La tarde caía y se alcanzaba a ver el sol en el horizonte, al otro lado del vidrio de la ventana; las cortinas estaban corridas a un lado y otro y, frente a ellas, un cómodo sillón individual que hacía las veces de lugar de relajación y de ensayo. La estancia estaba en silencio absoluto, dando paso a los ruidos nocturnos que pronto cubrirían el derredor de la gran casa que había comprado hacía unas semanas. El mueble estaba impregnado del olor de su hermana: una extraña mezcla de aromas orientales que probablemente habría utilizado para algún trabajo, una sesión de fotos o para salir; no le molestaba, pero ahora que había planes le incomodaba un poco pensar en eso, centrar la atención en esa diminuta idea atraída a su mente por su sentido olfativo.
No cabía duda de que, cuando no había nada más qué hacer, se recurría a extraños procedimientos para entretener la mente.
Se levantó del sillón justo cuando vio que la parte superior del cielo ya estaba casi a oscuras; unos tenues rayos, despojos, destellos de sol, se colaban por el horizonte. Era hora de salir de ahí y emprender una graciosa huida, seguir un ritmo de vida planteado hace tiempo: eso de vivir de noche le gustaba y, con el paso de los días, podía hacerlo más a menudo.
“No necesitas venir ya. Hemos terminado y te agradezco tu cooperación”, había colgado el teléfono luego de despedirse de Eric con un poco de alivio: por fin no tendría que seguir las exigencias de un solitario hombre de Las Vegas quien, por si fuera poco, era obvio que le había roto el corazón a su hermana. No le daba tanta importancia antes y, de hecho, en otra situación le habría ayudado a llegar a ella, pero ahora no creía conveniente seguir con ello; si bien se comportaba como la cara opuesta de la moneda, al menos esperaba no preservar en su oposición una relación que dañara a su opuesto. Al contrario, había aprendido a valorarla aunque ya casi no se veían. No era que ella no quisiera… Pero él no quería, todavía.
No estaba frustrado por el dinero y sentía, algunas veces, que no era muy justo con la repartición de éste; el hecho era que no deseaba intervenir más de lo necesario en la vida de Ash. Pensaba que con verla unos días, contestar a sus llamadas de vez en cuando y ponerle algo en las redes era suficiente. ¿Las invitaciones a eventos y fiestas? Las rechazaba con grandes excusas: mucho trabajo, planes a futuro, no estaría en la ciudad, estaba cansado, tenía que ver a alguien… Aunque ninguna era cierta.
Esa tarde, cuando la vio, no pudo contener la alegría del encuentro: quería mostrarle dónde había puesto la silla que ella le había mandado; “ojalá te sirva más que a mí”, dijo ella con una sonrisa, “a veces pensaba que sólo era un adorno que me permitía ponerme a tocar las notas perfectas, pero creo que encaja más con tu casa”. Él solo se limitó a esbozar una sonrisa de oreja a oreja y a pasarle el brazo por el hombro para conducirla lejos de esa habitación, rumbo al comedor, donde pasarían un tiempo largo antes de que tuviera que partir a preparar maletas. Nunca había demostrado que la quería o que, al menos, la estimaba, como aquella vez: nunca se había puesto a pensar en ello, pero la falta de contacto le había pasado factura y ahora estaba recobrando poco a poco ese afecto hacia su propia hermana.
—¿Por cuánto tiempo te vas?— preguntó Landon, llevándose un pedazo de carne a la boca con ayuda del tenedor.
—No lo sé. Va a ser una serie de presentaciones y quieren que les ayude con unos detalles de la grabación— Ashley encogió de hombros y sonrió, desviando la mirada.
—No te escuchas muy animada. Siempre puedes escaparte y decir que no, ¿cierto?
—Ya firmé. No puedo faltar a eso— Ashley suspiró y volvió a verlo —Pero puedo buscarte una novia mientras esté allá.
—No hace falta. Disfruto la vida en soltería— Landon alzó los brazos y cruzó los dedos tras la nuca, recargándola en las manos —, pero cuando me aburra, te digo— guiñó un ojo y siguió comiendo.
Cuando ella se fue, alrededor de las 5 de la tarde, él prosiguió a sentarse en ese sillón; sin dormirse, sin fumar, sin poner música, sólo estuvo ahí hasta que era poco más de las 7:30 de la tarde-noche. Tal vez podría haberse puesto a leer un libro o recobrar energías para salir en la noche, pero no le cruzó ninguna de esas ideas por la mente.
El ambiente nocturno era el de siempre: dinámico, vibrante, lleno de colores y luces en todos lados. Sin embargo, su graciosa huída se traducía más en la caminata vacía de una avenida a otra, de un bar a otro, beber una cerveza, fumar un cigarrillo, pagar y salir para ir a otro punto de la ciudad. Le parecía gracioso, de sobremanera, el hecho de tener una ridícula cantidad de dinero y no estarlo invirtiendo más que en alcohol y tabaco; claro que había comprado su casa, pero no hacía nada más: la despensa, el gasto de gasolina cuando era necesario, la ropa, todo eso estaba todavía como un gasto necesario mas no excedente. Tener dinero no le había hecho querer gastarlo en seguida.
Ignoraba si a su hermana le pasaría lo mismo: tenía suficiente para vivir cómodamente durante un largo tiempo, pero no se había vuelto loca, al menos hasta donde él sabía, por tener dinero. Claramente, no era una aspiración a la que quisieran llegar, ambos, pero era una situación en la que se encontraban atrapados.
En un bar, alrededor de la media noche, estaba terminando su cerveza cuando recibió un mensaje al móvil: “Se atrasó el vuelo. Apenas vamos a abordar. Cuídate.”; guardó el móvil en seguida y dejó algo de dinero en la barra, pagando por su bebida; cuando salió del lugar, extrañamente, se quedó pensando en que no había ciudad más silenciosa que aquella: Las Vegas. ¿Por qué pensaba eso? Ir, aunque fuera unos días, era el sueño para muchos, pero él vivía ahí y no le parecía la gran cosa. Quizás era la magia de los lugares turísticos: los naturales o propios de ahí no lo ven como algo importante, debido a que ya lo conocen, y los externos siguen el cuento de que esos lugares son más maravillosos que aquellos en los cuales viven. Lo inundó la extrañeza de los pensamientos que últimamente tenía: se fijaba más en algunos detalles, además de que pensaba de sobremanera las cosas, aunado a ello se sentía más solo y, aunque eso era en cierta manera verdad, no se sentía mal.
Le hacía falta volver a disfrutar de su soledad, pensó. Le hacía falta porque se había adentrado a una zona de confort que no sabía si duraría o no, y ese era un error grave.
Cuando llegó a su casa, luego de desactivar el sistema de seguridad y de volver a activarlo una vez adentro, fue a donde estaba la silla de Ashley; se quedó viendo al otro lado del ventanal el cómo las luces de la ciudad inundaban el horizonte: el cielo parecía perder su oscuridad en cuanto tocaba la tierra y eso, en cierto sentido, era muy antinatural.
—Debería ser oscuro, sólo iluminado por las inalcanzables estrellas— murmuró.
Subió las escaleras y se dirigió a su habitación donde, en una cómoda al lado de la cama, dejó las llaves para poder proceder a quitarse la ropa. Le gustaba dormir en ropa interior, nada más, no por el calor de la ciudad sino porque encontraba más fácil el hecho de conciliar el sueño, casi en la desnudez. No se había fijado en cuánto valor le daba al hecho del roce de la piel con la tela hasta esa noche, como si se tratara de una extraña sensación, ajena a él hasta ese momento, indescriptible e irreconocible.
Por primera vez decidió poner música para bañarse: aunque pensó en poner un album definido o buscar por artista específico, decidió dejarlo en aleatorio: que fuera lo que el Destino quisiera. No creía en el Azar, pero vivía en una ciudad en la cual eso era el pan de todos los días e, internamente, pensaba que eso lo había mantenido un tanto cegado de la realidad que lo rodeaba: no existía el Azar, pero el Destino, por otro lado, era algo más creíble. ¿Por qué? Sencillamente porque el Destino era el mismo para todos, mientras que suponerse al Azar le dedicaba un cierto dejo de esperanza falsa a su diaria existencia. Sabía que en su Destino estaba el morir algún día, y eso era todo lo que necesitaba aceptar. No se anclaría a una idea falsa de superiviencia: “Aunque tenga estirpe, les haré prometer que nunca me entubarán ni donarán mis órganos, mucho menos intentarán revivirme si he sufrido un paro, y si tengo opciones de tratamientos en experimentación les pediré que no los busquen. Moriré eventualmente, ¿qué caso tiene usar más oxígeno sólo por un capricho? Ese oxígeno le vendría bien a alguien más. Esas medicinas le vendrían bien a alguien más… a alguien que aún no se quiera ir”…
A las afueras de la ducha, aún en el cuarto de baño, comenzaba a sonar algo de Zeromancer: “Thank you for calling 1-800-suicide…”.