Una tarde de otoño
«Ibai, Ibai, me tengo que ir». Ibai miraba a la pared, como si leyera algo escrito que yo no podía ver. El viento llenaba de hojas la habitación. Estaba siendo un otoño delicioso. Me miró y me dijo «¡¿Ya?! ¿Qué hora es?». Los dos estábamos acostados sobre el colchón —su cama se trataba de eso—, un colchón en el suelo, en otro tiempo sobre un somier, pero hacía unos días se lo había fiado a un compañero a cambio de hierba, a Javier no, a otro. No había habido sexo entre nosotros, solo estábamos acostados pasando la tarde. Creo que a él le asustaba que yo no hubiera mantenido relaciones antes, lo vivía como una carga o un exceso de responsabilidad, ¡qué sé yo! A mí, no sé si me importaba que hubiera estado con otras chicas, en realidad solo me irritaba si lo pensaba demasiado. Lo que me preocupaba era que le desalentara mi inexperiencia o falta de habilidad, y que mi timidez fuera un obstáculo para acercarse a mí. Se recostó sobre la cama, tiró el cigarrillo por la ventana y se cambió de camiseta. Se quedó de pie, al lado mío, mirándome mientras yo le sonreía desde el colchón, con una boina roja caída y una camiseta de nirvana que decía: «Nadie muere virgen… la vida nos jode a todos». Me dijo «Pon una canción mientras yo me fumo el último cigarrillo y te acompaño» Me levanté, con una pierna hacia atrás apoyé mis glúteos, incliné mi cuerpo hacia la caja de cd’s y hundí mi cabeza en él, tras pasar Master of puppets de Metallica, All Aboard the Blue Train de Johnny Cash, The Smiths, Perl Jam, Alice in Chains, Sonic Youth, Joy Division, Daniel Johnston, Elliott Smith… y una infinidad de cantantes deprimidos, drogados y con múltiples intentos de suicidio, escogí Morning Sun de The Underground Youth, de esta canción me gustaba sobre todo el video clip, un tío un tanto excéntrico dando vueltas por la habitación bailando sin cesar, mientras su chica mira hacia la calle distraída de todo lo que sucede a su alrededor. La letra está inglés y no la entiendo bien pero escuchándola siento una especie de ave en mi cabeza que hace que me sienta etérea, aérea y extasiada. Giró su cabeza hacia mí, me miró fijamente, lanzó hacia el infinito el humo que le quedaba en su boca y realizó una mueca que mostraba una media sonrisa. Comenzó a tatarear de forma arbitraria lo que entendí que era la letra de la canción «¡Oh cariño! no creo en Dios pero creo en su diseño, porque es como el tuyo […] sé que tú corazón se siente como una pistola cargada, que utilizarías todos los amaneceres, permíteme disparar alguna mañana». Me ofreció su largo y delgado brazo, «Vamos morenita de cabeza dañada y labios rubí, ¡levántate!, si llegas tarde tu madre no te dejará estar más conmigo» Le dije: «Ibai, mi madre no tiene ni zorra idea de que quedo contigo, ¿Quieres decírselo tú?». Cambio su gesto meditabundo y comenzó a reírse a carcajadas, «está bien, se lo dirás tú ». Bajamos cogidos de la mano por las escaleras, rápidos siempre rápidos, aunque no tuviéramos prisa siempre lo hacíamos así. Llegamos hasta mi bici, «Sur, el viernes voy a un concierto con mis amigos, se hará un poco tarde, ¿quieres venir? Podrías quedarte a dormir conmigo». Le miraba sosteniendo el calor en mi estómago para que no llegara a mi cara y pudiera ver la explosión de rubor en mis mejillas, pensaba en qué podría decirle a mi madre, o lo que era peor, a mi padre. Le dije «Ibai, sí, sí quiero ir» Me alcé de puntillas y me lancé a su cuello a esconderme entre su pelo. Sentí sus manos frías recorriendo mi cintura, sus dedos recoger el sudor tembloroso que me caía de las vértebras, sus brazos por mi cabeza, cuando se apartó me miró a mis ojos que no sabía si estaban a punto de estallar de miedo o de éxtasis. Me dio un beso en la frente y luego en los labios, me acarició de nuevo el pelo y se fue. Tardé cinco minutos en coger la bici porque los nervios no me dejaban ni aguantar el equilibrio sobre las ruedas de la bicicleta. Ni siquiera le dije adiós. La próxima batalla era decirle a mi madre que su dulce hijita pretendía pasar la noche con un tío que nadie sabía quién era, ni siquiera ella.
____________________________________________________________________________________________________
Me llamo Mónica Menargues. Soy solitaria, ingenua, desconfiada. Hablo poco. Me interesa más leer que la gente. Me resulta más fácil divagar sobre la muerte que participar en una conversación. Me hastía hablar de cualquier tema que no sea literatura. Me querré un poquito más el día que entienda el Ulises, de Joyce. Vivo la vida con el mismo sentimiento de deseo que de desapego. A veces siento que lo tengo todo y otras que no tengo nada de nada. Cada vez que termino de escribir algo se muere una parte de mí. Sobrevivo porque siempre tengo un segundo libro que leer.