Aquellas noches de julio,
bruma y frío encima,
andando…
escapando bajo la lluvia,
me han resucitado;
insistir,
insistirme,
insistirle, salvó.
– ¿Cómo estás?,
no había respuesta,
– ¿Qué haces?,
no había respuesta,
– ¿Dónde estás?
no había respuesta;
– Ya hazme caso…
Respondió:
– Si la vida no fuera un juego de azar,
no tendría sentido este viaje de luz.
Querida Diosa:
Esas noches de julio,
consistieron en volver a…
sentir,
con la humedad del alba sobre él;
hablar,
con el diálogo callado de su placer,
esperar,
con el tiempo entre sus brazos,
crear,
con su piel que es lienzo,
desear,
el contorno de sus tatuajes
que apenas pusieron límites
a mis labios desbordados.
¡Oh Diosa!,
nos engendras lo efímero,
para que nos acompañe por siempre.
El suspiro que pusiste en su rostro
hizo despegar de nuevo;
la mariposa en su abdomen voló,
hasta los confines de la madrugada
apenas contenidos en su habitación.
Ahí;
donde los sueños se gestan,
donde persisten,
donde se reclaman.
Contemplé los suyos sobre aquellas alas,
estuve más allá de donde se hace el amor,
le vi soñar,
recostado en los anhelos de lo que llama:
“Hotel Flamingo”,
fui invitado.
El resplandor de sus ojos cerrados;
iluminó cada ave,
cada demonio,
cada quimera y
cada ensueño
rayado en nuestros torsos.
Brilló en cada beso que no sobró
mientras confesaba en una mueca
las reservas de sus deseos.
Pequeña Diosa:
Le invocaste esas noches de julio,
maná para las hadas de los caprichos;
dulce tarta para el corazón,
con bocados sabor de recuerdos,
con toques de futuro a un paso,
con esencia de adioses anticipados,
y
con su fresca belleza a contra tiempo.
Ganímedes vertió las copas que lo acompañaron.
Diosa:
Aquella noche fui invitado,
soñé en Hotel Flamingo;
me engendraste lo efímero,
para que acompañe por siempre.
Para Ed. Barbs., efímero hermoso.