minorías para lograr la reivindicación de sus derechos? ¿Será posible disminuir la ola de violencia? ¿Cómo enfrentar el narcotráfico y la corrupción? ¿Cómo atender los suicidios y feminimicidios? ¿Es posible pensar la subjetividad
Jesús Abraham Suárez Noriega. Universidad de Guanajuato. México.
ja.suareznoriega@ugto.mx
octubre 2020.
Guanajuato, Gto
desde un paradigma democrático? ¿Cómo pensar la salud mental desde el confinamiento?