Mother, can you hold me one more time again? Whisper I still love you in my ear.
Mother, did you lie? Would you tell me why?
Landon susurraba la letra de la canción mientras observaba el techo de su piso, lanzando finalmente un suspiro. Su brazo derecho reposaba bajo su nuca, a manera de almohada. Se sentía bien, más no tenía ánimos de hacer mucho; últimamente había comenzado a seguir el plan que se le había presentado de manera mecánica, sin pensar entre cada cosa. El ejercicio le funcionaba y, pese a nunca haber ganado gramo de grasa innecesaria, los músculos de su cuerpo estaban más marcados ahora.
La dieta que le pidieron siguiera al pie de la letra dejaba de tener sabor; no era que antes lo tuviera, pero era lo mismo cada semana, cosa que ya le tenía fastidiado de sobremanera. Sin drogas “legales” como el alcohol o el tabaco, algunas veces no sabía qué hacer para dejar pasar el tiempo. Intentó la lectura, pero cerró el libro que había comprado en Velvet Underground le parecía aburrido, sobre todo porque ni siquiera le había gustado el inicio. Era malo para leer y, sobre todo, para tener una “cita a ciegas” con un libro.
Después de la lectura, intentó dibujar, pintar o hacer alguna manualidad. “Te vendrá bien”, le había comentado Eric, pero Landon no podía hacer nada de eso. No estaba en sus genes, de ninguna manera. La música vino después: estaba acompañando a Oliver para recoger unos instrumentos de un grupo que iba a tocar en la noche, cuando tomó una de las guitarras por curiosidad y comenzó a tocar las cuerdas.
—No lo hagas, hombre, que a ti eso ni se te da y ni tus cosas son— le había dicho Oliver, destapando una cerveza, luego de acomodar los instrumentos en el escenario.
—Nada que el vino gratis no pueda comprar— comentó Landon, escuchando cada nota que salía a la par que él tocaba las cuerdas.
No había llevado escuela para eso, pero parecía como si lo hubiese hecho; era rara la nota que salía desafinada y, en cuanto la escuchaba, volteaba a ver la guitarra, tocaba las clavijas y jugaba con el ruido. Oliver sentía que no conocía a este nuevo Landon, como si lo hubieran cambiado por arte de magia.
—Es una chica, ¿cierto?— dijo Oliver, bebiendo de la botella de cerveza —. Ningún hombre cambia así de rápido, ni tú, por ninguna razón. Ya no sales con las chicas, te he visto: ya no las invitas a tu piso luego del trabajo, ni aceptas nuevos números de teléfono. En lugar de eso tiras todos esos papelitos con labial y letra de mujer al cesto detrás de la barra— soltó una breve risa, sentándose en una de las sillas del lugar.
—Qué va, no es eso.
—Claro que lo es. Todos teníamos apuestas para cuando acababa el trabajo. ¿Se irá con la rubia o con la morocha? La pelirroja tiene las de ganar…— Oliver volvió a beber y volvió a hablar —Ninguno ganaba, nunca, porque algunas veces te ibas con las tres, y cuando apostábamos porque te llevarías a todas, te llevabas a una. Pero ahora, mírate, tocando una guitarra ajena en un bar sin abrir, como si fueras de la banda y sin cerveza ni cigarro a la mano. ¿Qué te ha pasado, hombre?
—¡Dije que nada, déjalo ya!— Landon alzó la voz, observando a Oliver. Luego inhaló y exhaló profundamente, dejó la guitarra donde estaba y caminó por el lugar.
Después de unos cuantos minutos, Oliver terminó su cerveza y puso la botella en la barra; observó a Landon y negó con la cabeza, un poco, para finalmente pasarse los dedos de la mano siniestra por el cabello. Hizo una mueca con la boca, bajando la mirada, y aclaró su garganta para hablar:
—Cuídate, hombre. Ojalá esa mujer no te chupe más de lo necesario— comenzó a caminar hacia la salida.
Landon cerró los ojos, enderezando el cuerpo y sentándose a la orilla de la cama. Desde aquella vez Oliver no hablaba mucho con él. Jacqueline le había preguntado si estaba seguro, aún así, de dejarle un puesto tan importante a Oliver; “no lo sé, le falta mucho”. No era su padre, ni quería serlo, pero a golpes había aprendido que la vida no era como se pintaba a los ojos de Oliver, y él no lo creía. Oliver todavía tenía la edad de la rebeldía en la sangre; Landon, pese a ser unos años mayor, sentía que su sangre era más vieja, que se había asentado en un estado de confort, de tranquilidad y de análisis. Comenzaba a pensar que no sería joven siempre, pero no se daba cuenta que su “juventud” se esfumaba mientras más pensara eso.
—Olvídalo— le dijo Jacqueline, al otro lado del teléfono.
—Sabes que no puedo. Pero dame un tiempo para pensar. Todavía no termino esto, por ende no puedo darle el puesto, y confío en que lo dudes, pero quiero saber qué piensas porque es tu negocio…— guardó silencio un momento.
—Ya sé que vas a hacer lo posible por iniciar tu negocio, igual, un bar o algo así— contestó Jacqueline—, pero quiero que sepas que si yo no le doy ese puesto, él te buscará a ti, y es demasiado obstinado.
—Comprendo… Te llamaré más tarde, entonces.
Landon dejó el móvil encima de la cama y sintió extrañeza; lo tomó de nuevo y lo puso sobre la mesa de noche, boca abajo. Se puso de pie y caminó hacia donde estaba su nueva guitarra, la cual tomó en manos y observó con detenimiento. Al menos en esto no era malo, como si la música hecha con los dedos fuera parte de él.