Masculinidad Femenina. Vivir la masculinidad desde un cuerpo femenino. Segunda entrega. Grecia Valencia

En los últimos dos años he trabajado en una plataforma virtual dedicada al autotransporte denominada Uber, la cual ofrece la posibilidad de trabajar de una forma flexible las horas que quieras, los días de la semana que puedas. Este tipo de trabajo es una pequeña empresa que te ofrece solamente el uso de la marca y el uso de sus plataformas, por lo que no existe un contrato laboral, ni ningún tipo de prestación o seguridad para él o la conductora.

Un día como cualquier otro, dentro de las horas de manejo, un pasajero subió al automóvil y me saludó afectuosamente como “campeón”. Durante el viaje reafirmó reiteradamente mi masculinidad llamándome “amigo” o “joven”, tratando de entablar una conversación sobre carros, motocicletas o inclusive refiriéndose a las mujeres como “aquellas que no tienen la habilidad para conducir”. En el viaje me preguntó cuál era mi nombre y por qué este no correspondía con el de la aplicación, en ese momento pasaron por mi mente miles de posibilidades, por ejemplo, el desmentirlo y decirle que era una mujer, pero dentro de esas posibilidades pronuncié el nombre masculino más cercano a mí, el que no me causaría ningún problema recordar: “Me llamo Adolfo”, el nombre de mi padre y de mi hermano, era la referencia más cercana que tenía y la que había escogido en casos de necesitarlo, como cuando tengo que pedir una reservación en algún restaurante o simplemente cuando el contexto en el que esté sea necesario ocultar mi sexualidad o género por una cuestión de seguridad.

Ante un hombre de alrededor de 50 a 60 años, sentado en el asiento del copiloto, con un fondo de pantalla del sagrado corazón de Jesús en su teléfono celular, con un constante agradecimiento a dios y ante la afirmación de que se encontraba en terapia psicológica, era una cuestión de seguridad ocultar mi género, orientación sexual y sexo.

Al señalar mi nombre, el hombre cuestionó por qué en la aplicación aparecía el nombre de “Grecia” y, sin titubear, le comenté que era mi apellido. Al paso de algunos segundos preguntó si era mexicano y lo confirmé: “sí, soy mexicano, seguro algún antepasado venía de Europa”. Así, tras romper el hielo y crear un lazo de confianza, comenzamos a platicar de nuestras profesiones. Él era ingeniero y yo le comenté que me encontraba estudiando ciencias sociales, él me felicitó por el hecho de trabajar y estudiar, me dijo que me apurara a tener familia porque los años se pasan y el tiempo no espera. Al final del viaje me pagó en efectivo y me dio una generosa propina de 50 pesos, deseándome que dios me cuidara y que continuara esforzándome como lo había hecho, porque seguro me convertiría en un excelente profesionista y un hombre de bien.

Me pregunto qué hubiera pasado si le hubiera dicho que era lesbiana masculina y que era una mujer. Sin duda alguna el acto que realicé fue un juego estratégico de mis capitales simbólicos, culturales, económicos y políticos para poder adaptarme a las circunstancias que se estaban presentando en ese momento y terminé adaptando mi sexo, género y orientación sexual de tal forma que tuvieran una correspondencia con mi cuerpo masculino, el cual comúnmente es confundido con el de un hombre cisgénero.

Grecia Valencia

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