Hay la historia de un elefante, el grande Salomón, que viaja atravesando media Europa, y mientras viaja con la caravana que lo acompaña hasta su destino, va teniendo escenas igual épicas que prosaicas.
El tiempo y el viaje son los que van llenando de resplandores y sombras la vida de aquel animal, que lo único que hace es ser lo que es, un elefante.
En los días convulsos, en los que el espíritu está caído, se renueva el recurrente impulso por refugiarme en las letras como un bálsamo eficaz ante la barbarie que a veces se nos viene encima. Porque es más fácil que los nudos en la garganta se desaten en letras de San Agustín, de Lorca, de León Felipe, de Jalil Yibrán.
A veces le pido a José Saramago (1922-2010) que me explique un mundo que no entiendo, y lo leo una y otra vez, forzando y sobre interpretando sus historias para que alivie la incertidumbre, que se siente en el pecho, pero que sé, por hallazgos de la ciencia y no míos propios, que donde está la zozobra es en los pensamientos.
La barbarie nos circunda, basta actualizar la sección de noticias de cualquier red social para darse cuenta la violencia y la brutalidad del mundo.
Parece que la barbarie es parte del mundo desde siempre, donde la crisis es más bien un estado permanente, y la paz una utopía que anhelamos. Sin embargo, la barbarie estaba allá, lejos y distante, no en nuestra realidad, no en nuestros barrios y no alcanzaba ni a los vecinos, ni a nuestras familias, ni a nuestros amigos.
“¿Qué clase de mundo es éste que puede mandar máquinas a Marte y no hace nada para detener el asesinato de un ser humano?”
Qué clase de mundo es, preguntaba Saramago, qué clase de lugar: es el lugar de las 2,104 personas desaparecidas*, de las fosas comunes, de las búsquedas interminables, de los más de 1,600 asesinados, de las 28 personas ejecutadas en un anexo**, de los feminicidios***, de las represiones policiacas, del abuso de las autoridades, de las instituciones que solapan, de las universidades que permiten a acosadores seguir en sus aulas y ostentando altos cargos. Qué clase de mundo es éste en el que hemos olvidado el valor de la vida y la barbarie se nos ha hecho costumbre.
Es el lugar de las vidas que se lloran, se lloran porque el vacío que deja su existencia es irremplazable.
En la historia del elefante, en la última línea, la reina, Doña Catalina, llora al enterarse de que Salomón ha muerto. ¿Por qué lloramos?, le pregunté a Saramago.
Pienso que no lloramos la muerte. Lloramos más bien la vida, el vacío que deja la vida que se extinguió. Las personas somos como cántaros que se vacían al afrontar la muerte, y ya vacíos lloramos para no secarnos, para no reventar como tierra árida, para seguir siendo cántaro y no polvo.
Es el lugar de las vidas que se lloran, pero también es el lugar de las vidas que ni siquiera se lloran: porque son tantos que ni se alcanza a guardar el luto; porque están desaparecidos y en quienes los quieren permanece la esperanza de que vuelvan; o porque sus vidas pequeñas no le importan a nadie.
“El viaje del elefante” (2008) trata de la compasión y la solidaridad. ¿Cuándo se nos olvidó sentir tristeza por el dolor de los demás, que también debería ser nuestro?; ¿cuándo las personas perdimos el impulso por intentar aliviar el sufrimiento del otro, y hacer todo para evitarlo?
Comprendo el alivio que es pensar en una justicia divina, en que el espíritu trasciende, en creer que la vida de una persona no se acaba, para tratar de seguir y que nuestra vida no se acabe.
Pero la barbarie apaga la luz de las personas, les borra la sonrisa a los inocentes y le arrebata la vida a quienes eran toda vida.
Si existe justicia espero que sea ahora y no en la vida futura, porque la confianza de la justicia no terrenal no satisface el vacío, menos cuando todos los días nos “lanzan en la cara” las cifras de muertos y desaparecidos.
En qué mundo, en qué lugar se tiene que llorar las vidas arrebatadas y por qué no estamos todos en las calles marchando indignados y pidiendo justicia, sin conformarnos con los argumentos fáciles y versiones oficiales.
En “El viaje del elefante” Saramago ni ha empezado y ya lo dijo todo, justo después de la dedicatoria escribe: “Siempre acabamos llegando a donde nos esperan”.
A la memoria de Elihú, a quien le arrebataron la vida en este lugar. Que te encuentres en un lugar más pleno, donde exista la paz que aquí tanto hace falta, que tu viaje no termine nunca y subsistas en la memoria, que bailes y sonrías para siempre: “El viaje no termina jamás. Sólo los viajeros terminan. Y también ellos pueden subsistir en memoria, en recuerdo, en narración… El objetivo de un viaje es sólo el inicio de otro viaje.”
Que tu familia sea siempre cántaro, y que el vacío que dejas con el tiempo se llene de amor.
A todos los muertos y desaparecidos, que la justicia llegue ahora.
Francisco Márquez vive en Guanajuato, México / Realizó estudios en arte y administración. Especialista en gestión cultural. Amante del arte, la arquitectura y el diseño de interiores. En busca de los objetos singulares. Doctorando de Artes por la Universidad de Guanajuato.
Edición y estilo: María del Socorro Márquez González.
*Ciencia para la Búsqueda de Desaparecidos. Por Moisés Campos
*** Feminicidio en Guanajuato, justicia negociada y pospuesta: el caso de Rosario. Por Carmen Pizano