Margarita Robles, mujer de cincuenta y seis años de edad es originaria de Aguascalientes y madre de dos hijos homosexuales, Rafael de treinta y Pedro de veintisiete años además de una mujer de veinticinco. Ella nos ha querido platicar cómo ha sido su vida dentro de una sociedad conservadora.
Gustavo G. Romo.: ¿Cómo fue la educación que recibiste, por parte de tus padres, con respecto a la diversidad sexual?
Margarita Ruvalcaba: Mi niñez transcurrió durante los años setentas, tiempo en que no se hablaba de sexualidad, mucho menos sobre sus variantes. Mi papá se burlaba, frente a nosotros, de los jotos y más de aquel que pertenecía al barrio y a quien llamaban “Antonelli”, un señor travesti que, más bien, veíamos como una mujer más. Su pareja era machista y lo golpeaba continuamente. A partir de él, en mi casa se nombraban a los homosexuales con ese alias y los veíamos como seres anormales y divertidos. En lo personal me daban lástima porque desde niña supe que mi círculo social era cruel y violenta con estas personas.
G.G.R.: ¿Qué edad tenías cuando te casaste?
M.R.: Eso pasó cuando apenas había cumplido 21 años de edad y era bastante inocente. Fui muy tonta ya que no gocé nada de la vida, pasé de cuidar a mis hermanos, ya que fui la hermana mayor, a cuidar a mis hijos y a mi esposo. Imagínate que al año de casada nace mi primer hijo y poco tiempo después a mi esposo le diagnostican esquizofrenia. Con él duré una relación de siete años, tiempo durante el cual vinieron, de manera inesperada, mis otros dos hijos.
G.G.R.: ¿Tuviste miedo de que heredaran la enfermedad del padre?
M.R.: Claro, siempre está latente ese temor; aunque tuve que enfrentar otro problema igual de grave ya que mis hijos varones resultaron homosexuales y no estaba preparada para enfrentar la situación, así fue como yo lo vi en un principio. Gracias a Dios me equivoqué y hoy bendigo su existencia y homosexualidad.
G.G.R.: ¿La educación que les diste a tus hijos fue muy diferente a la que tú recibiste?
M.R.: Los eduqué como pude, ya que no estaba bien emocionalmente. Es muy difícil vivir con una persona enferma mental y me di cuenta de lo mal que estaba hasta que salí de esa relación y pude voltear hacia atrás y analizar las cosas fríamente. ¡No se cómo pude vivir siete años bajo esas circunstancias!
G.G.R.: ¿Cuál fue el detonante por el que decidiste separarte de tu marido en definitiva?
M.R.: Continuamente él se iba a un lugar que nunca supe dónde quedaba y un día regresó de uno de sus viajes con mucho coraje, diciendo que yo obtenía dinero trabajando de puta y que así era como mantenía a los niños. Eso no me dolió tanto, sino que mi hijo mayor, al escuchar esa discusión me preguntó si yo era una puta y qué significaba esa palabra. Fue muy duro para mí ver la cara del niño, inocente y asustado. Si me hubiera quedado más tiempo en esa relación mis hijos hubieran creído las palabras ofensivas que su padre decía de mí.
G.G.R.: ¿Te arrepientes de algo dentro de la educación que les diste a tus hijos?
M.R.: Actúo de acuerdo a lo que considero es bueno para mis hijos, en aquellas cosas que les puede ser útil para vivir; y claro que cometo errores, pero trato de aprovechar al máximo las cosas y conocimientos que tengo a la mano. Hay situaciones que me superan y que no puedo hacer más de lo que quisiera, aunque estoy segura de que mis hijos valoran lo que he hecho por ellos.
G.G.R.: ¿Cuál es la reacción de una madre de tres niños al descubrir que sus dos hijos varones son homosexuales?
M.R.: Con mi hijo mayor fue fácil darme cuenta de que no era como los demás niños. Existe una anécdota, divertida después de todo. Resulta que antes de casarme trabajé como modelo en Guadalajara y después, cuando me casé y el marido no nos daba para comer, decidí trabajar como maestra impartiendo clases de modelaje. Enseñaba a un grupo de jovencitas cómo caminar y desenvolverse. Un día me llevé a mi hijo a la escuela y grande fue mi sorpresa al descubrir que él movía mejor las caderas que ellas; además de que siempre prefirió jugar con muñecas. Con mi escasa madurez pensé que mi familia tenía razón cuando me decía que él era gay y, debo confesar, eso me molestaba bastante, aunque en el fondo de mi corazón, sabía que tenía razón.
En cuanto a mi segundo hijo, saber sobre su preferencia sexual fue algo que nunca me lo esperé, incluso pensé que su confesión era broma, no se le nota que sea gay, es muy sonriente y cálido pero muy diferente a mi hijo mayor. Tardé meses en aceptar eso, no me cabía la idea de saber que también era gay. Tenía esperanzas de que fuera bisexual, pero no fue así. Él sabía muy bien lo que quería y le gustaban los hombres.
G.G.R.: ¿Cuál fue tu mayor preocupación al saber la preferencia sexual de tus hijos?
M.R.: Con Pedro no hubo ningún conflicto, pero con su hermano mayor, sí. Hasta hace poco hablamos de su homosexualidad, me preocupa ver el trabajo que le cuesta aceptarse como tal. Mientras no termine de aceptarse no podrá vivir tranquilo, estará atado a algo que le carcome el alma.
Hemos dedicado horas enteras a platicar sobre su situación y trato de hacerle entender que tiene mi apoyo y que juntos saldremos adelante. No me gusta verlo retraído y atormentado. Me siento un tanto responsable porque, al ser el mayor, tal vez no recibió la atención necesaria.
Otra cosa que me preocupa es que está en la búsqueda de pertenencia y se mete en religiones que no le ayudan, brincando de una a otra. De la católica pasó a International Krishna Chaitanya Mission, de ahí a otras como los mormones, etc; buscando algo, pero en todas le reprenden la sexualidad y, más aún, la homosexualidad. Lo que ha aprendido es que tener sexo con alguien del mismo género es pecado y que se va a condenar. Ha tenido enfermedades en sus órganos sexuales y no se atiende porque considera es el castigo divino.
G.G.R.: ¿Te queda un sentimiento de culpa por la forma como los has educado?
M.R.: Al principio sí, como te platiqué, sobre todo con el mayor, porque yo pensaba que el vivir sin una imagen paterna lo había desequilibrado emocionalmente al ser tan sobreprotectora. Presencia materna tuvo bastante y nada de una figura paterna que lo apoyara, quizá por ello su vida social y de pareja esté impregnada de hombres mayores con alto desarrollo espiritual.
G.G.R.: ¿Qué sientes acerca de saber que tus hijos no te darán nietos?
M.R.: Eso es relativo, ya que estoy de acuerdo con la adopción homoparental. Mi segundo hijo es muy estable emocionalmente, aunque es muy joven ya cumplió diez años con su pareja, vive con él y están planeando adoptar un niño.
G.G.R.: ¿Te consideras controladora?
M.R.: Acepto que soy controladora y me justifico con el argumento de que fui la hermana mayor de mi casa, fuimos ocho y fui la suplente de mamá con responsabilidades y tareas pesadas que me dejaron huella por lo que todavía cargo ese estilo de vida.
Después me casé y quedé sola con tres hijos a quienes tenía que vestir, alimentar y educar. Por eso, no puedo negar que crecí con la mentalidad de resolver mi vida y arreglar la de los demás. Eso no es sano y me ha traído problemas ya que cada quien es responsable de su propia vida, por lo que he tenido que aprender a soltar y dejar que los demás vivan como puedan.
G.G.R.: ¿Qué te ha enseñado la homosexualidad de tus hijos?
M.R.: Que hay algo más importante que la preferencia sexual y eso es el amor; lo más transcendental es la autoestima y el amor a la vida en general. No permitir que nada ni nadie dañe nuestro amor propio y, si es así, soltar y dejar ir a la persona o bien material que nos está causando algún mal. De igual manera, si la homosexualidad es sólo una característica de un ser amado, que ésta no nos haga perder el objetivo principal que es el amor y el respeto. Mi filosofía de vida es soltar, amar y respetar.
G.G.R.: ¿Cómo ves al mundo gay, en general?
M.R.: Lo que puedo hablar de este mundo es lo que conozco y desde ahí tengo una buena opinión. Veo la vida de mis hijos como algo normal y tranquila porque ellos son así: trabajan y estudian, son creativos y se mantienen lo más cercano a la felicidad. Lo único diferente es que aman a otra persona de su mismo sexo.
La preferencia sexual de mis hijos no es un impedimento para llevarnos bien, es algo que pasa a segundo término; es otra más de sus características y preferimos platicar sobre cosas del acontecer diario. El que sean homosexuales es parte de nuestra normalidad.
Algo que me ayudó para aceptarlos fue ver el cuerpo humano como una simple envoltura de nuestro espíritu. Si no me gustan las canas, me las pinto. Si tengo poco busto y quiero más, me pongo implantes y si no me identifico con el cuerpo que me tocó tener, me practico una transición sexual.
G.G.R.: ¿Cuál ha sido el mayor sufrimiento que has tenido a causa de que tus hijos sean gais?
M.R.: En un principio yo me preocupaba porque tenía hijos anormales, hoy día me doy cuenta de que la “normalidad” no existe. Si tomamos en cuenta el alto porcentaje de la población que pertenece a una diversidad sexual diferente a la heterosexual comprenderemos que ésta es sólo un componente más de esa diversidad.
Mis hijos tienen una autoestima elevada, porque yo les ayudé a que se visualizaran a sí mismos con un alto valor humano. Si yo los hubiera educado con miedo y una autovaloración mediocre, ellos mismos se hubieran rodeado de gente que no los respetara. Ellos mismos han demostrado con sus acciones, con su vida que se sienten valiosos y no culpables ni ciudadanos de segunda por ser como son, estarían atrayendo gene que les hiciera de espejo para pisotearlos. Siempre los he visto bastante normales.
No creo que me guarden cosas para no molestarme, pero si así fuera, les ofrezco la suficiente confianza como para que me cuenten cuando ellos lo consideren prudente.
G.G.R.: ¿Has recibido incomprensión o insultos por parte de amigos o familiares por tener hijos homosexuales?
M.R.: En una reunión familiar tuve un enfrentamiento muy desagradable con uno de mis cuñados hace ya casi diez años. Al llegar mi segundo hijo acompañado por su pareja uno de mis cuñados se burló de él y preguntó, con burla, si su acompañante era un amigo o su novio. Me acusó de que yo les diera algo a mis hijos para convertirlos en homosexuales. No quise responder nada, pero fue bastante incómoda la situación.
G.G.R.: Por último, ¿qué consejo le darías a las madres de familia que se encuentren en una situación similar a la tuya?
M.R.: Mandar al contenedor de basura lo que le impida crecer, dejar de controlar para que las cosas fluyan ya que al final de cuentas una es la que se queda embarrada en la banqueta.
Si desea salvar a alguien dejar que tome sus propias decisiones y que no trate de enderezar, sino que respete la decisión de esa persona aún cuando considere equivocado ese camino. Es el que le corresponde recorrer al ser querido para aprender algo determinada lección. No desperdiciar con tonterías el tiempo porque éste es un recurso limitado y no renovable.